Domingo de PENTECOSTÉS Ciclo B 20 de Mayo 2018
Evangelio: Jn 20,19-23
Al atardecer
de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas
bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les
dice: La paz esté con ustedes.
Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió:
La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes. Al
decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a
quienes se los retengan les quedarán retenidos.
1.- ¿Qué nos quieren decir Juan en
este pasaje?
Si la Pascua es el paso del Señor,
Pentecostés es la permanencia y plenitud de la Pascua. Por eso Jesús promete su
Espíritu como una presencia permanente y dinámica en la Iglesia, que interpela
a cada uno, solicitando decisiones personales tomadas con plena libertad.
En el Sinaí nació el pueblo de Dios,
hoy nace un mundo nuevo con el mismo estallido de fuego, viento y ruido. El
Espíritu es la fuerza renovadora y unificadora de Dios que convoca alrededor de
los apóstoles a la nueva humanidad. La efusión del Espíritu es el cumplimiento
de la promesa de Jesús: "Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo” y
recibirán fuerza para ser mis testigos. En el primer Pentecostés el Espíritu
Santo hizo desaparecer las barreras del lenguaje y toda diferencia de raza,
estado social, origen o color: todos se entendían y alababan unánimes a Dios.
Toda la vida y actividad de Jesús
está conducida por el Espíritu Santo: desciende sobre María en la Encarnación,
sobre Jesús en el bautismo, sobre su cuerpo para resucitarlo y ahora, en
Pentecostés, para hacer nacer la Iglesia. El Espíritu no actúa como fuerza
anónima sino como el Espíritu del Padre, que se nos da como ley interior y
principio de una vida nueva en la que no cabe el pecado. Los apóstoles llenos
de ese Espíritu, son enviados a anunciar el comienzo de la nueva creación para
una humanidad nueva. Desde entonces el Espíritu ha trasformado muchos
corazones, ha inspirado muchas formas de vida, y ha impregnado muchas
estructuras, del mensaje del Evangelio.
El Espíritu, que nos llama a la
unidad, nos hace libres y diferentes, para que, siendo nosotros mismos, podamos
ser cada uno, una obra original de Dios, poniendo la propia riqueza al servicio
de todos y, construyendo una Iglesia que sea lugar de encuentro y comunión para
todos, y con todos.
Si recibimos de verdad el Espíritu,
todo va a cambiar. Donde hay Espíritu hay libertad y los que se dejan conducir
por el Espíritu son de verdad hijos de Dios, y hermanos de todos. Esta ley
interior es la que debe dirigir la conducta del creyente inspirándole el
discernimiento del bien para optar libremente por él, sin necesidad de una ley
exterior Si el Espíritu vive en nosotros, nosotros viviremos como Él y haremos
sus obras, si nos dejamos guiar por Él.
El domingo de Pentecostés culmina la
fiesta de Pascua con el nacimiento de la Iglesia, como una nueva creación en la
que el Espíritu de Dios, que planeaba sobre las aguas al principio de la creación,
desciende ahora en forma de lenguas de fuego y viento huracanado para renovar
la tierra. El libro de los Hechos describe el acontecimiento como espectacular
y ruidoso.
El evangelio de Juan habla de una
comunicación menos llamativa, pero densa en contenido. Jesús se hace presente
en medio de los discípulos, y con un soplo simbólico, como en la creación de
Adán, les comunica el Espíritu Santo, y quedan renovados, transformados,
recreados como mujeres y hombres nuevos, para ser la nueva humanidad, y empezar
la nueva creación.
2.- ¿Qué mensaje nos trae la Palabra, y qué compromiso nos pide el Señor?
Jesús había dicho: “He venido a
traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”. El Espíritu Santo prende ese
fuego en el barro de que está hecho el ser humano. Y los apóstoles salen y
hablan con fuego en la boca y en el corazón. El Espíritu Santo es radical, toma
de raíz al ser humano para prender con fuego su corazón. Solo desde dentro
podrá el ser humano descubrir el camino de la nueva vida.
