domingo, 22 de abril de 2018

Evangelio del IV Domingo de Pascua (Jesus Buen Pastor):


Domingo IV de Pascua Ciclo B 22 de Abril de 2018
Evangelio Jn 10, 11-18
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a ésas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla.


1.- ¿Qué nos quiere decir Juan, hoy, con este Evangelio?
            El cuadro sobre Jesús Buen Pastor, es una narración literariamente estupenda. La fuerza de sus imágenes y metáforas la llenan de dinamismo. Esta alegoría del Buen Pastor refleja directamente la persona y la misión de Cristo, tiene sus antecedentes en el A.T. El profeta Ezequiel, en el capítulo 34 lamenta la infidelidad de los pastores de Israel y promete que Dios mismo será el pastor de su pueblo. Juan asume esa tradición bíblica y nos presenta a Jesús como el Buen Pastor, que saca a sus ovejas fuera del recinto del judaísmo para construir un nuevo rebaño o comunidad mesiánica.
Gracias a la comparación de Jesús, podemos imaginarnos uno de esos corrales en que se juntan los rebaños de varios pastores bajo la vigilancia de un cuidador para pasar la noche. Al amanecer, cada pastor llama a sus ovejas y parte al frente de ellas. La Biblia anunciaba el día que Dios, el Pastor, vendría a reunir las ovejas dispersas de su pueblo, para que vivieran seguras en su tierra. Jesús es el Pastor, y ha venido para cumplir lo anunciado.
Las ovejas distinguen bien entre la voz de su pastor y la voz de los extraños. Oír la voz equivale a obedecer, y seguir es imitar a la persona a quien se sigue, o vivir como ella. Todas las ovejas son posesión de Jesús que le han sido dadas por el Padre. El nuevo rebaño se constituirá perfectamente en el futuro, tras la muerte y resurrección de Jesús. La novedad del rebaño de Jesús consiste en el nuevo tipo de relaciones que se instauran entre le Pastor y las ovejas: Jesús va delante de ellas, y las conduce, las ovejas se muestran dóciles a su voz y le siguen. 
            Jesús se describe a si mismo como el buen Pastor subrayando dos cualidades: el conocimiento personal y la voluntad decidida de protegerlas hasta la muerte. A ese conocimiento corresponde el seguimiento confiado de las ovejas en la fe. En este pasaje del Evangelio de Juan, entre el pastor y su rebaño se establece una relación casi personal. El pastor termina conociendo cada oveja, y cada oveja reconoce y distingue, entre todas, la voz de su pastor. La relación entre el Pastor y sus ovejas, representaba una de las relaciones más estrechas que podía observar un israelita en la vida diaria. Por eso Dios utiliza este símbolo para expresar su relación con su pueblo elegido. Posteriormente el título de pastor se dio también, a los reyes, a los sacerdotes y en general a todos los líderes del pueblo.
El Salmo 23 sintetiza todo lo que este Dios-Pastor hace por los suyos. En él aparece su verdadero rostro, su amor y su dedicación por los suyos, la seguridad y la confianza que les ofrece. Jesús en el evangelio se identifica con esta imagen y dice: “¡Yo soy el Buen Pastor!”. El adjetivo que se traduce por bueno, en griego significa bello que refleja el amor y la bondad, la nobleza y perfección, que hace a la persona encantadora, atractiva y simpática. La repetición de este título, de Buen Pastor, subraya la importancia de este pasaje.
Es presencia íntima del uno en el otro, comprensión y confianza mutua, comunión de corazón y de pensamiento; es penetración total de amor, ya que se apoya en una comunión de vida y en una solidaridad de interés entre el pastor y su rebaño”  . Además, el conocimiento-comunión entre el pastor y sus ovejas se compara con el conocimiento-comunión que existe entre el Padre y el Hijo. Y esta comparación puede entenderse como causa-efecto o derivación, si le damos a la conjunción kathós un matiz causal (porque en vez de como), como sugiere L. Rivas: "La forma en que el Padre conoce a Jesús no solamente es modelo, sino también causa de que Jesús ame a los creyentes. Existe una relación entre el conocimiento que el Padre tiene de Jesús y el acto por el cual Jesús da su vida por los que creen". Entre estas dos características distintivas del buen pastor, dar la vida por las ovejas y tener un vínculo de conocimiento-comunión con ellas, hay una estrecha relación. El vínculo se da como la "pertenencia" de las ovejas al auténtico pastor, y este conocimiento mutuo es el que motiva su entrega. Al respecto dice J. Ratzinger: "El pastor conoce a las ovejas porque estas le pertenecen, y ellas lo conocen precisamente porque son suyas. Conocer y pertenecer (en el texto griego, ser «propio de»: ta ídia) son básicamente lo mismo". Por tanto, "el buen pastor ofrece la vida por sus ovejas a causa de esta relación profunda, personal, llena de amor. No hace como el mercenario, que no tiene una relación profunda con las ovejas. En efecto, las ovejas no pertenecen al