domingo, 24 de junio de 2018

Evangelio del Domingo 24 de Junio 2018 (XII Domingo Tiempo Ordinario)

Evangelio segun San Lucas 1, 57-66.80
XII Domingo de Tiempo Ordinario
Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista
Cuando a Isabel se le cumplió el tiempo del parto, dio a luz un hijo. Los vecinos y parientes, al enterarse de que el Señor la había tratado con tanta misericordia, se alegraron con ella. Al octavo día fueron a circuncidarlo y querían llamarlo como su padre, Zacarías. Pero la madre intervino: —No; se tiene que llamar Juan. Le decían que nadie en la parentela llevaba ese nombre. Preguntaron por señas al padre qué nombre quería darle. Pidió una pizarra y escribió: Su nombre es Juan. Todos se asombraron. En ese instante se le soltó la boca y la lengua y se puso a hablar bendiciendo a Dios. Todos los vecinos quedaron asombrados; lo sucedido se contó por toda la serranía de Judea y los que lo oían reflexionaban diciéndose: —¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor lo acompañaba. El niño crecía, se fortalecía espiritual- mente y vivió en el desierto hasta el día en que se presentó a Israel.

1. Que nos quiere decir Lucas en este Evangelio?
Importa recordar que el evangelio de Lucas comienza narrando la concepción de Juan el Bautista y, para ello, presenta primero a sus padres: “un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada” (Lc 1,5-7). Queda claro que Dios ha intervenido especialmente en este nacimiento y que el mismo es el cumplimiento de lo anunciado por el ángel: "Pero el Ángel le dijo: "No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento" (Lc 1,13-14). Con todo esto se quiere señalar que este nacimiento forma parte del plan de Dios sobre el mundo.

Luego se desarrolla la sorpresa en relación al nombre del niño que fue dado por el Ángel: Juan. En aquellos tiempos la imposición del nombre era un derecho del padre, por ello la intervención de Zacarías termina toda discusión al respecto. El nombre de Juan tiene su valor simbólico pues significa: Dios es clemente o Dios muestra su gracia. Este nombre, puesto por inspiración divina, indica que su misión será anunciar un tiempo de gracia de parte de Dios: el tiempo de la venida del Mesías.

El texto termina señalando que esta misión se manifestará a su debido tiempo, pues se respeta el proceso natural del crecimiento humano de Juan Bautista. Mientras tanto, Juan Bautista se retira al desierto para prepararse a su misión, pues los grandes profetas y líderes se han preparado en la soledad donde resuena más y mejor la Palabra del Señor.

En el contexto del evangelio lo importante es que "en torno a Juan y luego con Jesús, la salvación vuelve a hacerse actual y la palabra de Dios se hace oír de nuevo. Sin embargo, este cumplimiento no tiene lugar inmediatamente; hay que contar con el tiempo. Los meses de gestación de Isabel son señal de esto. La Biblia cuenta por tanto con una maduración natural del milagro", sin embargo hay que tener en cuenta que mientras para Marcos el tiempo del evangelio comenzaba con la predicación de Juan Bautista (Mc 1,1-8), Lucas sitúa a Juan todavía en el tiempo de la promesa ya que el tiempo del cumplimiento, del hoy salvífico, comienza en Lc 4,21.
 
Puede que tenga razón H. U. von Balthasar cuando dice que no hay figura más solitaria en la Biblia que Juan el Bautista ya que no pertenece del todo ni al Antiguo ni al Nuevo Testamento, su misión es: ser un profeta de transición. Recibió el encargo de preparar el camino del Señor que viene y, por tanto, llegado el gran momento, fue necesario que el disminuyese para que Cristo creciera (cf. Jn 3,30). Con suprema humildad dejó que el verdadero Salvador de los hombres ocupase su lugar. Y se alegró de ello como el amigo del novio se alegraba al oír la voz del novio (cf. Jn 3,29). Y más aún, según A. von Speyr "en su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne".

