Evangelio: Mc 4,26-34
"Les
decía: El reino de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche
se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él
sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego
la espiga, y después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura,
mete la hoz, porque ha llegado la cosecha. Decía también: ¿Con qué
compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo explicaremos? Con
una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la más pequeña de
las semillas; después de sembrada crece y se hace más alta que las
demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar a
su sombra. Con muchas parábolas semejantes les exponía la palabra
adaptándola a la capacidad de sus oyentes. Sin parábolas, no les exponía
nada; pero aparte, a sus discípulos, les explicaba todo."
1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos, qué mensaje nos trae en este evangelio, hoy?
El
tema del Reino de Dios es esencial en la predicación y en la misión de
Jesús tal como nos lo presenta el evangelio. Como contrapartida,
suponemos que Jesús se dirigió a un público que estaba interesado en la
llegada del Reino. Por esto, al Reino de Dios dedica Jesús sus primeras
palabras (Mc 1,15); y su primera acción es enfrentarse a Satanás para
vencerlo (1,12-13), lo cual preanuncia la lucha contra el mal y sus
manifestaciones para poder instaurar el Reino de Dios (3,24-27). Sigue
luego la creación del discipulado (1,16-20), con lo cual indica la
llegada del Reino que es esencialmente comunitario pues está referido a
un pueblo concreto a quien va destinado y que está llamado a aceptarlo y
hacerlo visible. En este sentido la expresión Reino de Dios indica la
comunidad con Dios en la comunidad de los hombres que se han unido a
Jesús.
En
castellano la palabra "reino" nos sugiere, en un primer momento, la
idea de un 'estado' o un 'lugar', pero cuando los evangelios hablan del
Reino de Dios se refieren más bien a la situación que surge del gobierno
o reinado de Dios sobre los hombres: al ejercicio de la soberanía o
señorío de Dios. Reino de Dios es lo mismo que Dios reina entre los
hombres. Por tanto, “cuando se dice reino de Dios, se designa un estado
de cosas donde solamente se hace lo que Dios quiere y se evita
totalmente lo que Dios no quiere” . Recordemos que en la oración del
Padrenuestro la súplica “venga a nosotros tu Reino”; va seguida de
“hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”. Es decir, para
que se establezca el reino de Dios entre los hombres, tenemos que estar
dispuestos a cumplir Su Voluntad.
Ahora
bien, en este capítulo cuarto Marcos nos presenta a Jesús que desde la
barca describe mediante parábolas el "desarrollo" o la "dinámica" propia
del Reinado de Dios. En total son tres parábolas, la del sembrador o de
los terrenos; la de la semilla que crece por sí misma y la del grano
del mostaza. Sólo estas dos últimas se leen en la liturgia de hoy.
En
primer lugar, Jesús dice que el Reino de Dios es como un hombre que
arroja el grano en la tierra. Notemos que esta es la única actividad de
"este hombre", que permanece anónimo. Una vez sembrada la semilla, el
tiempo va pasando, noche y día, mientras la semilla va siguiendo su
ritmo de desarrollo de modo autónomo o automático en relación con la
actividad y el saber humano. En aquel tiempo el crecimiento de la
semilla se consideraba un misterio que sólo Dios conocía y controlaba; y
aquí está el centro de atención de la parábola. Como bien nota J.
Gnilka, el hombre puede aparecer como un holgazán pero la intención es
justamente poner la atención en la actividad propia de la semilla, más
allá de la obra, del conocimiento y del control del labrador.
Este
proceso de crecimiento "automático" (cf. Mc 4,28 donde utiliza el
término griego αὐτóματos) se describe telegráficamente: tallo, espiga y
grano. Alcanzado este grado de desarrollo tenemos el grano abundante en
la espiga y luego viene la cosecha con la hoz.
