domingo, 10 de junio de 2018

Evangelio del Domingo 10 de Junio del 2018


DOMINGO 10mo. CICLO ORDINARIO 
CICLO B "CONSAGRACION DEL ECUADOR AL SAGRADO CORAZON DE JESUS" 10 JUNIO 2018
EVANGELIO Mc 3,20-35
"Entró en la casa, y se reunió tal gentío, que no podían ni comer. Sus familiares, que lo oyeron, salieron a calmarlo, porque decían que estaba fuera de sí. Los letrados que habían bajado de Jerusalén decían: Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios con el poder del jefe de los demonios. Él los llamó y por medio de comparaciones les explicó: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir. Una casa dividida internamente no puede mantenerse. Si Satanás se levanta contra sí mismo y se divide, no puede subsistir, más bien va camino de su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas si primero no lo ata. Después podrá saquear la casa. Les aseguro que a los hombres se les pueden perdonar todos los pecados y las blasfemias que pronuncien. Pero el que blasfeme contra el Espíritu jamás tendrá perdón; será culpable para siempre. Jesús dijo esto porque ellos decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Fueron su madre y sus hermanos, se detuvieron fuera y lo mandaron a llamar. La gente estaba sentada en torno a él y le dijeron: Mira, tu madre y tus hermanos [y hermanas] están fuera y te buscan. Él les respondió: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados en círculo alrededor de él, dice: Miren, éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumpla la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre."
1.- ¿Qué nos quiere decir Macos en este evangelio

        En esta perícopa podemos distinguir tres partes o subsecciones. La primera (3,20-21) y la tercera (3,31-35), que enmarcan el texto, tienen como tema en común las relaciones de Jesús con su familia. Y en la parte central (3,23-30) tenemos la acusación de los escribas contra Jesús de estar poseído por un demonio y la respuesta del mismo Jesús antes esta acusación.

      El texto comienza ubicando a Jesús y sus discípulos de regreso a “casa”, que sería la casa que Pedro tenía en Cafarnaúm (cf. 1,29), con la intención de descansar y compartir. Pero la situación que se presenta es otra pues acude tanta gente que no les daba el tiempo ni para comer. Los “suyos”, o sea sus “parientes”, se enteran de esta situación y van a buscarlo con la intención de llevárselo porque “está fuera de sí” o “está loco”. Este juicio de valor sobre la actuación de Jesús por parte de sus parientes no deja de ser duro y fuerte. Posiblemente sientan que el “alboroto social” que causa esta actuación de Jesús esté dañando el honor de su familia. A nivel teológico, debe interpretarse como una manifestación más de la incomprensión ante la obra y el mensaje de Jesús que incluye no sólo a las autoridades judías sino a su propia familia y a sus mismos discípulos (J. Gnilka).


     En 3,22 entran en escena “los escribas venidos de Jerusalén” y hacen un juicio de valor sobre la actuación de Jesús mucho peor: está poseído por un demonio y obra movido por un poder diabólico. La posesión se atribuye a “Belzebul” que puede traducirse como “señor del estiércol” o “señor de las moscas” y que respondería a las concepciones demonológicas de la época y de la región, con cierta ironía sobre las divinidades paganas.

    Entonces en 3,23-26 Jesús llama a los escribas y por medio de “parábolas” o comparaciones les busca demostrar lo absurdo de su acusación. Si el príncipe de los demonios, que es Satanás, es quien expulsa a los demonios, esto indica una división interna que es camino seguro a la destrucción, como sucede con un reino o una familia dividida.

     Notemos que “«Satanás», el antagonista es, en el judaísmo, el nombre de un potente ángel de castigo, que induce al hombre al pecado y obra en contra del plan de Dios secundado por muchos cómplices. Así, cada vez se esclaviza más al hombre bajo el pecado, sometido a las consecuencias desastrosas de la enfermedad y de la muerte”


     El v. 27 nos presenta otra breve parábola o comparación que da razón de la actividad de exorcista de Jesús de modo positivo diciendo que para saquear la casa de un hombre fuerte, primero se tiene que atar a su dueño. Es decir, Jesús es quien domina con el poder de Dios al hombre fuerte, que es Satanás, y libera a los hombres que él mantiene cautivos en su casa, en su reino del mal.

    En los vv. 28-30 se retoma el tono polémico como deja en claro el v. 30: “Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».”

   Aquí Jesús primero establece el principio del perdón total que Dios ofrece a los hombres, de “todos los pecados y blasfemias” que puedan haber cometido (v. 28). Pero a continuación (v. 29) declara que hay una excepción a este principio: no se perdonará jamás la “blasfemia contra el Espíritu Santo”, porque se trata del rechazo de la salvación ofrecida por Jesús, pues en vez de reconocer que está llevando a cabo la acción salvadora de Dios por medio del Espíritu Santo, lo atribuyen a un espíritu impuro, o sea a un demonio.