Cada año celebramos el nacimiento de Juan el Bautista para ayudarnos a reconocer que no hemos llegado a la plenitud, que en parte seguimos anclados en el Antiguo Testamento; pero con la certeza que lo nuevo ya ha comenzado para nosotros. Por ello se festeja en un clima de gran alegría, sobre la que insisten tanto las oraciones como el prefacio de la misa de esta solemnidad. Así, también en nosotros como Iglesia, Juan el Bautista ejerce su misión profética ayudándonos a pasar de lo antiguo a lo nuevo y enseñándonos, en síntesis, que Dios sorprende, pero no improvisa.

Y más actual aún es la misión de Juan Bautista por cuanto nosotros hoy estamos viviendo una etapa de transición en el mundo. No sólo una época de cambios sino un cambio de época (NMA nº 24). Hay un modo de sentir, de vivir y de expresarse que está desapareciendo; y está dejando lugar un modo nuevo que está surgiendo.

Esta nueva situación requiere, sin lugar a dudas, profetas de transición que preparen el camino del Señor en esta cultura que está en plena gestación y, ante la cual, todavía no terminamos de ver qué dará a luz. Por eso la actitud básica que necesitamos es el discernimiento entre lo esencial de mi fe que no pasa y lo accidental que pasa.

Un ejemplo claro de esto es la propuesta para la pastoral juvenil que hizo el Papa Francisco en diálogo con los jesuitas durante su viaje apostólico a Colombia: “Ponerlos en movimiento, en acción. Hoy la pastoral juvenil de pequeños grupos y de pura reflexión, no funciona más. La pastoral de jóvenes quietos no anda. Al joven lo tienes que poner en movimiento: sea o no sea practicante, hay que meterlo en movimiento. Si es creyente, te resultará más fácil conducirlo. Si no es creyente, hay que dejar que la vida misma sea la que lo vaya interpelando, pero estando en movimiento y acompañado; sin imponerle cosas, pero acompañándolo... en voluntariados, en trabajos con ancianos, en trabajos de alfabetización… en todos los modos que son afines a los jóvenes. Si nosotros ponemos al joven en movimiento, lo ponemos en una dinámica en la que el Señor le empieza a hablar y comienza a moverle el corazón. No seremos nosotros los que le vamos a mover el corazón con nuestras argumentaciones, a lo más lo ayudaremos, con la mente, cuando el corazón se mueve.”
 
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor? A diferencia de los demás santos, de Juan Bautista celebramos la fiesta de su nacimiento, porque en este hecho el evangelio de Lucas ve ya presente la alegría de la salvación mesiánica. Juan es el precursor del Mesías, es decir, el que invita al pueblo a la conversión para recibir la venida del Señor. En el Jordán se reúne un amplio número de gente que busca esa conversión que él certifica con el rito del bautismo. Hombre austero y totalmente entregado a su misión. Por su rectitud será encarcelado y ejecutado por Herodes.

El Benedictus que Lucas pone en labios de Zacarías, nos ayuda a comprender el sentido que tiene la venida del Mesías. Los nombres de la familia del Precursor son todo un programa: Isabel significa “Dios juró”, Zacarías, “Dios se ha acordado”, y Juan, “Dios hace misericordia”. En el Benedictus cantamos que todo lo anunciado por los profetas se ha cumplido en la casa de David, su siervo. Y en el nacimiento de Jesús es cuando definitivamente se ha mostrado la fidelidad y el amor de Dios.

Este hermoso canto la ha hecho suyo la comunidad eclesial desde hace más de dos mil años. Lo canta cada día en la oración matutina de Laudes, recordando “el sol que nace de lo alto”, que para nosotros es Cristo Jesús, que quiere iluminar a todos los que caminamos en la tiniebla, y comprometiéndonos a servirle en santidad y justicia en su presencia todos nuestros días, y guiar nuestros pasos por el camino de la paz a lo largo de la jornada.