Visto
esto, el mensaje de la parábola sobre la dinámica del Reino de Dios es
claro y nos lo explica bien E. Bianchi: “Esta es la gran fe de Jesús en
Dios, que debe ser también la nuestra: lo que importa es sembrar la
buena simiente del Reino, o sea, predisponer todo en la propia vida para
que el Reino de Dios pueda comenzar a manifestarse en la historia. Una
vez realizado lo que está en nuestra mano sólo queda tener paciencia […]
El labrador que ha arrojado la simiente ni debe preocuparse de ella ni
debe esforzarse por controlar su crecimiento, ya que amenazaría los
brotes: el tiempo de la siega, o sea la hora del juicio final (cf. Jl
4,13), llegará irremediablemente; y no a causa de los esfuerzos del
agricultor, sino como don de Dios que hace crecer el Reino y prepara la
hora de su plena manifestación”.
En
cierto sentido esta parábola completa la del sembrador (cf. Mc 4,1-9)
por cuanto quien ha sembrado en una persona la semilla de la Palabra
debe seguir con paciencia el proceso de su crecimiento dejando que la
fuerza de la semilla se desarrolle por sí misma.
El
relato sigue con otra introducción (4,30) para la siguiente parábola.
También se precisa aquí que el tema sobre el cual nos ilustrará mediante
la misma es el Reino de Dios.
La
parábola se centra y concentra en la semilla de mostaza, cuya pequeñez
era proverbial en tiempos de Jesús. La mostaza negra tiene un diámetro
de 1,6 mm; la blanca tiene el doble de diámetro. Y también se sabía de
su gran crecimiento, pues en el lago de Genesareth, por ejemplo, la
planta de mostaza crecida puede llegar hasta los tres metros de altura.
Por tanto, supera a todas las hortalizas y puede servir de cobijo para
los pájaros.
En
síntesis, el reino de Dios es presentado como algo inesperado,
incontrolable e irreversible. El crecimiento del reino de Dios sobre la
tierra no depende del ser humano, sino de Dios". Por ello, “los
cristianos no deben dejarse seducir por lo grandioso ni abatir por lo
pequeño: la fuerza del Reino, la fuerza del Evangelio no se mide con
criterios del mundo”
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso nos pide, hoy el Señor?
Marcos habla del reino de Dios y pone mucho énfasis en el vigor de sus
comienzos y de su capacidad de crecimiento. La virtud operativa de Dios
no depende de la voluntad del hombre, ni puede éste ponerla a
disposición suya. La virtud de Dios es fecunda en el mundo sin que pueda
limitar su eficacia, pero la confianza en el poder de Dios puede hacer
más fructífera la actividad humana. Pensemos en la lucha de los países
del tercer mundo reclamando igualdad, justicia y democracia. No tienen
un proyecto concreto, pero intuyen que pueden romper el esquema político
y social que los oprime y margina, y abrir nuevos caminos a la
convivencia y a la organización social y política.
El reino de Dios tiene sus propias leyes ocultas que condicionan el
proceso de su crecimiento. Muchas veces esas leyes se desarrollan a
ritmo lento y con ello desconciertan la impaciencia humana que desea y
exige resultados inmediatos, contantes y sonantes. La Iglesia está ahí
con sus enormes contrastes: sus grandezas y flaquezas, lo divino y lo
humano, sin que la anulen sus propias sombras. La Iglesia sigue siendo
una semilla con virtualidad de crecimiento, una luz que atrae y una
fuerza que arrastra aunque sea con la indignación de muchos. La Iglesia
tiene la misión de sembrar infatigablemente la semilla, pero es Dios
quien da el crecimiento. Lo importante es sembrar y regar aunque sean
otros los que, a su tiempo, vengan a meter la hoz en lo que no han
sembrado. El dueño de la viña es Dios. La creatividad humana es
actividad de siembra y esperanza confiada porque Dios hace su parte y la
hace bien, cuando nosotros hemos hecho nuestra parte.
El reino de Dios ha llegado con la presencia de Jesús, y se desarrolla.
Se puede hablar de logros, desarrollo y crecimiento, de servicios
prestados a la causa del hombre, que es también la causa de Dios. El
reino de Dios se desarrolla y gana ciudadanía cuando se implantan en la
compleja realidad social, valores humanos de pura raíz evangélica, como
la justicia social, la igualdad de todos los seres humanos, la
solidaridad, el deseo de paz, la corresponsabilidad, el respeto a la
persona.
