domingo, 27 de mayo de 2018

Evangelio del Domingo 27 de Mayo del 2018 (Solemnidad de la Santisima Trinidad)

CICLO B SOLEMNIDAD SANTÍSIMA TRINIDAD
Evangelio Mt 28,18-20
"Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. Al verlo, sepostraron, pero algunos dudaron.Jesús se acercó y les habló: Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo."
1.- ¿Qué nos quiere decir Mateo en este evangelio?
El encuentro del Resucitado con sus discípulos, nos remite al inicio del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago. Recorrieron juntos un largo camino de seguimiento, y la relación con los primeros destinatarios, se fue estrechando y haciendo más profunda con Él.
El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene un trauma producido por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” sino “Once”. Les recuerda que en Getsemaní todos le abandonaron a Jesús: Judas le traiciona, Pedro le niega tres veces, y los otros diez huyen atemorizados. En este encuentro con el Maestro, después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Y cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez mis hermanos.
            Ahora los discípulos van a “Galilea” de los gentiles, que fue el territorio en el que Jesús realizó su apostolado. Allí habían sido llamados y allí fueron testigos de la misericordia de Jesús con enfermos y pecadores. En este encuentro con los once, quiere mostrar que su actividad, después de resucitar, será continuación de su primer ministerio. ¿Por qué en Galilea? Seguramente para significar que Jerusalén había dejado de ser el centro del culto. Desde ahora el acceso a Dios, el verdadero templo, no se halla circunscrito a un lugar, ni aquí ni en Jerusalén, sino en la persona de Cristo, donde la multitud andaba como ovejas sin pastor”.
Y ahí en el monte que Jesús les había señalado, tiene lugar la plena revelación. El monte es mencionado únicamente por razón de su simbolismo. Más que un lugar geográfico es un lugar teológico: en un monte triunfó Jesús de la tentación del mesianismo político, en un monte proclamó las Bienaventuranzas, al monte subió a orar, en un monte alto se transfiguró y en la cumbre del monte los discípulos lo verán resucitado, lleno de poder. Él los acoge y les manifiesta el misterio de su persona Y desde allí serán enviados para hacer discípulos de todas las naciones, prometiéndoles qué, estará con ellos “hasta el fin del mundo”.  
            La primera reacción ante el Resucitado es arrojarse por tierra en un gesto de adoración. En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor. Mateo hace notar que algunos todavía dudan. Reconocimiento y duda pueden estar juntos. Durante su vida la relación de los discípulos con Jesús era de discípulo a Maestro. Ahora aparece la relación del creyente frente a su Señor.
                Al reconocimiento y adoración de sus discípulos, sigue la manifestación del misterio de Jesús: “Se me ha dado todo poder”. Su autorevelación como Señor del universo; se centra en su autoridad y la misión que encomienda a sus discípulos. Su autoridad es la misma que la del Hijo del hombre de Daniel. Jesús antes de despedirse anuncia su plenitud de poderes en el cielo y sobre la tierra.

Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia. Jesús les dice que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra, le ha dado todo poder. Y con esta autoridad suprema de Jesús, los discípulos reciben el envío con un imperativo: Vayan. 
            La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes en comunión con Él. Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos llamados y formados por Jesús. Ahora los discípulos son enviados para dar, en el tiempo post-pascual, lo que recibieron en el tiempo pre-pascual. 
            “Hacer discípulos” es iniciar a otros en el seguimiento. No se trata de ofrecer un mensaje, sino de establecer una estrecha relación con el Maestro, una relación personal y de seguimiento. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y los hizo pescadores de hombres, los discípulos deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo.
            El seguimiento implica configurar la vida al proyecto de Jesús, compartir la amistad de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El discipulado exige docilidad: aceptar que es Jesús quien define el camino de la vida, y quien determina el estilo y la orientación de vida. El discipulado exige abandonarse completamente en Jesús, porque sólo él conoce el camino y la meta, y, sólo él, nos conduce con firmeza y seguridad hacia la verdadera vida, como nos ha revelado en todo el evangelio. 
            La misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad al encuentro del Señor, y a su seguimiento. Así como Jesús los llamó a ellos, sin forzarlos, sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.
            En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos insertándolos en la familia trinitaria. El Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en ese Dios, que manifiesta su amor, a través de Jesús, para que podamos conocerlo y entrar en relación con Él, como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
            Jesús habló de un Dios muy diferente al Dios creador del cielo y de la tierra del A. T. marcando por la enorme distancia entre el Creador y su criatura. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Dios, en su misterio más íntimo y en su revelación más honda, no es soledad sino familia: lleva en sí y nos comunica paternidad-maternidad, filiación y amor vivo y creativo.
            Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente en la plenitud divina por medio del Espíritu Santo. El bautismo, nos sumerge en la vida de este Dios, nos abre a Él y nos pone bajo su protección. Nos posibilita la comunión con Él. Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo. Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre. Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos. Los discípulos deben ser bautizados en el nombre de ese Dios, que así fue anunciado y creído.
            El seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, y en la comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión. La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, les exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don. Hay una gran continuidad entre la misión de Jesús y la de sus apóstoles: Jesús instruyó a sus discípulos de muchas maneras, desde las bienaventuranzas hasta la visión del juicio final. El Evangelio nos ofrece cinco grandes discursos de Jesús, que ahora los apóstoles deben transmitir a los nuevos discípulos, pues las enseñanzas de Jesús no son opcionales.
            Ahora son ellos los que deben llamar a todos los hombres para ser discípulos de Jesús y educarlos en una vida nueva: Todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la misión. El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros
            Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina pero adquiere una nueva modalidad. Jesús utiliza una expresión conocida en el A. T: “El Señor está contigo”. Eso le aseguraba a la persona, que Dios lo asistiría con su poder para cumplir una misión particular. Jesús, a quien se le ha dado todo poder, asegura su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza que permanecerá al lado de sus discípulos con todo su poder, y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.
            La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien en la plenitud de su potestad decide el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de ellos. Y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que llegue, con él, la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso nos pide, hoy el Señor?