El canto de Zacarías constituye un testimonio de la profunda unidad de la historia de la salvación: promesas y cumplimiento. La exigencia social de las promesas de Israel, justicia, paz, victoria sobre las fuerzas opresoras que se realizan en el proyecto de Jesús.

a.- Niños no deseados.
El nacimiento de Juan, niño no esperado, se vivió con júbilo y alegría a pesar de que rompía todos los esquemas de la tradición. Hoy son muchos los niños no deseados cuyos nacimientos ya no son buena noticia ni producen alegría, sino que aparecen como cargas pesadas. Esos niños, no deseados, han dejado de ser una manifestación de la bondad de Dios y de la alegría de los nuevos tiempos.

b.- Situarnos en la historia.
Hay personas que viven ancladas en el pasado o al margen de los acontecimientos históricos. No esperan ninguna novedad, ni la liberación de Dios. Unas han perdido la esperanza, otras no la necesitan porque, aparentemente, lo tienen todo y lo que anhelan es perpetuar su actual situación y su calidad de vida. Han olvidado que el plan de Dios es una oferta que nos renueva e impulsa cada día a construir un mundo más humano y mejor para todos. No creer en su promesa es vivir mudos como Zacarías. Entrar en la dinámica del proyecto de Dios es recuperar el habla y encontrar la luz en medio de las tinieblas y sombras.

c.- Dios se hace presente en los acontecimientos de la vida. Frente a la extendida costumbre, e insensata inclinación psicológica, de ver la presencia y la visita de Dios en los acontecimientos catastróficos, accidentes, desgracias, calamidades, enfermedades, Lucas nos lleva a percibir dicha presencia y visita en acontecimientos llenos de vida y alegría, en las manifestaciones positivas de la historia cotidiana: en un niño que nace, en un anciano que cambia, en una mujer que es liberada de su oprobio, en un pueblo que disfruta los momentos felices.

d.- Aprendiendo de un viejo. De Zacarías podemos aprender muchas cosas. La primera y más elemental es a convertirse, a cambiar, a pasar de la incredulidad a la fe. No fue fácil el camino que tuvo que recorrer: dar crédito a Dios conlleva, casi siempre, romper muchos esquemas y costumbres que han adquirido cara de ciudanía. También podemos aprender el silencio, el no estorbar, el no ser obstáculo para el proyecto de Dios. Pero también podemos aprender la alabanza y la alegría, el no callarnos cuando Dios nos manda hablar Y el estar siempre en el lugar preciso para escuchar, recibir, callar, afirmar o cantar.

f.- Vivir en santidad y justicia.
Es inútil soñar en liberaciones personales y sociales si no somos capaces de vivir/servir en santidad y justicia. Se trata de dos palabas de neto corte bíblico que es necesario explicar para no caer en una ingenua interpretación: vivir en santidad es vivir con toda la dignidad de hombre, hijo de Dios, de la mujer hija de Dios, cuyo prototipo es Jesús. Por su parte, la justicia bíblica implica que todo ser humano pueda llegar a ser, lo que Dios quiere que sea. Justicia es poder crecer física, intelectual, social, cultural, moralmente. Justicia es tener una casa y un trabajo digno para sustento de la familia. Justicia es vivir con dignidad de hijos de Dios e intentar dar esa dignidad a todos, sobre todo a los más necesitados, en términos bíblicos: a la viuda, al huérfano y al extranjero.

3.- ¿Qué respuesta le voy dar, hoy, al Señor?
 
  • ¿He sentido alguna llamada de Dios en mi vida? 
  • ¿He entonado alguna vez mi Benedictus, mi canto de alabanza y agradecimiento al Señor?  
  • Viendo la misión de Juan, ¿cuál será la misión que me confía a mí el Señor?  