La palabra Espíritu, significa soplo, viento. Es el aliento divino que infundió
la vida en Adán, al comienzo de la Creación. Es el Espíritu de Dios que
planeaba sobre las aguas haciéndolas fecundas, y el que, más tarde, inspirará a
los profetas para que hablen en nombre de Dios
Lucas describe en detalle el
fenómeno de Pentecostés: Como en el Sinaí, en la primera Alianza, hay también
en el Cenáculo viento y fuego, creación de vida nueva y de un pueblo nuevo.
Todos los presentes quedan llenos de ese Espíritu, transformados, primero
ellos, para transformar luego la faz de la tierra como pedimos al Señor: Envía tu Espíritu y renueva la faz de la
tierra. Pero ¿podremos transformar este mundo, si no hemos sido transformamos
nosotros primero?
Él nos ayuda a superar progresivamente
lo negativo de nuestra conducta para transformarlo en positivo, y poco a poco
se deberá ir transformando nuestra mente para ver las cosas de manera nueva y ver
el mundo con los ojos de Dios: para descubrir lo positivo que hay en nuestra
vida, y todo lo nuevo que va naciendo dentro de nosotros y en nuestro mundo.
Contra las amenazas a la vida está
la fuerza creadora del Espíritu. Frente a los odios, violencias y muerte, existe
la otra cara de la realidad: La manifestación del Espíritu presente y activo en
los que se han llenado del Espíritu Santo y se dejan guiar por Él. El grupo
inmenso de los pacíficos, de los que aman, de los que se solidarizan con los
que sufren, de los que comparten lo suyo.
Para llevar adelante su misión, el Espíritu transforma
el corazón del discípulo y de la comunidad. Él es esa potencia interior que
armoniza cada corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los
hermanos como Él los amó. El Espíritu es también la fuerza que transforma el
corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del
Padre, para hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia.
1.- El Espíritu Santo es el don del
Señor Resucitado.
Es el Espíritu de Jesús, que
descendió visiblemente y actuó poderosamente en los apóstoles el día de
Pentecostés, y viene a habitar en nosotros, convirtiéndonos en templos suyos
por el Bautismo, en testigos creíbles del Evangelio en la Confirmación. Que
manifiesta su presencia en el entusiasmo y en la alegría de vivir, y que actúa
ahora en nosotros, para hacernos mujeres y hombres nuevos, y, a través de
nosotros, transformar el mundo para llevar a plenitud el Reino de Dios,
anunciado e iniciado por Jesús, como un mundo nuevo, justo solidario y fraterno,
según el proyecto de Dios.
La obra santificadora del Espíritu
Santo, nos invita a profundizar en el Sacramento de la Confirmación como
culminación del Bautismo, imprimiendo en nosotros la imagen de Jesús para que,
cada uno de nosotros, sea hoy, otro Jesús, teniendo sus sentimientos, pensando
como pensó él, viviendo y actuando como actuaría él aquí, ahora en esta
circunstancia concreta. El dinamismo del Espíritu Santo nos mueve y nos va
transformando en personas nuevas, y adultas en la fe.
2.- El Espíritu Santo actúa en
nosotros para hacernos testigos y mensajeros de Cristo.
La tarea del Espíritu Santo, es
transformar nuestra vida. Nos cambia el corazón, nos renueva y nos purifica
para convertirnos en las mujeres y los hombres resucitados, aceptando la vocación
de ser testigo de Cristo: por el amor que entregan a los hermanos, por su
alegría y por su entusiasmo, por su esperanza ante el dolor, y por su lucha por
la verdad y la justicia.
