domingo, 1 de abril de 2018

Evangelio del I Domingo de Pascua (1 de Abril del 2018)


Domingo de Pascua Ciclo B  1 Abril  2018
Evangelio: Jn 20,1-9.
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Juan, qué mensaje nos trae este Evangelio?
En la mañana del Domingo, el amor mueve los tres discípulos, María, Pedro y el Discípulo Amado, a buscar al Señor y, entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. Juan habla de la tumba vacía y este hecho, detalladamente constatado por el evangelista, tiene una importancia capital en la Historia del Cristianismo en sus orígenes. Juan informa con precisión de las primeras horas del primer domingo cristiano.
            Las tradiciones del sepulcro vacío y de las apariciones son las formas más antiguas de expresar la fe en la resurrección de Jesús. Dos historias que se hallan entremezcladas pero que originalmente fueron independientes. En las narraciones del sepulcro vacío, los sinópticos coinciden en ciertos datos comunes. El de Juan es diferente. Los cuatro evangelistas concuerdan en colocar en el primer día de la semana la ida de las mujeres al sepulcro, pero varían al precisar el momento. Mateo dice “la aurora”, Marcos “muy de madrugada”, “habiendo salido el sol”, Lucas “muy de mañana”, y Juan “de mañana”, “habiendo todavía oscuridad”. También varía el nombre y el número de las mujeres.
A.- La Resurrección del Señor, el hecho nuclear de la fe cristiana
Los que confesamos nuestra fe en Cristo resucitado entendemos bajo este hecho algo muy distinto de la reanimación de un cuerpo, o de una reencarnación, y afirmamos un hecho debido a la intervención del poder de Dios: La resurrección de Cristo.
Juan nos presenta a María la Magdalena que va sola al sepulcro al amanecer, “cuando aún estaba oscuro". Habían amortajado a Jesús, como Rey, utilizando cien libras de mirra y áloe. Magdalena es la primera en llegar. Ella iba a llorar, a pensar en la muerte sin esperar en la Resurrección. Fue muy de mañana y la penumbra atmosférica sintoniza con la oscuridad de su fe. La tarde anterior dejaron allí el cadáver y ahora no está. Y corre desolada anunciando: “Se han llevado al Señor”. María Magdalena plantea un serio problema en un mundo cultural en el que el testimonio de la mujer no era admitido en un juicio. Sólo la historicidad del hecho explica la existencia del relato.
La reacción de María Magdalena al observar “la losa quitada del sepulcro” contiene un doble motivo teológico: La tumba abierta no lleva de por sí a la fe en la Resurrección. El hecho de que la primera persona en llegar al sepulcro lo encuentra ya vacío descarta apologéticamente la hipótesis del cadáver robado por los propios discípulos que ya Mateo había tratado de refutar. Más tarde ve al Resucitado en el huerto sin reconocerle, se siente interpelada por su nombre y eso es como una luz que disipa todas las perplejidades. Identifica al Señor y cree. El camino es el amor inquieto por la ausencia y los sentimientos que evoca la voz de Jesús llamándola por su nombre. Esa voz le identifica y propicia el primer encuentro personal con el Señor Resucitado.
Ella lleva la noticia del sepulcro vacío a Simón y a Juan. Los tres protagonistas del relato, María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado, han tenido una relación especial con Jesús, han sido íntimos entre los íntimos. Informados por María, corren Pedro y Juan al sepulcro. Primero llega Juan, mira pero no entra al sepulcro, espera a Simón, porque para el evangelista, Simón no es sólo el antiguo compañero de trabajo, ni su compañero de vocación, sino que es el personaje a quien Jesús constituyó roca y jefe del grupo apostólico. Luego llega Pedro y entra el primero en la tumba vacía. Ve las vendas y el sudario pero no entiende. Después entra Juan, no ve el cadáver pero ve las vendas en el suelo y cree. Es el amor, y no la razón, el que mejor puede comprender el misterio de la Resurrección. Pero esta fe no mueve todavía porque queda en el corazón.