Fuente: Celam Lectio Divina, P. Felipe Mayordomo
Recopilacion y Transcripcion: Jorge Mogrovejo M. 

domingo, 17 de junio de 2018

Evangelio del Domingo 17 de Junio 2018 (XI Tiempo Ordinario)

Domingo XI Ciclo B 17 de Junio 2018

Evangelio: Mc 4,26-34

"Les decía: El reino de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la cosecha. Decía también: ¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la más pequeña de las semillas; después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar a su sombra. Con muchas parábolas semejantes les exponía la palabra adaptándola a la capacidad de sus oyentes. Sin parábolas, no les exponía nada; pero aparte, a sus discípulos, les explicaba todo."


1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos, qué mensaje nos trae en este evangelio, hoy?
El tema del Reino de Dios es esencial en la predicación y en la misión de Jesús tal como nos lo presenta el evangelio. Como contrapartida, suponemos que Jesús se dirigió a un público que estaba interesado en la llegada del Reino. Por esto, al Reino de Dios dedica Jesús sus primeras palabras (Mc 1,15); y su primera acción es enfrentarse a Satanás para vencerlo (1,12-13), lo cual preanuncia la lucha contra el mal y sus manifestaciones para poder instaurar el Reino de Dios (3,24-27). Sigue luego la creación del discipulado (1,16-20), con lo cual indica la llegada del Reino que es esencialmente comunitario pues está referido a un pueblo concreto a quien va destinado y que está llamado a aceptarlo y hacerlo visible. En este sentido la expresión Reino de Dios indica la comunidad con Dios en la comunidad de los hombres que se han unido a Jesús.
En castellano la palabra "reino" nos sugiere, en un primer momento, la idea de un 'estado' o un 'lugar', pero cuando los evangelios hablan del Reino de Dios se refieren más bien a la situación que surge del gobierno o reinado de Dios sobre los hombres: al ejercicio de la soberanía o señorío de Dios. Reino de Dios es lo mismo que Dios reina entre los hombres. Por tanto, “cuando se dice reino de Dios, se designa un estado de cosas donde solamente se hace lo que Dios quiere y se evita totalmente lo que Dios no quiere” . Recordemos que en la oración del Padrenuestro la súplica “venga a nosotros tu Reino”; va seguida de “hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”. Es decir, para que se establezca el reino de Dios entre los hombres, tenemos que estar dispuestos a cumplir Su Voluntad.