mercenario; sólo ve en ellas el provecho que puede sacarles, y cuando ve venir al lobo, no le hace frente, sino que huye y abandona a las ovejas" . En el v. 16 Jesús interrumpe el hilo de su discurso para hacer referencia a otras ovejas que no están en el corral, las cuales escucharán su voz y serán conducidas por él, al punto que habrá un solo rebaño y un solo pastor. Con esta frase se hacer alusión a la apertura a los paganos, los no judíos, quienes serán llamados por el mismo Jesús a incorporarse a su rebaño. En Jn 10,17-18 se retoma y desarrolla el tema de la entrega de la vida de Jesús y del amor del Padre a él por esto mismo. En particular se pone de relieve la libertad con que Jesús entrega su vida, insistiendo en que tiene poder (exousía) para disponer de su vida, para darla y para recuperarla. Y como auténtico pastor, la ofrece por amor al Padre y a los hombres.
La promesa de Dios se ha convertido en realidad, superando todas las expectativas. Jesús hace lo que ningún pastor por muy bueno que sea se atrevería a hacer: “Yo doy mi vida por las ovejas”. Y lo repite cinco veces. Dar la vida es exponerla, arriesgarla para defender a aquellos que están sometidos a un peligro mortal. Jesús, el Pastor bueno, “da su vida” por sus ovejas. Esto manifiesta que su amor por ellas va “hasta el fin”, “hasta el extremo”.
La catequesis sobre el Buen Pastor termina con una contemplación del “misterio pascual”. El atardecer de la vida del Pastor, su gloria y su plenitud es la entrega de su propia vida en la Cruz, que es la hora de la fidelidad. Así se entiende mejor cómo construye Jesús la “gran unidad” en la Cruz. Porque él murió “no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). La referencia a Dios explica su fidelidad sostenida por el amor del Padre, vivida desde la libertad y expresada en la obediencia.
“Nadie me quita la vida, yo la doy por mi mismo”, es La frase central de este pasaje y subraya la libertad absoluta y total de Jesús. Si muere es porque él acepta morir. Más aún Jesús tiene poder para entregar la vida y recuperarla. En el pensamiento de Juan, la pasión, la muerte, la resurrección, la ascensión y la donación del Espíritu Santo constituyen la gran obra salvífica de Jesús. La resurrección aquí es presentada como una acción de Jesús mismo. En última instancia el “poder” de Jesús se ejerce en la responsabilidad del “darse” a sí mismo apoyado en el amor del Padre, de quien lo recibe todo y con quien tiene un solo querer. La raíz de su vida es el amor maduro, el que se hace uno solo con el amado. Esta es la gran conciencia de Jesús en la Cruz, que lo acompaña en el momento sublime de dar “vida en abundancia” a todas sus ovejas.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy el Señor?
            La imagen del Buen Pastor es una de las primeras representaciones histórico-artísticas de Jesús pintadas por los cristianos en las catacumbas. Expresa muy bien las relaciones personales del creyente con Cristo y las relaciones entre los que ejercen en la Iglesia la función de pastores puestos por Dios para pastorear a su pueblo.
            Este pasaje no se refiere al obispo, al párroco o al catequista, sino que nos habla directamente de la persona y la misión de Cristo. Para los primeros creyentes, Jesús no es sólo un Pastor sino el “Buen Pastor”, el verdadero Pastor que da la vida por sus ovejas. Jesús al hablar de la verdadera comunión entre el pastor y las ovejas, se remonta a la misma comunión que existe entre el Padre y él. Esa comunión que nace desde la fe debe traducirse en la obediencia.
Jesús es el único líder capaz de orientar y dar verdadera vida a las personas. Esta fe en Jesús, Buen Pastor, guía y adquiere relevancia en una sociedad masificada como la nuestra, donde la persona corre el riesgo de perder su propia identidad de ser el otro, en lugar de ser ellos mismos.
Llamamos a este día "domingo del Buen Pastor" y en él se nos invita a reconocer a Jesús como nuestro Buen Pastor Resucitado, presente en nuestra vida y ejerciendo también hoy su oficio pastoral. ¿Y cómo ejerce Jesús su oficio de pastor? Como lo hizo en su tiempo y tal como nos lo describe el evangelio de hoy al presentarnos tres características que definen la "acción pastoral" de Jesús: 
1. Da su vida por nosotros. Y sabemos que “no hay mayor amor que dar la vida”; por tanto de este modo Jesús vive y expresa su gran amor por nosotros, por cada uno de nosotros. 
2. En segundo lugar, Jesús habla del conocimiento íntimo, la comunión de vida, que busca tener con nosotros. Tan profundo es este conocimiento o comunión mutua que Jesús la compara al vínculo que Él tiene con su Padre. 
3. En tercer lugar, Jesús, como buen pastor, busca la unidad del rebaño, amplía su horizonte a otras ovejas, no se cierra en las que ya están sino que se preocupa y ocupa por las que todavía no pertenecen al único rebaño de Dios.