            “Estoy con ustedes, cada día, hasta el fin del mundo”. Así acaba el Evangelio de Mateo. Es un final con sorpresa. El Señor resucitado no se ha ido, sino que permanece. La promesa que trae Jesús el Emmanuel, Dios-con-nosotros, con las que empieza el Evangelio de Mateo, es ya una realidad permanente. Las últimas palabras de Jesús son una invitación a volver al principio del evangelio para escuchar de nuevo sus enseñanzas y contemplar sus signos, como enseñanzas y signos del resucitado. Y son también un mandato de comunicar a otros la buena noticia desde la certeza de que el resucitado sigue presente entre nosotros.
            Esta es la fe que ha animado a las comunidades cristianas desde sus comienzos: No estamos solos, perdidos en medio de la historia, abandonados a nuestras propias fuerzas, él está con nosotros. En los momentos difíciles como los que estamos viviendo hoy, es fácil caer en lamentaciones, desalientos y derrotismos. Se diría que hemos olvidado algo que necesitamos urgentemente recordar: que él está con nosotros. Para los primeros creyentes, Jesús no era un personaje del pasado, sino alguien vivo que animaba, vivificaba y llenaba con su Espíritu a las comunidades.  
                La Trinidad es el ideal y el modelo de unión, diverdidad y comunión que la Iglesia debe intentar realizar entre sus miembros, y la fuente de nuestra vida e identidad cristiana. Esta comunión operativa será el mejor argumento para que el mundo crea. Cuanto más fiel sea la Iglesia a ese ideal de la comunidad trinitaria, tanto más se convertirá en espacio de relaciones igualitarias y fraternas. Este ideal de comunidad no se limita al plano místico-trascendente, sino que exige la creación de estructuras sociales de fraternidad y comunión de bienes, como entre los primeros cristianos. Sólo una Iglesia así podrá ser testimonio auténtico y cuerpo visible de la comunión trinitaria.
            La Trinidad es la mejor comunidad. La comunidad cristiana exige que cada uno de sus miembros se abra, se vuelva y se dé enteramente al otro, sin dejar de ser uno mismo. Nada se guarda para sí solo. Todo se pone en común: su ser y su tener. Eso es lo que nos enseña la comunidad trinitaria. Esto es lo nos exige a nosotros para poder ser, como lo somos, imagen y semejanza de Dios.
            La Trinidad es la mejor comunidad. La comunidad cristiana exige que cada uno de sus miembros se abra, se vuelva y se dé enteramente al otro, sin dejar de ser uno mismo. Nada se guarda para sí solo. Todo se pone en común: su ser y su tener. Eso es lo que nos enseña la comunidad trinitaria. Esto es lo nos exige a nosotros para poder ser, como lo somos, imagen y semejanza de Dios.
            Partiendo de la Trinidad como modelo de comunidad, nace un nuevo modelo de Iglesia: la Iglesia-familia: Se ha dicho, que nuestro Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor.
            La vida cristiana es trinitaria: el bautismo nos regenera como hijos del Padre, nos hace hermanos del Hijo, y nos consagra como templos del Espíritu Santo. Esta es la base de la dignidad de la persona humana. Sólo nos entendernos a nosotros mismos, cuando el amor trinitario haya invadido y transformado nuestra vida, cuando hayamos hecho del amor la razón última de nuestra existencia, y cuando empecemos a reflejar ese amor en nuestra vida. La familia trinitaria de Dios, marcada por el amor, y fuente del auténtico amor, es el modelo de la familia, y de toda convivencia auténticamente humana. Nuestra relación filial con Dios, define nuestra relación fraterna con los demás.
            La fiesta de la Trinidad es una buena ocasión para recuperar, y revalorizar la antiquísima y popular costumbre de santiguarse en nombre de las tres divinas personas. “Marcamos nuestra actividad y nuestro reposo, nuestros dolores y gozos, con la señal de la cruz y el nombre trinitario, y así vamos realizando nuestro ser cristiano”.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
  • ¿Qué mensaje nos trae la fiesta de la Santísima Trinidad?
  • ¿Somos conscientes de que nuestro estilo de vida debe estar marcado por el estilo de vida trinitario: por el amor, el compartir y lo comunitario?
  • Hacer la señal de la cruz, ¿te recuerda el bautismo y el estilo de vida que asumiste ese día?



