viernes, 10 de agosto de 2018

Comentario al Evangelio del XIX Domingo de Tiempo Ordinario (12 de Agosto del 2018)


DOMINGO XIX B 12 Agosto 2018

Evangelio Según San Jn 6,41-51

Los judíos murmuraban porque había dicho que era el pan bajado del cielo; y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que ha bajado del cielo? Jesús les dijo: No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré el último día. Los profetas han escrito que todos serán discípulos de Dios. Quien escucha al Padre y aprende vendrá a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino el que está junto al Padre; ése ha visto al Padre. Les aseguro que quien cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá siempre. El pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne. 

1.- ¿Qué nos quiere decir Juan en este evangelio?

El evangelio este domingo continúa el discurso y la polémica sobre el pan de vida. El evangelista no pierde ninguna oportunidad para establecer la conexión la multiplicación de los panes y el discurso sobre el pan de vida. Juan nos coloca frente a frente con Jesús en su realidad humana, en cuanto “Verbo hecho Carne”, y en su realidad divina, en cuanto Pan “bajado del cielo”. En medio de estos dos polos, el de la divinidad y el de la humanidad, se coloca una vez más el término “Pan”, que adquiere ahora un sentido más profundo. 

La Palabra (=Verbo) se hace “carne” y la “carne” se ofrece como el “pan”. Así como Dios actúa desde el cielo para vivificar el mundo, en la Eucaristía se encuentra el doble movimiento: El de la oblación sacrificial de Jesús que va camino hacia el Padre, y en esa entrega pone al hombre en la dirección de la comunión de vida con Dios. Y el don del Padre que, ofrece a su querido Hijo para salvar al mundo. 

Pero frente a esta “revelación” cuenta mucho la actitud de parte de la persona. En el pasaje que leemos este domingo notamos un giro importante. La multitud buscadora, sedienta de conocimiento de Dios, a la que Jesús llevó pedagógicamente a esta toma de conciencia, se comporta ahora como los judíos incrédulos de otros tiempos en el desierto, cuando ponían en duda la capacidad de Dios para salvarlos. 

Jesús acababa de presentarse como el “Pan de la Vida” y dice claramente que su misión de “dar la vida”, que viene del Padre: “He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. Y que después se presentará como el “Pan bajado del Cielo 

El evangelista hace notar que los oyentes de la catequesis no comprenden que el término “pan” es sinónimo de “Palabra” identificada con Jesús, que al “escucharla” se convierte en invitación a la cena, en asimilación, en nutrición, en vida y resurrección. 

En Juan, la bellísima expresión “Pan de Vida”, significa ante todo “Palabra que hay que acoger (=creer) y en encarnar (=comer)”, su verdadero sentido es “Pan de vida = Palabra hecha carne”. La palabra griega “carne” que utiliza Juan en este pasaje es la misma que utiliza para designar la encarnación. El Logos-Palabra se hizo “carne”. La eucaristía es la prolongación de la encarnación. 

Los términos del pasaje que nos ofrece la liturgia de este domingo, nos muestran que la Eucaristía, “Pan vivo bajado del cielo”, acogida en el hoy de nuestra fe, nos coloca de manera permanente frente a la gran riqueza de la persona de Jesús y de la totalidad de su obra en el mundo. Porque, la Eucaristía es una síntesis del Evangelio. 

La catequesis sobre el “Pan de Vida” nos coloca ante una cascada de sentimientos, de imágenes, de afirmaciones cristológicas que hay que saborear una por una, para luego hacer la síntesis en el corazón. El capítulo 6 de Juan está construido de tal manera que nos involucra en la conversación que lo atraviesa del comienzo al fin, provocando también en nosotros un coloquio serio y profundo con Jesús. Este es un pasaje en el que el paso a la meditación y a la oración es casi inmediato. Las partes del capítulo están conectadas por siete preguntas y dos afirmaciones fuertes que articulan una confesión de fe: 

El pasaje de hoy corresponde a la cuarta pregunta: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora ‘he bajado del cielo’?”. Ante la revelación sobre el origen de su vida y de su obra, comienzan una serie de preguntas contestatarias, calificadas por el evangelista de “murmuraciones”, término técnico de la Biblia para expresar las resistencias para creer. 