Estamos pasando de una sociedad de creencias, en la que los individuos
actuaban movidos por una fe que les proporcionaba sentido, criterios y
normas de vida, a una sociedad de opiniones donde la religión va
perdiendo la autoridad que ha tenido durante siglos. Se ponen en
cuestión los sistemas de valores que orientaban el comportamiento de las
personas y de la sociedad. Se abandonan las antiguas razones de vivir, y
estamos viviendo una situación inédita. Ya no sirven los antiguos
puntos de referencia, y los nuevos aún no están bien definidos. Vivimos
una crisis de valores, sin puntos de referencia, sin límites: cada uno
tiene su propia opinión y decide su vida, a su manera. La libertad
personal es la ley suprema. Se toman decisiones, que no implican asumir
responsabilidades. Los valores fundamentales se definen por las
decisiones de la mayoría, por los votos electorales: el matrimonio
homosexual, el aborto, la eutanasia....Ya no es necesario que los
valores humanos primarios se fundamenten en ninguna tradición ni en un
sistema religioso.
El reino de Dios se desarrolla, pero cuesta creer en la actividad de
Dios. En medio de una mentalidad secular, religiosamente indiferente,
surgen apasionadas preguntas sobre el sentido de la vida. Es la semilla
que germina, porque el que pregunta sobre el sentido de la vida está
preguntando por Dios sin darse cuenta. En todo lo humano late la
presencia del Dios-Padre creador.
El
reino de Dios no es gestión de las políticas humanas. No debemos
reducir el misterio y la acción de Dios sólo a lo que nosotros vemos y
percibimos. Es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador,
pero en la semilla hay algo que no ha puesto él. Experimentar la vida
como regalo es probablemente una de las cosas que nos hacer vivir de
manera nueva, más atentos no sólo a lo que conseguimos con nuestro
trabajo, sino también a lo que se nos va dando de manera gratuita.
La acción de Dios y la fuerza vital de su Reino va más allá del ámbito
visible de la Iglesia. En ella todos los bautizados, pero muchos
bautizados no viven como cristianos. El reino Dios es más amplio y acoge
a todos los que están con Cristo, los que viven como discípulos porque
promueven y defienden la verdad, la justicia, la igualdad y la dignidad
de la persona. Porque Cristo se identifica con las víctimas de toda
marginación humana. Y le encontramos también a Cristo actuando en las
personas que defienden a las víctimas de todo tipo de injusticia y
discriminación.
El
grano de mostaza subraya el sorprendente y grandioso resultado final de
la acción de Dios, que alienta la esperanza en un futuro esplendoroso,
pero insistiendo al mismo tiempo en el decisivo valor del momento
presente. En la simplicidad y normalidad de cada día se esconde el
germen del reino de Dios y, si descuidamos lo cotidiano, corremos el
riesgo de perder la cita con lo eterno. Estamos en tiempo de siembra.
Sembrar los valores del evangelio, esa es ahora nuestra tarea.
Hoy, casi todo nos invita a vivir bajo el signo del activismo y la
productividad. En el fondo de nuestra conciencia moderna existe la
convicción de que, para dar el máximo sentido y plenitud a nuestra vida,
lo único importante es trabajar para sacarle el máximo rendimiento y
utilidad. Pero pensar y vivir así es estar al borde de dos graves
peligros. El primero es ahogarnos en el activismo y el trabajo.
Supervalorando nuestro poder y obrar, terminamos por creernos
indispensables, pues, pensamos que somos nosotros los que tenemos que
hacerlo todo. El segundo es hundirnos en el pesimismo y la resignación
al descubrir nuestra propia incapacidad y quedar aplastados por una
tarea que nos desborda. El que solamente pone el sentido de su vida en
la actividad, en el trabajo, en el rendimiento, corre el peligro de
sentirse inútil y fracasado cuando no consigue lo que había planificado.
