domingo, 3 de junio de 2018

Evangelio Dominical de Corpus Christi (Domingo 3 de Junio del 2018)

CORPUS CRISTI Ciclo B - 3 de Junio 2018
Evangelio: Mc 14,12-16.22-26
            "El primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Él envió a dos discípulos encargándoles: Vayan a la ciudad y les saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Síganlo y donde entre, digan al dueño de casa: Dice el Maestro, que dónde está la sala en la que va a comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él les mostrará un salón en el piso superior, preparado con divanes. Preparen allí la cena. Salieron los discípulos, se dirigieron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras cenaban, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Les aseguro que no volveré a beber el fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos."
1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos, en este evangelio?
            El Evangelio de hoy ilumina la comprensión y la vivencia del Misterio de la Eucaristía. Jesús evoca el rito de la Alianza del Sinaí y sella una Nueva Alianza en su Sangre. En los dones del pan y del vino ofrece libremente su vida al Padre y nos invita a unirnos a él, en la Eucaristía
            Jesús, que en su camino hacia la Cruz actúa deliberadamente, y con plena libertad, envia a los discípulos para preparar la Pascua judía. Y en ese contexto nace la eucaristía como la fiesta de la nueva pascua y de la nueva alianza que reempaza la alianza antigua.
La institución de la Eucaristía, constituye uno de los pasajes más importantes del Evangelio de Marcos. No hay ninguna alusión al cordero, que ocupaba el centro de aquella comida. Aquí el acento recae en los gestos y palabras de Jesús que da una interpretación del significado último de su muerte.
Todo es distinto, porque ahora el cordero es él y el libertador es él y la alianza es él: Con sus gestos y palabras Jesús hace ver a sus comensales que están participando en algo completamente nuevo e inaudito. Está celebrando su propia pascua, cuyo memorial quedará perpetuado bajo el digno del pan y del vino. Jesús es el anfitrión que invita esa tarde, para algo distinto, a los Doce.
            Marcos no presenta la tradición de la cena como una enseñanza sobre la celebración de la Eucaristía, sino con la finalidad inmediata, de hacer una interpretación de toda la misión de Jesús y del rol que los discípulos tienen en ella. Cada gesto está acompañado de una palabra explicativa: Sobre el pan y sobre la copa Jesús pronuncia una oración, “bendijo” el pan y “dio gracias” sobre la copa. Con el pan en sus manos Jesús dice “tomen”. De la copa se dice que bebieron todos, y aunque tampoco lo dice, se entiende que todos comieron del pan. Lo importante es que Marcos nos hace caer en cuenta que los discípulos tienen una participación directa en las acciones de Jesús. Cuando bendice y parte el pan, dice: “Esto es mi cuerpo” Al actuar así, Jesús está usando el pan como un símbolo particularmente profundo de lo que es él mismo y de lo que es su misión, su obra en el mundo.
            Si miramos el término “pan”, o “panes” tal como aparece en el evangelio, notaremos que Marcos ya lo ha presentado como un símbolo eficaz de la tarea mesiánica de Jesús, en los dos relatos de multiplicación de los panes y de tantas comidas de Jesús con los pobres hambrientos, los pecadores arrepentidos y los discípulos amigos. En las dos descubrimos una conexión explícita con la cena pascual de Jesús. Los verbos son los mismos: “tomar el pan”, “dar gracias”, “fraccionar” y “dar”. En las dos multiplicaciones Jesús responde a las necesidades de la gente, son los discípulos los que distribuyan el pan a la multitud y ellos mismos recogen las sobras.
            La palabra “panes” o “pan” tiene claramente en el Evangelio de Marcos la función de símbolo de la misión de Jesús que se propone reunir y alimentar al pueblo de Israel y a todos los pueblos. No podemos entender la última cena sin todo este contexto del Evangelio de Marcos. La última cena es el tercero de los “convites” mesiánicos del Evangelio. Los gestos de Jesús sobre la comida, bendición, fracción, distribución, son los mismos en cada uno de los convites, los dicípulos tienen un papel importante y los convites están conectados con el éxodo liberador: los primeros por su ambientación en el desierto y la última cena por su conexión con la pascua.
            La última cena le da una profundidad mayor al significado de los panes, pues  el pan no es solo signo de su misión universal; ahora el pan es “Su cuerpo”, es él mismo. Jesús se encuentra frente a la muerte que se avecina, y su “cuerpo” está a punto de ser entregado, torturado y asesinado. Ahora podemos entender mejor cómo el poner el pan en manos de los discípulos, un pan que ahora es declarado “su propio cuerpo”, se convierte en un símbolo preciso de la muerte de Jesús.
La palabra “pan” se une a las predicciones de la pasión que ha venido haciendo en el viaje a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser “entregado”. Comprendemos ahora de manera más clara que el ofrecimiento de su cuerpo/pan es la realización de lo que dijo: “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su propia vida como rescate por muchos”.
            También el cáliz tiene un significado simbólico en el Evangelio, aunque no tan amplio como el del pan. En este caso, las palabras son claras: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”. “Beber del cáliz que Dios ha preparado” era una expresión hebrea con la que se indicaba el martirio de un profeta. Marcos está pensando en este sentido y en Getsemaní queda claro que el “cáliz” es un símbolo de su muerte: “Padre, aparta de mí este cáliz”. Y se entiende mejor si conectamos el pasaje de los hijos de Zebedeo, que bebieron el caliz de Jesús y compartieron la muerte con él.
            Las palabras explicativas dicen claramente lo que las acciones de Jesús habían comunicado ya: “Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos”. La precisión “por muchos”, es semítica, implica una inclusión universal. Las palabras “de la Alianza” nos orientan a la alianza de Moisés, en este rico mosaico teológico del relato de la institución de la Eucaristía. 
            Marcos no dice explícitamente que se trate de una “Nueva Alianza”, pero se presupone. La Muerte y Victoria de Jesús traza un puente entre las dos mesas. La escena de la cena pascual de Jesús con sus discípulos recibe un énfasis especial por la solemne conclusión que hace Jesús. Sus palabras retoman el significado simbólico de la comida, contenido en las palabras pronunciadas sobre el pan y el vino, y funde todo en una profecía final de la pasión y la resurrección.
           