   Al respecto R. Schnackenburg afirma: “Un pecado contra el Espíritu Santo no es simplemente un hecho, sino una disposición espiritual permanente, es una ceguera culpable por sí misma, un resistirse a la acción salvadora de Dios. En tanto que un hombre persiste obstinadamente en su oposición a Dios, se excluye a sí mismo de la salvación. Y eso es precisamente lo que acontece cuando alguien atribuye al espíritu satánico las acciones del Espíritu divino reconocibles en Jesús”.
   En 3,31-35 se retoma el tema de la familia de Jesús. Nos dice el evangelio que ellos se acercan pero no pueden o no quieren ingresar a la casa; y lo mandar llamar. Entonces Jesús “rechaza las pretensiones de sus parientes aludiendo a una nueva familia que comienza a constituirse en torno a él.” (J. Gnilka). Jesús declara la sustitución de una familia fundada en lazos de sangre (parentesco); por una nueva familia cuyo vínculo está en el cumplimiento de la voluntad de Dios 

    Al respecto, nota L. Lentzen-Deis que “al definir quién es el «hermano, hermana y madre» de Jesús, el texto antepone las palabras «hermano y hermana». De esta manera ya no fija la atención en la madre y los hermanos «históricos» (v. 31), sino en la nueva comunidad, porque las palabras hermano, hermana también estaban en boga en la comunidad del evangelista […] Los miembros de esta comunidad se convierten para él en hermano, hermana y madre de Jesús y convive con ellos. Las exigencias de la llamada en el grupo de los discípulos pueden tener primacía sobre las de la propia familia. Pero la respuesta de Jesús pone también una condición a esta nueva comunidad, que llega a ser una tarea para los lectores. Los que él llama hermanos son solamente los que verdaderamente cumplen la voluntad de Dios”.
En síntesis, el texto nos muestra que para comprender y aceptar a Jesús y su obra no son suficientes ni la mirada simplemente humana, desde una lógica social, que tenían sus parientes; ni mucho menos la mirada de sospecha o recelo de los custodios de la religión oficial, de los escribas de Jerusalén. Para ellos Jesús aparece como alguien loco o endemoniado. Queda como único camino válido hacerse de su familia, pertenecer a su casa, aceptando y cumpliendo la voluntad del Dios que Jesús está revelando, y que es el ofrecimiento del perdón que libera de la esclavitud del pecado y del dominio del mal. Quienes responden a esta llamada de Dios siguiendo a Jesús, creyendo y confiando en Él, podrán comprender “el misterio del reino de Dios” (Mc 4,11) y participar del mismo.