No
es raro que a muchos les resulte difícil y embarazosa esta extraña
parábola de Jesús, donde se nos habla de una semilla que crece por sí
sola, sin que el labrador le proporcione con su trabajo la fuerza para
germinar y crecer. Es una parábola que no se presta a aplicaciones
prácticas ni nos dice lo que tenemos que hacer. Sólo nos recuerda que en
la semilla hay una fuerza vital que no se debe a nuestro esfuerzo. La
vida no se reduce a actividad y trabajo, es un misterio más profundo.
Está impregnada de gracia. Es regalo y don. Lo gratuito nos envuelve.
Nuestra primera ocupación es respetar y acoger la acción del Espíritu
capaz de hacer crecer el Reino en nuestra existencia. Por eso, el estado
de ánimo propio del creyente no es el activismo y el esfuerzo, sino la
admiración maravillada y el gozo agradecido por todo o que hemos
recibido, y seguimos recibiendo.
¿Qué podemos hacer frente a la avalancha de malas noticias? ¿Qué
podemos hacer para que el reino de Dios se manifieste y crezca? La
mayoría pensamos que muy poco, y que ya tenemos de sobra con librarnos
nosotros de la problemática que nos rodea. Y no es así. La parábola del
grano de mostaza es una llamada dirigida a todos, una invitación a
seguir sembrando las pequeñas semillas de los valores del Reino para que
nazca la nueva humanidad. Jesús no habla de grandes cosas. El reino de
Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar
tan desapercibido como un grano de mostaza. Pero es algo que está
llamado a crecer y fructificar de manera insospechada. Quizá necesitemos
todos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños
gestos. Probablemente no estemos llamados a ser héroes ni mártires cada
día, pero a todos se nos invita a vivir sembrando felicidad en cada
rincón de nuestro pequeño mundo.
Estas parábolas no quieren decirnos que el reino de Dios vendrá en el
futuro, o que los fracasos de hoy se convertirán en triunfos mañana.
Quieren hacernos comprender el significado decisivo del tiempo presente,
del aquí y el ahora de nuestra historia. Nos invitan a tomar en serio
todas las oportunidades presentes, por pequeñas que parezcan. En ellas
se esconde la presencia del Reino, y ese es el campo de nuestra siembra,
en medio de las oposiciones, los fracasos y los triunfos.
A pesar de todo, detrás de esta sociedad hay un colectivo admirable que
nos recuerda también hoy, la grandeza que se encierra en el ser humano.
Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los
que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de un
mundo competitivo, ellos son portadores de una cultura de la gratuidad.
No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien
gratuitamente. Los podemos encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos,
cuidando ancianos solos, atendiendo a vagabundos, con los chicos de la
calle, o trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su trabajo está movido por el amor. Por eso
no cualquiera puede ser un verdadero voluntario. Al final de la vida se
nos juzgará por el amor: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve
sed”… Ahí está la verdad última de nuestra vida. Sembrando humanidad
estamos abriendo caminos al reino de Dios.
El discípulo ha de ver en todo esto la presencia de Dios y asumirlo,
como creyente, en actitud de paciencia histórica. Una visión superficial
de lo que sucede en el mundo y de lo que nosotros hacemos puede
llevarnos a la desazón y desesperanza. Sólo quien vive y discierne como
Jesús, comprende los caminos de Dios, y sabe vivir con gozo y paciencia
las situaciones oscuras de la vida y de la historia, esperando, con
vencidos, que el resultado final será maravilloso.
Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los
ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que
hacer lo que nos toca a cada uno: Es dejar hacer y dejarse hacer por
Cristo
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
¿Soy
consciente de que mi tarea como cristiano es sembrar los valores del
Reino en el ambiente en que vivo, con obras y con palabras?
El
Reino, que empieza como una pequeña semilla, se convierte en una
estructura grande de acogida y de servicio a los demás. ¿Cómo me ubico
en este proceso, como simple acogido, o como agente de acogida y como
artífice de ese mundo nuevo?
¿Soy
consciente de ser esa semilla que está creciendo y madurando? ¿Tengo
paciencia conmigo mismo para dejarme crecer y hacerme más persona, y
abierta a los demás?
Fuente: P. Jose Pagola, P. Felipe Mayordomo, CELAM
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