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y compromiso nos pide, hoy el Señor?
            La fiesta del Corpus nació de la devoción eucarística medieval occidental. Empezó en Lieja en 1246, pero no se impuso como fiesta hasta el siglo XIV. La motivación de esta fiesta: la refutación de la heregía de Berengario, la reparación de la negligencia al recibir el sacramento y la conmemoración de la institución de la Eucaristía. Las solemnes procesiones, que empezaron en el siglo XIII, llegaron a su apogeo en los siglos XIV-XVI con las monumentales y ostentosas custodias, las representaciones escénicas y los Autosacramentales. Se subrayó tanto la presencia real en la hostia, que se marginó la eucaristía como sacramento y como sacrificio. La hostia consagrada era una cosa para verla, no tanto para comerla. Esa época de apogéo del culto a la presencia real, en la hostia, con las Cuarenta Horas y la Adoración al Santísimo quedó marcada como una época de mayor ausencia en la comunión eucarística. El Concilo de Trento tendrá que poner: “Comulgar, al menos, una vez al año”.
            El Concilio Vaticano II al colocar la Eucaristía como sacramento, margino el culto tradicional a la eucaristía, las Cuarenta Horas, o la Adoración al Santísimo, hasta que San Juan Pablo II trató de poner las cosas en su puesto el año 2004, con la “Mane nobiscum dómine”, “Quédate con nosotros, Señor”. No podemos redicir la Eucaristía a un objeto para mirarlo y admirarlo, sino que debemos celebrarlo como sacramento de la fraternidad, con todas las exigencias que eso conlleva.
            La eucaristía es el más bello, el más profundo y más universal signo de comunidad y de fraternidad. Somos unos mil quinientos millones de cristianos que nos sentamos a la misma mesa y comemos el mismo pan. Pero este gesto de comunión se queda muchas veces en simple rito formal, sin que incida en la vida real ¿Cómo sería el mundo si este gesto de fraternidad universal lo lleváramos a la vida y a la convivencia diarías con todo su potencial de transformación?
            ¿Cómo es posible que mucha gente piadosa que frecuenta la Iglesia, que recibe con frecuencia la eucaristía, que se considera cristiana, viva indiferente ante la injusticia y la desigualdad o, peor aún, contribuya con sus opcionens políticas y económicas a mantener las injustas desigualdades sociales? 
            En el pan y el vino entregados está la presencia de una vida vivida como don, dada y rota por todos, que nos obliga a tomar parte en ella. El gesto que Jesús hace es un profético-simbólico, pero recoge todo lo que él ha hecho: él ha ido rompiendo el pan de su vida hasta la muerte. Ha compartido con la gente su pan, su vida, su fe en el reino del Padre. Ahora comparte su cuerpo-pan para la vida, y su sangre será el sello de la alianza que constituye en nuevo pueblo de Dios.
            Compartir la mesa es el gran símbolo de la convivencia, de la reconciliación, de la inclusión. Pero ¿cómo y con quienes compartimos el banquete de nuestra vida, a quienes sentamos a nuestra mesa: la de nuestro tiempo, nuestra amistad, nuestros bienes, a quienes excluimos y por qué? Debemos descubrir cómo crecemos como personas al incorporar, agregar, vincular a otros en nuestra vida. Debemos proyectar estrategias de inclusión, para continuar en nuestra vida diría la experiencia de ser incluidos, vinculados y agregados, que vivimos en cada eucaristía.
            “Entregar”, es un verbo que resulta extraño a nuestra cultura, en la que se conjugan sólo los contrarios: apropiarse, guardar, retener, poseer, acumular. Acostumbrados a esta lógica nos resulta difícil entrar en la lógica de la eucaristía, la celebración del compartir. Pero es precisamente eso lo que se nos invita a celebrar y a vivir: “hagan esto en recuerdo mío”. No dice meditad, escribir, reflexionad teológicamente, componed himnos, celebrad congresos, sino sencillamente “hagan esto”. Celebren y hagan presente la fuerza transformadora de la resurrección de Cristo, que celebrada en cada eucaristía nos compromete vivir la eucaristía, sacramento de la fraternidad, en la solidaridad. 