Pero es en este momento de crisis, Jesús va a dar nuevas indicaciones para que se pueda comprender la naturaleza de su persona y de su misión. Eso es lo que lo hace distinto y capaz de cumplir con la promesa de vida y de salvación que ha hecho. Con fuertes argumentos bíblicos Jesús no les deja a sus oyentes más que dos alternativas: aceptarle o rechazarle. Jesús es el don del “Pan-Palabra” que baja del cielo. Y es el don del “Pan-Carne” que se nos da en alimento. 

Por detrás de la objeción que le plantean a Jesús está el tema de la murmuración del pueblo de Israel en el camino del desierto durante el éxodo (Éxodo 15,24; 16,2.7.12; 17,3; Nm 11,1). Tampoco ahora reconocen a Jesús como el enviado del Padre. Se escandalizan por su origen humilde. 

Jesús responde así: la fe es, a final de cuentas, un don de Dios, en forma de enseñanza. Quien acoge esta enseñanza, se abre a Dios. Jesús cita Isaías 54,13. Las murmuraciones son el resultado de la resistencia, como ocurrió en el éxodo, para no dejarse conducir por Dios. 

El verbo “comer” ayuda a estructurar esta parte del discurso. Pasamos del acento existencial al acento sacramental-eucarístico. Aquí, la diferencia entre Moisés y Jesús es radical: El maná era simplemente un alimento material. Ahora Jesús mismo, es el verdadero maná que alimenta para la vida eterna. En la frase “Mi carne para la vida del mundo” hay que entender “carne” como el cuerpo de Jesús entregado en la Cruz. El “para”, término que también aparece en los relatos de la institución de la Eucaristía en los otros evangelios, señala el sentido de la muerte sacrificial de Jesús. 

2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor? 

Muchos de nosotros, nacidos en familias creyentes, bautizados a los pocos días de vida y educados en un ambiente cristiano, hemos respirado la fe de manera tan natural que podemos llegar a pensar que lo normal es ser creyente. Pero no nos damos cuenta de que la fe no es algo natural, sino un don. No son los no creyentes los extraños, sino que los que resultamos más extraños somos nosotros. 

El encuentro con increyentes, que manifiestan honradamente sus dudas e incertidumbres, nos puede ayudar hoy a los cristianos a vivir la fe de manera más realista y humilde, pero también con mayor gozo y agradecimiento. Los creyentes deberíamos escuchar hoy, de manera muy particular, las palabras de Jesús: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Más que llenar muestro corazón de críticas amargas, deberíamos abrirnos a la acción del Padre. Porque para creer es importante enfrentarse a la propia vida con sinceridad total, pero lo decisivo es dejarse guiar por la mano amorosa de ese Dios que conduce misericordiosamente nuestra vida. 

El evangelio de hoy nos recuerda unas palabras de Jesús que nos pueden dejar un tanto descorazonados: “Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna”. La expresión “vida eterna” no significa una vida después de la muerte, sino una vida plena, de profundidad y calidad, que va más allá de nosotros mismos, porque ya es, desde ahora, una participación en la vida misma de Dios. 

La tarea más apasionante que tenemos, ante nosotros mismos, es la de vivir en plenitud humana, creciendo como personas. Porque los cristianos creemos que la manera más auténtica de vivir como personas es la que nace de una adhesión total a Jesucristo. Quizá tengamos que empezar por creer que nuestra vida puede ser más plena y profunda, más libre y gozosa. Quizás tengamos que atrevernos a vivir evangélicamente, pues hay una vida, una plenitud, un dinamismo, una libertad, y una ternura que el mundo no puede dar. Una vida que solo alcanza a descubrir quien acierta a enraizar su vida en Jesucristo. 

La incredulidad es una tentación siempre presente en nuestra vida, que empieza a echar raíces en nuestro corazón desde el momento mismo en que vamos organizando la existencia de espaldas a Dios. Vivimos en una sociedad donde Dios ya no está de moda. Donde él ha quedado arrinconado en algún lugar muy secundario de nuestra vida como algo poco importante. Lo más fácil es vivir “pasando de Dios”. 