Fuente: P. Felipe Mayordomo
Transcripción: Jorge Mogrovejo M.

domingo, 20 de mayo de 2018

Evangelio del Domingo 20 de Mayo del 2018 (Día de Pentecostés)


Domingo de PENTECOSTÉS Ciclo B 20 de Mayo 2018
Evangelio: Jn 20,19-23
           Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: La paz esté con ustedes. Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos.
1.- ¿Qué nos quieren decir Juan en este pasaje?
Si la Pascua es el paso del Señor, Pentecostés es la permanencia y plenitud de la Pascua. Por eso Jesús promete su Espíritu como una presencia permanente y dinámica en la Iglesia, que interpela a cada uno, solicitando decisiones personales tomadas con plena libertad.
En el Sinaí nació el pueblo de Dios, hoy nace un mundo nuevo con el mismo estallido de fuego, viento y ruido. El Espíritu es la fuerza renovadora y unificadora de Dios que convoca alrededor de los apóstoles a la nueva humanidad. La efusión del Espíritu es el cumplimiento de la promesa de Jesús: "Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo” y recibirán fuerza para ser mis testigos. En el primer Pentecostés el Espíritu Santo hizo desaparecer las barreras del lenguaje y toda diferencia de raza, estado social, origen o color: todos se entendían y alababan unánimes a Dios.
Toda la vida y actividad de Jesús está conducida por el Espíritu Santo: desciende sobre María en la Encarnación, sobre Jesús en el bautismo, sobre su cuerpo para resucitarlo y ahora, en Pentecostés, para hacer nacer la Iglesia. El Espíritu no actúa como fuerza anónima sino como el Espíritu del Padre, que se nos da como ley interior y principio de una vida nueva en la que no cabe el pecado. Los apóstoles llenos de ese Espíritu, son enviados a anunciar el comienzo de la nueva creación para una humanidad nueva. Desde entonces el Espíritu ha trasformado muchos corazones, ha inspirado muchas formas de vida, y ha impregnado muchas estructuras, del mensaje del Evangelio.
El Espíritu, que nos llama a la unidad, nos hace libres y diferentes, para que, siendo nosotros mismos, podamos ser cada uno, una obra original de Dios, poniendo la propia riqueza al servicio de todos y, construyendo una Iglesia que sea lugar de encuentro y comunión para todos, y con todos.
Si recibimos de verdad el Espíritu, todo va a cambiar. Donde hay Espíritu hay libertad y los que se dejan conducir por el Espíritu son de verdad hijos de Dios, y hermanos de todos. Esta ley interior es la que debe dirigir la conducta del creyente inspirándole el discernimiento del bien para optar libremente por él, sin necesidad de una ley exterior Si el Espíritu vive en nosotros, nosotros viviremos como Él y haremos sus obras, si nos dejamos guiar por Él.
El domingo de Pentecostés culmina la fiesta de Pascua con el nacimiento de la Iglesia, como una nueva creación en la que el Espíritu de Dios, que planeaba sobre las aguas al principio de la creación, desciende ahora en forma de lenguas de fuego y viento huracanado para renovar la tierra. El libro de los Hechos describe el acontecimiento como espectacular y ruidoso.
El evangelio de Juan habla de una comunicación menos llamativa, pero densa en contenido. Jesús se hace presente en medio de los discípulos, y con un soplo simbólico, como en la creación de Adán, les comunica el Espíritu Santo, y quedan renovados, transformados, recreados como mujeres y hombres nuevos, para ser la nueva humanidad, y empezar la nueva creación.
2.- ¿Qué mensaje nos trae la Palabra, y qué compromiso nos pide el Señor?
Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”. El Espíritu Santo prende ese fuego en el barro de que está hecho el ser humano. Y los apóstoles salen y hablan con fuego en la boca y en el corazón. El Espíritu Santo es radical, toma de raíz al ser humano para prender con fuego su corazón. Solo desde dentro podrá el ser humano descubrir el camino de la nueva vida. 
La palabra Espíritu, significa soplo, viento. Es el aliento divino que infundió la vida en Adán, al comienzo de la Creación. Es el Espíritu de Dios que planeaba sobre las aguas haciéndolas fecundas, y el que, más tarde, inspirará a los profetas para que hablen en nombre de Dios
Lucas describe en detalle el fenómeno de Pentecostés: Como en el Sinaí, en la primera Alianza, hay también en el Cenáculo viento y fuego, creación de vida nueva y de un pueblo nuevo. Todos los presentes quedan llenos de ese Espíritu, transformados, primero ellos, para transformar luego la faz de la tierra como pedimos al Señor: Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra. Pero ¿podremos transformar este mundo, si no hemos sido transformamos nosotros primero?
Él nos ayuda a superar progresivamente lo negativo de nuestra conducta para transformarlo en positivo, y poco a poco se deberá ir transformando nuestra mente para ver las cosas de manera nueva y ver el mundo con los ojos de Dios: para descubrir lo positivo que hay en nuestra vida, y todo lo nuevo que va naciendo dentro de nosotros y en nuestro mundo.
Contra las amenazas a la vida está la fuerza creadora del Espíritu. Frente a los odios, violencias y muerte, existe la otra cara de la realidad: La manifestación del Espíritu presente y activo en los que se han llenado del Espíritu Santo y se dejan guiar por Él. El grupo inmenso de los pacíficos, de los que aman, de los que se solidarizan con los que sufren, de los que comparten lo suyo.
Para llevar adelante su misión, el Espíritu transforma el corazón del discípulo y de la comunidad. Él es esa potencia interior que armoniza cada corazón con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como Él los amó. El Espíritu es también la fuerza que transforma el corazón de la Comunidad eclesial para que sea en el mundo testigo del amor del Padre, para hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia.