B.- Juan llega primero ve y cree.
Estamos ante la narración de un hecho histórico, pero contemplado y descrito desde una perspectiva teológica. Los que van a ser testigos del sepulcro vacío son Pedro y Juan que jugarán un papel importante en la Iglesia primitiva. Así la certeza de la tumba vacía no reposará únicamente sobre el testimonio de las mujeres piadosas, sino sobre la autoridad de los dos apóstoles más calificados.
“Corrían los dos”. No era posible actuar con lentitud, pues se trataba de un asunto de extraordinaria trascendencia. Encontramos aquí descritas con un lenguaje plástico, la fisonomía de Pedro y de Juan. Corrían los dos”. Juan aventaja a Pedro en el acercamiento al Maestro. Eso supone intimidad y conocimiento. En la última Cena Juan estuvo al lado de Jesús y Pedro tuvo que acudir a él para conocer el secreto del Maestro, sobre quién era el traidor. En el mar de Tiberíades, Pedro se lanza al agua para llegar a Jesús, cuando Juan le dice: “Es el Señor”.
Juan cree que el Señor, rompiendo las ataduras de la muerte ha resucitado, y como signo de que así ha sido, allí están las vendas y el sudario doblado, en un sitio aparte. Este detalle excluye con fuerza la posibilidad de un robo. Los relatos de los evangelistas prueban que no fue fácil a los discípulos  creer en el hecho de la resurrección. Hay un largo, laborioso y progresivo proceso desde el inicial y obstinado no creyeron hasta la confesión final entusiasta ¡Ha resucitado el Señor!
       La profesión de fe es la misma, para todos, pero el camino recorrido hasta llegar a esa confesión fue muy diferente. En los discípulos el camino de la fe comienza por una visita al sepulcro. Un sepulcro es más un recuerdo que una presencia, pero el recuerdo puede también abrir las ventanas de la inteligencia para comprender. Así habla el Evangelio de hoy de tres personas: tres mundos interiores diferentes y tres paradigmáticas maneras de llegar a la fe.
Juan regresó a casa creyendo que Jesús había resucitado. Su fe brotó a la vista del sepulcro vacío. No estaba allí porque había resucitado, luego comprenderá la Escritura. Este pasaje, al igual que todos los relatos pascuales, no es una simple crónica. Es la experiencia, singular e irrepetible, de uno de aquellos, que comieron y bebieron con Jesús después de la resurrección (Hch 10,41). Es un testimonio personal de fe que intenta despertar o alentar la fe de los demás (Jn 20,31). El proceso de fe fue un asunto muy personal y distinto en unos y otros discípulos, así aparece en los relatos pascuales.
María, permanece junto al sepulcro. Ante el cansancio de los discípulos, se destaca la firme perseverancia de esta mujer. Tampoco su fe está vinculada al sepulcro vacío, sino al encuentro personal con el Señor cuando se siente interpelada por su nombre: María. El recuerdo del pasado une al Cristo de la historia con el Cristo de la fe, que ella expresa con una sola palabra: “Rabuní”, Maestro.
 Por último, el Señor la hace misionera, para que vaya a anunciar a los hermanos su experiencia de fe: que ha visto resucitado y que le ha dicho todas esas cosas.
Contrariamente a la tradición sinóptica que presenta a Pedro como al primer testimonio del Resucitado, Juan pone de relieve que es María Magdalena la primera que fue al sepulcro al amanecer.  Es significativo que mientras los sinópticos insisten más en la proclamación de la resurrección de Jesús (Marcos 16,16; Mateo 28,6‑7; Lucas 24,5‑6.34), Juan hace una crónica de los encuentros personales con el Resucitado. Sin dejar de testimoniar el hecho de la resurrección, subraya el camino recorrido por la comunidad cristiana en su acceso de fe al Resucitado y a sus consecuencias.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy, al Señor?
            La resurrección de Cristo es un punto central de la fe cristiana. Pero no es fácil hablar de este misterio, porque resucitar no es “revivir”, no es volver a la misma vida de antes. La resurrección de Jesús es un acontecimiento real, pero de orden sobrenatural, que escapa a la experiencia sensible y supera los límites del entendimiento. Nadie lo puede describir, porque nadie lo pudo ver. Sólo se pueden constatar los efectos exteriores: el sepulcro vacío, el sudario y las vendas, y las pariciones. De la vista de la tumba vacía y del encuentro existencial con el resucitado nació la fe de los apóstoles.
            Una vez que los cristianos de la primera hora tomaron conciencia, a la luz del Espíritu Santo, de lo que significaba la resurrección del Señor, comenzaron a presentar ese misterio inefable con el ropaje literario más adecuado según la mentalidad bíblica y según sus intenciones doctrinales. Así nacieron las diferentes tradiciones evangélicas, que concuerdan en lo sustancial y difieren mucho en los detalles accidentales. De esta forma, cada evangelista, guiado por el Espíritu Santo y según su estilo personal, ha transmitido para los creyentes de todos los tiempos la resurrección del Señor.
Cuando la fuerza de la resurrección de Jesús sacude nuestra vida comenzamos a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas, por la felicidad de las personas, de las que van dando pasos a situaciones de vida más humanas, de todas las personas.