2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy el Señor?
       Los textos de este domingo nos recuerdan el proyecto amoroso de Dios y la actitud de incomprensión y de rechazo que este proyecto encuentra en el corazón humano. El pecado del Génesis significa dar la espalda a Dios, y lo que era bondad y armonía se vuelve acusación y hostilidad. Encontramos ecos de aquél pecado, en el evangelio: las palabras de Jesús, sus curaciones y gestos provocan la admiración y adhesión de muchos, pero también la incomprensión de sus familiares y las calumnias de los maestros de la Ley.
          Sin embargo, Jesús convoca una nueva fraternidad, unida en el amor a la voluntad del Padre. Acojamos la Palabra con el deseo de comprender el proyecto de Dios para nosotros y aprender a vivir la nueva fraternidad cumpliendo la voluntad del Padre. Nosotros hoy, que meditamos este pasaje y deseamos formar parte de la fraternidad de en torno a Cristo, seguimos siendo interpelados por su palabra exigente y llena de vida: felices los que cumplen la voluntad de Dios.
        Como aquella gente que estaba con Jesús, nosotros sentimos esa mirada que nos declara familiares suyos. La palabra que hemos leído nos ayuda a reflexionar acerca de nuestra condición de hermanos de Jesús. Esta nueva fraternidad afecta a nuestras relaciones con Jesús y con los hombres y mujeres de nuestro tiempo, y nos invita a contemplar la historia con renovada esperanza.
a.- El pecado imperdonable
       Blasfemar contra su Espíritu es atribuir a Belcebú, Satanás, lo que es acción de Dios. Quien se obstina frente a las señales patentes, se cierra a la acción de Dios, y al perdón, por el cual vencería a Satán. Quien rehúsa el perdón no puede recibirlo. A Jesús que libera a los posesos lo declaran el primer poseso.
El Espíritu nos da el don del discernimiento, la sabiduría para distinguir lo bueno de lo malo, a Dios y al pecado. Blasfemar contra el Espíritu Santo, es el pecado de aquellos que entienden y organizan  su vida desde ellos mismos y para ellos mismos, no desde Dios. Quien se encierra en su orgullo y se niega a reconocer las semillas del Reino y del Espíritu de Dios en la historia. El que se niega a acoger la presencia de Dios humanizando a las personas y dice que ahí está el diablo, él mismo se cierra al perdón.
No sentirse necesitado de salvación, no aceptar ningún salvador, rechazar la liberación distorsionando la misma manifestación de Dios y manipulando interesadamente la llamada que nos hace: eso es pecar contra el Espíritu Santo. Este pecado no tiene perdón, no porque Dios no esté dispuesto a perdonar, sino porque el ser humano  se niega a arrepentirse.
           El bien y el mal no están aquí o allí, divididos en sectores, sino que luchan en el interior de cada persona y de cada institución. Nos encanta  simplificar las cosas para combatir el mal fuera de nosotros, sin darnos cuenta  que está en nuestro propio interior. La realidad es mucho más ambigua. El evangelio es, a este respecto, muy claro: nadie puede meterse  en casa  de una persona fuerte y llevarse su ajuar si primero no lo ata. Dentro de nosotros está la ambigüedad y se da el conflicto entre “el fuerte y el más fuerte”. En esa lucha entre Jesús y Satanás está en juego la gloria de Dios y la vida del ser humano, su consistencia y su libertad. El mensaje de Jesús ilumina la lucha de cada persona contra el mal.
Todos damos por supuesto que una persona es normal y sana cuando cumple dignamente con el papel social que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de ella se espera y sabe adaptarse y actuar  según la escala de valores  y las pautas que están de moda en la sociedad. Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como loca, neurótica, tonta, sospechosa. Este es el caso de Jesús.
             El problema está en saber quién es el que está verdaderamente desequilibrado y poseído por el mal, y quién es el verdaderamente sano que sabe crecer como persona. ¡Cuántas personas valoradas socialmente por su eficacia y su capacidad de moverse con agilidad en esta sociedad, son triste caricatura de lo que un ser humano está llamado a ser. No es fácil ser uno mismo y mantener la propia libertad en medio de una sociedad enferma donde la mayoría se conforma  con “adaptarse”, “vivir bien”, “sentirse seguro”,  y “respetar el guión”. Los creyentes olvidamos, con frecuencia, que la fe en Jesús puede darnos libertad interna y fuerza para salvarnos de tantas presiones e imperativos sociales que atrofian nuestro crecimiento como personas verdaderamente sanas y libres.
            Para los bien-pensantes, los cristianos somos una raza de locos, porque nos dejamos llevar por el Espíritu. Pero aceptar el Espíritu de Jesús significa, necesariamente, estar fuera de sí, fuera de las prudencias, de las hipocresías, del mero conservar lo que somos.
b.- La verdadera familia de Jesús.
La resistencia se infiltra entre sus familiares o allegados, aunque sea más incomprensión que hostilidad. Lo que intentan es sujetarlo, impedir su actividad, juzgan que desvaría o que no sabe contenerse. Acusación gravísima que intenta desacreditar por la base toda la actividad de Jesús.
       Su madre y sus hermanos llegan donde está con la gente con intención de levárselo, pero se quedan fuera del círculo de Jesús. Ese quedarse fuera tiene un enorme sentido simbólico: ya no son de su familia. Para él su madre y sus hermanos son los que le siguen. Frente a un concepto estrecho de familia, Jesús abre el horizonte de una nueva comunidad familiar. Un cristiano no debe reducir su capacidad de amor a la familia doméstica y de sangre, sino que, siguiendo el querer de Dios, debe contribuir a la formación de la gran comunidad humana, pues la familia cristiana no es un punto de partida, sino punto de llegada.
Jesús ha venido a formar una fraternidad nueva con los que cumplen la voluntad de Dios, y para ser hermano de Jesús, no hay privilegios establecidos, ni parentescos. La fidelidad a lo que Jesús enseñó es lo que nos hace sus hermanos. Esta es la base de la fraternidad cristiana: somos sus hermanos, somos hermanos unos de otros cuando salimos de nuestro egoísmo para ir al encuentro de la voluntad de Dios.




3.- ¿Qué respuestas le voy a dar, hoy, al Señor?
1.- ¿Qué reclamos me hace el Jesus de este pasaje evangelico?
2.- Por mi forma de vivir, ¿se ve que pertenezco a la familia de Jesus?
3.- ¿Que debe cambiar de mi vida para entrar a formar parte de la familia de Jesus?



Autor: Celam - Lectio Divina / Padre Felipe Mayordomo A. / Padre Jose Pagola
Resumen y Transcripcion: Jorge Mogrovejo M.
 

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