1.- El Espíritu Santo es el don del Señor Resucitado.
Es el Espíritu de Jesús, que descendió visiblemente y actuó poderosamente en los apóstoles el día de Pentecostés, y viene a habitar en nosotros, convirtiéndonos en templos suyos por el Bautismo, en testigos creíbles del Evangelio en la Confirmación. Que manifiesta su presencia en el entusiasmo y en la alegría de vivir, y que actúa ahora en nosotros, para hacernos mujeres y hombres nuevos, y, a través de nosotros, transformar el mundo para llevar a plenitud el Reino de Dios, anunciado e iniciado por Jesús, como un mundo nuevo, justo solidario y fraterno, según el proyecto de Dios.
La obra santificadora del Espíritu Santo, nos invita a profundizar en el Sacramento de la Confirmación como culminación del Bautismo, imprimiendo en nosotros la imagen de Jesús para que, cada uno de nosotros, sea hoy, otro Jesús, teniendo sus sentimientos, pensando como pensó él, viviendo y actuando como actuaría él aquí, ahora en esta circunstancia concreta. El dinamismo del Espíritu Santo nos mueve y nos va transformando en personas nuevas, y adultas en la fe.
2.- El Espíritu Santo actúa en nosotros para hacernos testigos y mensajeros de Cristo.
La tarea del Espíritu Santo, es transformar nuestra vida. Nos cambia el corazón, nos renueva y nos purifica para convertirnos en las mujeres y los hombres resucitados, aceptando la vocación de ser testigo de Cristo: por el amor que entregan a los hermanos, por su alegría y por su entusiasmo, por su esperanza ante el dolor, y por su lucha por la verdad y la justicia.
El testimonio, no se dice, se practica, se vive, se contagia. Se demuestra cada día con mil gestos, en la amistad, en el trabajo, en los negocios, en las fiestas. En la vida personal, familiar, social y política. Sin la fuerza del Espíritu, seríamos derrotados por la cobardía, la mediocridad y el fatalismo. El Espíritu Santo nos ayuda a descubrir la alegría de vivir y nos fortalece en la adversidad.
Somos cristianos en la medida en que testimoniamos que Dios ama y salva a toda persona y a la humanidad entera. Él nos hace capaces de contemplar con los ojos de Dios, tanto nuestra propia vida como la de nuestro prójimo. De amar a nuestros hermanos con el mismo corazón con que los amó Jesús: comprendiéndolos, perdonándolos, ayudándolos y consolándolos. Estando cerca de ellos en toda circunstancia, desde la más alegre, hasta la más triste.
3.- El Espíritu santo actúa a través de nosotros para construir la Iglesia comunidad.
El Espíritu Santo, ayudará a la Iglesia a asumir los nuevos desafíos que nos presenta el Tercer Milenio, pasando de una Iglesia masa, a una Iglesia comunidad más confiada en Dios y más comprometida en su misión de ser levadura para transforma el mundo. Una Iglesia animadora, presente en todos los campos de la sociedad, para impulsar la capacidad y la calidad del progreso de la humanidad. Una Iglesia Luz del Mundo, que ilumina y motiva los proyectos y la acción de los hombres que sueñan con formar la gran familia humana, por encima de las diferencias culturales y religiosas que nos separan, y enfrentan a los unos contra los otros.
4.- El Espíritu Santo actúa, a través de nosotros, para construir el Reino de Dios.
La presencia del Espíritu Santo es siempre dinámica. Él está en todo lo creado, impulsando la Nueva Creación. Él santifica al ser humano, cambiando su mente y su corazón, y consagra el trabajo de sus manos, realizando la divinización de todo lo creado. El Espíritu Santo es el protagonista de la construcción del Reino de Dios en el curso de la historia, que se va haciendo realidad en el mundo nuevo, más justo solidario y fraterno que estamos construyendo.
La presencia del Espíritu Santo nos exige concretizar, en formas humanas, el proyecto de fraternidad de Jesús, que rompe y transforma los límites de la organización social, y los proyectos políticos que siempre resultan incompletos, y que nos compromete a todos a luchar permanentemente para acercarnos cada vez más al ideal, al proyecto de Dios manifestado por Jesús.
El Espíritu Santo, nos ayudará a asumir, con lucidez los desafíos del Siglo XXI: las transformaciones sociales, la dignidad de la persona, la igualdad entre hombre y mujer, la conciencia de un destino común para todos los pueblos, donde todos sean los protagonistas de su propio destino, la cultura de la solidaridad que lleve a una economía solidaria, un mundo marcado por la esperanza de que los sueños de fraternidad y de justicia, se van haciendo realidad, según el proyecto de Dios.
Donde se ayuda al necesitado y se atiende al enfermo, al refugiado y al abandonado. Donde los hombres y mujeres se ponen en marcha para anunciar el Evangelio con riesgo de su vida, y donde la comunidad de creyentes se reúne para orar y cantar las maravillas del Señor, allí está actuando el Espíritu Santo. Cuando hablamos el lenguaje de la solidaridad con los necesitados, nos entenderán todos, porque estamos hablando la lengua de Jesús, el idioma del amor.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?
·        ¿Tengo clara cuál es la misión del Espíritu Santo, y permito que su fuerza transforme mi vida?
·        Si soy templo del Espíritu Santo, ¿se nota y se transparenta su presencia en mi vida?
·        Si el Espíritu Santo tiene la tarea de transformar el mundo, con los valores del Evangelio, a través de nosotros, ¿me siento implicado y comprometido en esa tarea?

Autor: P. Felipe Mayordomo A.
Sintesis: Jorge Mogrovejo M.

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

 IV Domingo de Cuaresma. 28/03/2022 Pericopa: Lc 15,1-3.11-32  En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para es...