Hoy la humanidad, amenazada por tantos peligros que ella misma ha desencadenado, necesita hombres y mujeres comprometidos incondicional y radicalmente en la defensa de la vida. Esta lucha debemos iniciarla en nuestro propio corazón, campo de batalla, en el que se disputan la primacía el amor a la vida y el amor a la muerte. La pasión por la vida, como exigencia de la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde se toman las decisiones, donde se programa la muerte y la vida. Donde se deciden los presupuestos para el desarrollo, o para la guerra, para la educación liberadora, o para la dependencia colonialista, para compartir la riqueza de todos, desde la justicia social, entre todos, o para mantener los privilegios del primer mundo, cada vez en menos manos, con el saqueo y la explotación del tercer mundo, cada vez más pobre y más numeroso.
Creer en la resurrección, es creer que sí es posible un mundo nuevo según el proyecto de Dios. Creer en la resurrección, es sobre todo, comprometernos a construir el mundo nuevo que anunció Jesús, y que él mismo inició, que nos dejó como tarea, y del cual nos pedirá cuentas al final.
No es posible celebrar la Pascua y la resurrección si no estamos dispuestos a poner en discusión y revisar nuestra escala de valores. Una fiesta que no incida en las opciones de fondo de nuestra vida, que no nos meta el deseo de una nueva vida, que no siembre en nuestro corazón el gozo y la utopía de un futuro distinto y urgente, es una parodia de la Pascua cristiana.
Celebrar la Pascua, y creer en la resurrección, no significa explorar devotamente el sepulcro vacío, sino leer los signos de los tiempos que tenemos en la vida. Celebrar la Pascua es, acoger el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la fe de los que no tienen miedo, la ternura de los que ofrecen misericordia, la utopía de los que trabajan por una sociedad más justa. Es decir, ponerse tras las huellas del Resucitado en el que está al lado y dejarse encontrar con él.
La resurrección es una invitación a “buscar los bienes de allá arriba”, conscientes de que la espera de la tierra nueva no amortigua, sino más bien nos compromete más a perfeccionar este mundo. La resurrección es fuente inagotable de liberación. “El sentido último de la historia humana y del mundo es definida por la resurrección de Jesús, que es fuente de aquél dinamismo de liberación de las fuerzas de muerte que amenazan no sólo la vida humana, sino el mundo.” (R. Fabris).
Los cristianos estamos llamados a hacer realidad esta liberación humana y cósmica del Resucitado.
“Desde el momento de la resurrección, Cristo no tiene otro cuerpo visible que el de los cristianos, ni otro amor que dar que el de éstos” (L. Evely)
            La resurrección de Cristo debe reavivar nuestra fe y fortalecer nuestra esperanza. La Pascua de Cristo es novedad de vida. La Pascua no nos evita la lucha, ni el bautismo nos resuelve las dificultades, pero las victoria de Cristo nos garantiza la victoria de los que luchan, y garantiza nuestra propia victoria. Si Cristo con su resurrección inauguró la nueva humanidad, los cristianos no podremos descansar hasta que no triunfen los valores del Reino: la libertad, la justicia y el amor. Cristo, el Hombre nuevo, necesita una serie de mujeres y hombres nuevos que continúen su tarea de hacer visible y creíble el proyecto de Dios, el Reino visible en un mundo nuevo de hermanos.
La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. 
¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua! La resurrección de Cristo debe reavivar nuestra fe y fortalecer nuestra esperanza. La Pascua de Cristo es novedad de vida. La Pascua no nos evita la lucha, ni el bautismo nos resuelve las dificultades, pero las victoria de Cristo nos garantiza la victoria de los que luchan, garantiza nuestra propia victoria.
La Pascua de Cristo nos evita la lucha. El bautismo no nos exonera de la lucha frente a las dificultades. La vida pascual nos da fuerza, nos hace gozar de la gracia, de la amistad y de la energía resucitadora de Cristo; pero estamos sumergidos en una lucha inevitable, llevamos el tesoro de la vida divina en vasos de barro. Experimentar en nuestro cuerpo débil la lucha y la flaqueza, es la parte que nos toca en la muerte de Cristo, para que también podamos experimentar el triunfo de la vida nueva.
Si Cristo ha vencido, la Pascua ya está inaugurada. Pero todos los miembros de la Iglesia, todavía seguimos en la brecha, con la confianza y el optimismo que nos el saber que la sentencia ya está dada, porque en Cristo resucitado hemos vencido a la muerte y al pecado.
Pascua no es paz, es lucha. Es crecimiento, es progreso. Es optimismo y alegría, no porque todo está hecho, sino porque Cristo, con su triunfo, nos da la garantía de nuestra victoria final.
La Pascua está invadida por la energía del Señor Resucitado, que contagia su fuerza a todos los que quieren dar con él el paso, de la muerte  a la vida, del pecado a la vida nueva, de la esclavitud a la perfecta libertad, de la manera terrena egoísta de vivir, a la vida nueva del amor y la solidaridad.
Los cristianos pascuales son los más comprometidos: Todo cristiano resucitado, siente la urgencia de construir un mundo mejor. Para él, todo se ilumina al contemplarlo desde la Pascua: el hombre, su destino y su historia, el mundo entero, el trabajo, el dolor, el desarrollo de los pueblos, la justicia social. Si Cristo inauguró los tiempos nuevos, los cristianos no podemos descansar hasta que triunfen los valores del Señor Resucitado: la libertad y la justicia, el amor y la solidaridad.
3.- ¿Qué compromisos he asumido en esta Pascua?
·         ¿He renovado las promesas bautismales para asumir las exigencias de mi bautismo como un compromiso personal con Cristo?
         ¿Como compromiso de este Pascua, ¿qué novedades he programado para mi vida?




Autor: Felipe Mayordomo Álvarez sdb.  
Transcripción: Jorge Mogrovejo Merchan
 

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