            Tragarse a Jesús parece un verbo áspero, pero nos es familiar ese verbo cuando decimos: “no trago a tal persona”. Es fácil sacar la lengua o poner la mano para comulgar. Pero deberíamos cambiar la expresión “comulgar” por la de “tragarnos a Jesús”, para caer más en la cuenta de que “tragarnos a Jesús” significaría tragar su mentalidad, sus preferencias, sus opciones, su estilo de vida, su extraña manera de vivir, de pensar y de actuar. Para que nos preparemos para “tragar a Cristo”, “tragando primero a los hermanos”. Y para “tragarnos a los hermanos” porque ya hemos “tragado a Cristo”.
            En el discurso del Pan de vida, (Jn 6,28-58) después de la invitación a “creer”, parece una palabra nueva: “comer”, “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, destaca el realismo sacramental. Es un pasaje estrictamente eucarístico: se habla de comida y alimento. Es necesario comer y beber la carne y la sangre, que el evangelista insiste en que es verdadera comida y bebida. La eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra “en la fe” y “desde la fe”. Y la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la eucaristía. Las dos deben conducirnos a la vida en Cristo: a “creer en Cristo”, a “comer a Cristo”, a “vivir como Cristo”.
            Por el misterio del pan eucarístico el Señor puede decirnos a cada uno: “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”. Su vida pasa a nosotros como la savia vivificante de la vid pasa a los sarmientos. Cristo a quien comemos en la Eucaristía es el Cuerpo entregado “por”, la Sangre derramada “por”. La actitud de amor a los demás es consustancial con el sacramento que celebramos y recibimos. El amor que recibimos de Cristo es para compartirlo con los hermanos.
El sacramento de la eucaristía no se puede separar del mandamiento del amor. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados, están encarcelados o se encuentran enfermos. Las obras de caridad no son algo añadido y ocasional, sino exigencia misma del sacramento, que ha de llevar a los que comparten el pan eucarístico a compartir el pan de cada día que Dios ha puesto en su mesa. Hay que pasar de un Cristo que es pan partido a unos cristianos que, comulgando con él, aprenden a ser también ellos pan partido para los demás.
            Con frecuencia se nos queda la fraternidad en el templo. Dentro, todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, pero al terminar la celebración nos despojamos del uniforme litúrgico, y al pisar la calle volvemos a convertirnos en empresarios y trabajadores, en personas importantes o simples ciudadanos, en explotadores y explotados. La fraternidad exige igualdad, no por lo que tenemos, sino por lo que somos. Y esa igualdad debe estar garantizada por la verdad y la justicia.
Para muchos, la fraternidad desemboca en la caridad como un medio barato y cómodo de tranquilizar la conciencia. La caridad normal no cuesta mucho, es cuestión de céntimos. Pero de la fraternidad cristiana debe brotar, como algo normal la justicia social. De justicia social nos habla el Evangelio, y a la justicia social nos compromete la celebración eucarística, sacramento de la fraternidad, como memorial de la muerte y resurrección de Cristo.
            La Eucaristía es el centro de todo en la Iglesia, como alimento y fuente de vida nueva. No existe ningún santo que no haya considerado la Eucaristía como la fuente de su santidad. La Eucaristía es el medio que Dios estableció para estar presente en nosotros y comunicarnos su vida divina.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
  • La Eucaristía dominical ¿la celebro según lo que hemos visto en este comentario?
  • La Eucaristía es la mejor y la mayor oración de la Iglesia ¿la veo y la vivo yo así?
·         El Pan de la Palabra que se reparte cada domingo, despierta en mi hambre de la eucaristía y me compromete a vivir la fraternidad en la solidaridad?
 

Autor:Felipe Mayordomo Álvarez sdb.

Sintesis: Jorge Mogrovejo Merchán
 
 

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