Ahora bien, en este capítulo cuarto Marcos nos presenta a Jesús que desde la barca describe mediante parábolas el "desarrollo" o la "dinámica" propia del Reinado de Dios. En total son tres parábolas, la del sembrador o de los terrenos; la de la semilla que crece por sí misma y la del grano del mostaza. Sólo estas dos últimas se leen en la liturgia de hoy.
En primer lugar, Jesús dice que el Reino de Dios es como un hombre que arroja el grano en la tierra. Notemos que esta es la única actividad de "este hombre", que permanece anónimo. Una vez sembrada la semilla, el tiempo va pasando, noche y día, mientras la semilla va siguiendo su ritmo de desarrollo de modo autónomo o automático en relación con la actividad y el saber humano. En aquel tiempo el crecimiento de la semilla se consideraba un misterio que sólo Dios conocía y controlaba; y aquí está el centro de atención de la parábola. Como bien nota J. Gnilka, el hombre puede aparecer como un holgazán pero la intención es justamente poner la atención en la actividad propia de la semilla, más allá de la obra, del conocimiento y del control del labrador.
Este proceso de crecimiento "automático" (cf. Mc 4,28 donde utiliza el término griego αὐτóματos) se describe telegráficamente: tallo, espiga y grano. Alcanzado este grado de desarrollo tenemos el grano abundante en la espiga y luego viene la cosecha con la hoz.
Visto esto, el mensaje de la parábola sobre la dinámica del Reino de Dios es claro y nos lo explica bien E. Bianchi: “Esta es la gran fe de Jesús en Dios, que debe ser también la nuestra: lo que importa es sembrar la buena simiente del Reino, o sea, predisponer todo en la propia vida para que el Reino de Dios pueda comenzar a manifestarse en la historia. Una vez realizado lo que está en nuestra mano sólo queda tener paciencia […] El labrador que ha arrojado la simiente ni debe preocuparse de ella ni debe esforzarse por controlar su crecimiento, ya que amenazaría los brotes: el tiempo de la siega, o sea la hora del juicio final (cf. Jl 4,13), llegará irremediablemente; y no a causa de los esfuerzos del agricultor, sino como don de Dios que hace crecer el Reino y prepara la hora de su plena manifestación”.
En cierto sentido esta parábola completa la del sembrador (cf. Mc 4,1-9) por cuanto quien ha sembrado en una persona la semilla de la Palabra debe seguir con paciencia el proceso de su crecimiento dejando que la fuerza de la semilla se desarrolle por sí misma.
El relato sigue con otra introducción (4,30) para la siguiente parábola. También se precisa aquí que el tema sobre el cual nos ilustrará mediante la misma es el Reino de Dios.
La parábola se centra y concentra en la semilla de mostaza, cuya pequeñez era proverbial en tiempos de Jesús. La mostaza negra tiene un diámetro de 1,6 mm; la blanca tiene el doble de diámetro. Y también se sabía de su gran crecimiento, pues en el lago de Genesareth, por ejemplo, la planta de mostaza crecida puede llegar hasta los tres metros de altura. Por tanto, supera a todas las hortalizas y puede servir de cobijo para los pájaros.

En síntesis, el reino de Dios es presentado como algo inesperado, incontrolable e irreversible. El crecimiento del reino de Dios sobre la tierra no depende del ser humano, sino de Dios". Por ello, “los cristianos no deben dejarse seducir por lo grandioso ni abatir por lo pequeño: la fuerza del Reino, la fuerza del Evangelio no se mide con criterios del mundo” 
 