El testimonio, no se dice, se
practica, se vive, se contagia. Se demuestra cada día con mil gestos, en la
amistad, en el trabajo, en los negocios, en las fiestas. En la vida personal,
familiar, social y política. Sin la fuerza del Espíritu, seríamos derrotados
por la cobardía, la mediocridad y el fatalismo. El Espíritu Santo nos ayuda a
descubrir la alegría de vivir y nos fortalece en la adversidad.
Somos cristianos en la medida en que
testimoniamos que Dios ama y salva a toda persona y a la humanidad entera. Él
nos hace capaces de contemplar con los ojos de Dios, tanto nuestra propia vida como
la de nuestro prójimo. De amar a nuestros hermanos con el mismo corazón con que
los amó Jesús: comprendiéndolos, perdonándolos, ayudándolos y consolándolos.
Estando cerca de ellos en toda circunstancia, desde la más alegre, hasta la más
triste.
3.- El Espíritu santo actúa a través
de nosotros para construir la Iglesia comunidad.
El Espíritu Santo, ayudará a la
Iglesia a asumir los nuevos desafíos que nos presenta el Tercer Milenio,
pasando de una Iglesia masa, a una Iglesia comunidad más confiada en Dios y más
comprometida en su misión de ser levadura para transforma el mundo. Una Iglesia
animadora, presente en todos los campos de la sociedad, para impulsar la
capacidad y la calidad del progreso de la humanidad. Una Iglesia Luz del Mundo,
que ilumina y motiva los proyectos y la acción de los hombres que sueñan con
formar la gran familia humana, por encima de las diferencias culturales y
religiosas que nos separan, y enfrentan a los unos contra los otros.
4.- El Espíritu Santo actúa, a
través de nosotros, para construir el Reino de Dios.
La presencia del Espíritu Santo es
siempre dinámica. Él está en todo lo creado, impulsando la Nueva Creación. Él
santifica al ser humano, cambiando su mente y su corazón, y consagra el trabajo
de sus manos, realizando la divinización de todo lo creado. El Espíritu Santo
es el protagonista de la construcción del Reino de Dios en el curso de la historia,
que se va haciendo realidad en el mundo nuevo, más justo solidario y fraterno
que estamos construyendo.
La presencia del Espíritu Santo nos
exige concretizar, en formas humanas, el proyecto de fraternidad de Jesús, que
rompe y transforma los límites de la organización social, y los proyectos
políticos que siempre resultan incompletos, y que nos compromete a todos a
luchar permanentemente para acercarnos cada vez más al ideal, al proyecto de
Dios manifestado por Jesús.
El Espíritu Santo, nos ayudará a
asumir, con lucidez los desafíos del Siglo XXI: las transformaciones sociales,
la dignidad de la persona, la igualdad entre hombre y mujer, la conciencia de
un destino común para todos los pueblos, donde todos sean los protagonistas de
su propio destino, la cultura de la solidaridad que lleve a una economía
solidaria, un mundo marcado por la esperanza de que los sueños de fraternidad y
de justicia, se van haciendo realidad, según el proyecto de Dios.
Donde se ayuda al necesitado y se
atiende al enfermo, al refugiado y al abandonado. Donde los hombres y mujeres
se ponen en marcha para anunciar el Evangelio con riesgo de su vida, y donde la
comunidad de creyentes se reúne para orar y cantar las maravillas del Señor,
allí está actuando el Espíritu Santo. Cuando hablamos el lenguaje de la
solidaridad con los necesitados, nos entenderán todos, porque estamos hablando
la lengua de Jesús, el idioma del amor.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?
·
¿Tengo clara cuál es la misión del Espíritu Santo, y permito que su fuerza
transforme mi vida?
·
Si soy templo del Espíritu Santo, ¿se nota y se transparenta su presencia
en mi vida?
·
Si el Espíritu Santo tiene la tarea de transformar el mundo, con los
valores del Evangelio, a través de nosotros, ¿me siento implicado y
comprometido en esa tarea?
Autor: P. Felipe Mayordomo A.
Sintesis: Jorge Mogrovejo M.
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