¿Qué puede significar hoy, para muchos, la invitación de Jesús a vivir como discípulos de Dios, escuchando lo que dice el Padre? No es que Dios no hable ya. Es que llenos de ruido, avidez de posesiones y autosuficiencia, no sabemos percibir la presencia del que habita entre nosotros, del que se ha hecho como nosotros, del que sigue dándose y encarnándose en el reverso de la historia. Cuando no se escucha la llamada de Dios es fácil escuchar los intereses egoístas de cada uno, las razones de la eficacia inmediata, el miedo de correr riesgos excesivos y la satisfacción de nuestros deseos por encima de todo. 

El cristiano debe creer en Jesús y en sus palabras. Creer que él es el pan de la vida. Creer que vive en el pan roto y compartido, que es banquete de los pobres y botín de mendigos. Creer en los hechos de Dios que nos plenifican y nos dan vida. Creer en los hechos de Dios y de las personas entregadas. Creer que del cielo solo baja vida, utopía, solidaridad, paz y alimento. Creer en Jesús: en su humanidad, en su encarnación, en su señorío, en su presencia en nosotros. 

En la primera parte del discurso del pan de vida, el protagonista es el Padre, y se habla de la fe en cristo, de creer en Cristo, de creerle a Cristo. En la segunda parte se habla de la eucaristía. El protagonista es Jesús que da su carne y su sangre. Ya no se trata de “creer” en Jesús, sino de “comer” su carne. 

Necesitamos la fe para prepararnos al banquete eucarístico. Se nos invita a “creer” en Cristo antes de “comerle” sacramentalmente. El mismo Cristo nos prepara y nos abre el apetito para comer el pan eucarístico, partiendo abundantemente, para nosotros, el pan de la Palabra: si escuchamos las lecturas bíblicas como Palabra de Dios, y las aceptamos como norma de vida, porque creemos en él. 

La Eucaristía, “pan vivo bajado del cielo” y “carne para la vida del mundo”, destaca el realismo sacramental. Es un pasaje estrictamente eucarístico. Se habla de “comida” y “alimento”. Es necesario “comer la carne” y “beber la sangre”, que el evangelista insiste en que es verdadera comida y bebida. Frente a la confusión de sus discípulos, Jesús, no hizo ningún esfuerzo por suavizar su lenguaje tan duro y realista. No pidió disculpas por ser tan radical, sino que reafirmó su mensaje. Compartiendo la “carne real”, sacrificada y resucitada de Cristo y “su sangre” derramada en la cruz, la Iglesia se convierte en cuerpo de Cristo. 

La eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. Y la fe, llega su sentido pleno, cuando desemboca en la eucaristía. Ambas deben conducir a la vida en Cristo: a creer en Cristo, a comer a Cristo, para vivir en Cristo, y vivir como Cristo. 

Porque es cena que invita a la relación estrecha y a la encarnación que nos asimila Cristo, la Eucaristía es ágape fraterno en el encuentro festivo de Jesús con el hombre pecador. Es una gran acción de gracias al Dios que da la vida, los frutos de la tierra y la comunión entre los hombres. Es el signo del entregarse del Hijo bajado del cielo en su camino hacia la casa del Padre y, por eso, redención y comienzo de la resurrección. Cada celebración eucarística debería ser una explosión de alegría y vivísima gratitud. 

Meditemos la oración de la primitiva Iglesia, en la “Didajé”, texto de finales del siglo I dC, reflejo de los antiguos rituales de los primeros cristianos, podría ayudarnos a darle a la vida sabor de eucaristía. 

3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, Señor? 
  • ¿Qué mensaje me trae este pasaje del evangelio de hoy? 
  • Los domingos voy a oír misa, o ¿voy a alimentar mi fe con el Pan de la Palabra y mi vida con el Pan de la Eucaristía? 
  • ¿Cómo deberíamos celebrar nuestra Eucaristía dominical siguiendo estas reflexiones?


Autor: Varios
Sintesis: Jorge Mogrovejo M.

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