2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso nos pide, hoy el Señor?
Marcos habla del reino de Dios y pone mucho énfasis en el vigor de sus comienzos y de su capacidad de crecimiento. La virtud operativa de Dios no depende de la voluntad del hombre, ni puede éste ponerla a disposición suya. La virtud de Dios es fecunda en el mundo sin que pueda limitar su eficacia, pero la confianza en el poder de Dios puede hacer más fructífera la actividad humana. Pensemos en la lucha de los países del tercer mundo reclamando igualdad, justicia y democracia. No tienen un proyecto concreto, pero intuyen que pueden romper el esquema político y social que los oprime y margina, y abrir nuevos caminos a la convivencia y a la organización social y política.
El reino de Dios tiene sus propias leyes ocultas que condicionan el proceso de su crecimiento. Muchas veces esas leyes se desarrollan a ritmo lento y con ello desconciertan la impaciencia humana que desea y exige resultados inmediatos, contantes y sonantes. La Iglesia está ahí con sus enormes contrastes: sus grandezas y flaquezas, lo divino y lo humano, sin que la anulen sus propias sombras. La Iglesia sigue siendo una semilla con virtualidad de crecimiento, una luz que atrae y una fuerza que arrastra aunque sea con la indignación de muchos. La Iglesia tiene la misión de sembrar infatigablemente la semilla, pero es Dios quien da el crecimiento. Lo importante es sembrar y regar aunque sean otros los que, a su tiempo, vengan a meter la hoz en lo que no han sembrado. El dueño de la viña es Dios. La creatividad humana es actividad de siembra y esperanza confiada porque Dios hace su parte y la hace bien, cuando nosotros hemos hecho nuestra parte.
El reino de Dios ha llegado con la presencia de Jesús, y se desarrolla. Se puede hablar de logros, desarrollo y crecimiento, de servicios prestados a la causa del hombre, que es también la causa de Dios. El reino de Dios se desarrolla y gana ciudadanía cuando se implantan en la compleja realidad social, valores humanos de pura raíz evangélica, como la justicia social, la igualdad de todos los seres humanos, la solidaridad, el deseo de paz, la corresponsabilidad, el respeto a la persona.
Estamos pasando de una sociedad de creencias, en la que los individuos actuaban movidos por una fe que les proporcionaba sentido, criterios y normas de vida, a una sociedad de opiniones donde la religión va perdiendo la autoridad que ha tenido durante siglos. Se ponen en cuestión los sistemas de valores que orientaban el comportamiento de las personas y de la sociedad. Se abandonan las antiguas razones de vivir, y estamos viviendo una situación inédita. Ya no sirven los antiguos puntos de referencia, y los nuevos aún no están bien definidos. Vivimos una crisis de valores, sin puntos de referencia, sin límites: cada uno tiene su propia opinión y decide su vida, a su manera. La libertad personal es la ley suprema. Se toman decisiones, que no implican asumir responsabilidades. Los valores fundamentales se definen por las decisiones de la mayoría, por los votos electorales: el matrimonio homosexual, el aborto, la eutanasia....Ya no es necesario que los valores humanos primarios se fundamenten en ninguna tradición ni en un sistema religioso.
El reino de Dios se desarrolla, pero cuesta creer en la actividad de Dios. En medio de una mentalidad secular, religiosamente indiferente, surgen apasionadas preguntas sobre el sentido de la vida. Es la semilla que germina, porque el que pregunta sobre el sentido de la vida está preguntando por Dios sin darse cuenta. En todo lo humano late la presencia del Dios-Padre creador.
El reino de Dios no es gestión de las políticas humanas. No debemos reducir el misterio y la acción de Dios sólo a lo que nosotros vemos y percibimos. Es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él. Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos hacer vivir de manera nueva, más atentos no sólo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que se nos va dando de manera gratuita.
La acción de Dios y la fuerza vital de su Reino va más allá del ámbito visible de la Iglesia. En ella todos los bautizados, pero muchos bautizados no viven como cristianos. El reino Dios es más amplio y acoge a todos los que están con Cristo, los que viven como discípulos porque promueven y defienden la verdad, la justicia, la igualdad y la dignidad de la persona. Porque Cristo se identifica con las víctimas de toda marginación humana. Y le encontramos también a Cristo actuando en las personas que defienden a las víctimas de todo tipo de injusticia y discriminación.
El grano de mostaza subraya el sorprendente y grandioso resultado final de la acción de Dios, que alienta la esperanza en un futuro esplendoroso, pero insistiendo al mismo tiempo en el decisivo valor del momento presente. En la simplicidad y normalidad de cada día se esconde el germen del reino de Dios y, si descuidamos lo cotidiano, corremos el riesgo de perder la cita con lo eterno. Estamos en tiempo de siembra. Sembrar los valores del evangelio, esa es ahora nuestra tarea.
Hoy, casi todo nos invita a vivir bajo el signo del activismo y la productividad. En el fondo de nuestra conciencia moderna existe la convicción de que, para dar el máximo sentido y plenitud a nuestra vida, lo único importante es trabajar para sacarle el máximo rendimiento y utilidad. Pero pensar y vivir así es estar al borde de dos graves peligros. El primero es ahogarnos en el activismo y el trabajo. Supervalorando nuestro poder y obrar, terminamos por creernos indispensables, pues, pensamos que somos nosotros los que tenemos que hacerlo todo. El segundo es hundirnos en el pesimismo y la resignación al descubrir nuestra propia incapacidad y quedar aplastados por una tarea que nos desborda. El que solamente pone el sentido de su vida en la actividad, en el trabajo, en el rendimiento, corre el peligro de sentirse inútil y fracasado cuando no consigue lo que había planificado.
No es raro que a muchos les resulte difícil y embarazosa esta extraña parábola de Jesús, donde se nos habla de una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le proporcione con su trabajo la fuerza para germinar y crecer. Es una parábola que no se presta a aplicaciones prácticas ni nos dice lo que tenemos que hacer. Sólo nos recuerda que en la semilla hay una fuerza vital que no se debe a nuestro esfuerzo. La vida no se reduce a actividad y trabajo, es un misterio más profundo. Está impregnada de gracia. Es regalo y don. Lo gratuito nos envuelve. Nuestra primera ocupación es respetar y acoger la acción del Espíritu capaz de hacer crecer el Reino en nuestra existencia. Por eso, el estado de ánimo propio del creyente no es el activismo y el esfuerzo, sino la admiración maravillada y el gozo agradecido por todo o que hemos recibido, y seguimos recibiendo.
¿Qué podemos hacer frente a la avalancha de malas noticias? ¿Qué podemos hacer para que el reino de Dios se manifieste y crezca? La mayoría pensamos que muy poco, y que ya tenemos de sobra con librarnos nosotros de la problemática que nos rodea. Y no es así. La parábola del grano de mostaza es una llamada dirigida a todos, una invitación a seguir sembrando las pequeñas semillas de los valores del Reino para que nazca la nueva humanidad. Jesús no habla de grandes cosas. El reino de Dios es algo muy humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como un grano de mostaza. Pero es algo que está llamado a crecer y fructificar de manera insospechada. Quizá necesitemos todos aprender de nuevo a valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. Probablemente no estemos llamados a ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir sembrando felicidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo.
Estas parábolas no quieren decirnos que el reino de Dios vendrá en el futuro, o que los fracasos de hoy se convertirán en triunfos mañana. Quieren hacernos comprender el significado decisivo del tiempo presente, del aquí y el ahora de nuestra historia. Nos invitan a tomar en serio todas las oportunidades presentes, por pequeñas que parezcan. En ellas se esconde la presencia del Reino, y ese es el campo de nuestra siembra, en medio de las oposiciones, los fracasos y los triunfos.
A pesar de todo, detrás de esta sociedad hay un colectivo admirable que nos recuerda también hoy, la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de un mundo competitivo, ellos son portadores de una cultura de la gratuidad.
No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podemos encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, cuidando ancianos solos, atendiendo a vagabundos, con los chicos de la calle, o trabajando en diferentes servicios sociales.
No son seres vulgares, pues su trabajo está movido por el amor. Por eso no cualquiera puede ser un verdadero voluntario. Al final de la vida se nos juzgará por el amor: “Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed”… Ahí está la verdad última de nuestra vida. Sembrando humanidad estamos abriendo caminos al reino de Dios.
El discípulo ha de ver en todo esto la presencia de Dios y asumirlo, como creyente, en actitud de paciencia histórica. Una visión superficial de lo que sucede en el mundo y de lo que nosotros hacemos puede llevarnos a la desazón y desesperanza. Sólo quien vive y discierne como Jesús, comprende los caminos de Dios, y sabe vivir con gozo y paciencia las situaciones oscuras de la vida y de la historia, esperando, con vencidos, que el resultado final será maravilloso.
Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que hacer lo que nos toca a cada uno: Es dejar hacer y dejarse hacer por Cristo

3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
¿Soy consciente de que mi tarea como cristiano es sembrar los valores del Reino en el ambiente en que vivo, con obras y con palabras?
El Reino, que empieza como una pequeña semilla, se convierte en una estructura grande de acogida y de servicio a los demás. ¿Cómo me ubico en este proceso, como simple acogido, o como agente de acogida y como artífice de ese mundo nuevo?
¿Soy consciente de ser esa semilla que está creciendo y madurando? ¿Tengo paciencia conmigo mismo para dejarme crecer y hacerme más persona, y abierta a los demás?



Fuente: P. Jose Pagola, P. Felipe Mayordomo, CELAM
Resumen: Jorge Mogrovejo

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