Los cristianos creemos que sólo Jesús puede ser nuestro guía definitivo, que sólo desde él aprendemos a vivir al ir descubriendo desde él, la verdadera vida, la manera más humana de vivir, la manera de ir creciendo y madurando como persona y en humanidad para ir pareciéndonos cada vez más a ese Dios a cuya imagen y semejanza fuimos hechos. Seguir a Jesús es asumir las actitudes fundamentales que él vivió y vivirlas, hoy, desde nuestra propia originalidad, prosiguiendo la tarea construir el reino de Dios que él comenzó, en el contexto social y político en el que estamos viviendo.
Muchos cristianos no llegan a sospechar que la fe es esa luz que nos ayuda a descubrir lo maravilloso de la vida, la capacidad y las oportunidades que tenemos de ser felices y hacer felices a los otros, de realizarnos como personas y de mejorando el mundo. El Dios anunciado por Jesús es antes que nada, alguien que da la vida y hace vivir, alguien que sostiene la vida incluso en los momentos más adversos, alguien que da fuerzas para comenzar siempre de nuevo, alguien que alimenta en nosotros una esperanza indestructible cuando la vida parece apagarse para siempre.
El proyecto comunitario de Jesús se diferencia de otros grupos porque la autoridad se ejercita desde el servicio: Mandar es servir. Esto aparece claro en el Evangelio. Jesús no quiso que en su comunidad se diera el tipo de relación que se daba en la religión judía, donde los dirigentes parecían asalariados y buscadores de su propio beneficio. El juicio de Jesús, para con los responsables que se aprovechan de su situación, o que se creen dueños de las personas, es muy duro. En la Iglesia y en la comunidad de Jesús, los responsables son sólo representantes, servidores, que deben aprender de él y seguir su ejemplo hasta la entrega de la propia vida.
Desde hace más de cincuenta años el Vaticano II, puso las cosas en su punto al decirnos que  la misión y el compromiso del laico, no es un regalo de los obispos, sino que nace de nuestra incorporación a Cristo por “el bautismo y la confirmación. LG 33,1-2: “Por el bautismo y la confirmación están llamados por el mismo Señor a participar en la misión salvífica de la Iglesia. Todo laico está llamado a convertirse en testigo e instrumento vivo de la Iglesia”. Y porque “La vocación cristina es vocación al apostolado, pues en la Iglesia no puede haber miembros pasivos” (A. A. 21,)
La fiesta del Buen Pastor, una oportunidad para ver el espacio que dejan los pastores a los laicos, y para revisar el compromiso que los laicos, van asumiendo en la Iglesia, y sobre todo en el mundo, donde sólo ellos pueden hacer presente el Evangelio en el ámbito familiar, social y político.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?
·         Frente a la imagen del Buen Pastor, ¿qué debería cambiar en mi manera de ver a Dios?
·         Como cristiano laico, ¿Cómo me veo y me ubico dentro de la comunidad parroquial?
·         “Los laicos son valiosos pregoneros de la fe si asocian la profesión de fe con la vida de fe”, ¿Cómo compagino esta afirmación del Vaticano II (LG 35,2) con mi vida cristiana? ¿Hay coherencia entre mi fe y mi vida, entre lo que creo y mi estilo de vida?

Fuente: Lectio Divina CELAM, P. Felipe Mayordomo sbd
Síntesis: Jorge Mogrovejo M

domingo, 15 de abril de 2018

Evangelio del III Domingo de Pascua (15 de Abril del 2018)

Evangelio de San Marcos 24, 35-48
III Domingo de Pascua. Ciclo B
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.
Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?
Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.»
Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?»
 Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos. Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."»
Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

Comentario al Evangelio:

No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca por dentro la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección. Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar. Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: "Paz a vosotros"». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder captar, también hoy, su presencia en medio de nosotros: hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe. 

Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que a veces puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas. 

Los relatos evangélicos lo repiten una y otra vez. Encontrarse con el Resucitado es una experiencia que no se puede callar. Quien ha experimentado a Jesús lleno de vida siente necesidad de contarlo a otros. Contagia lo que vive. No se queda mudo. Se convierte en testigo. Los discípulos de Emaús «contaban lo que les había acontecido en el camino y cómo le habían reconocido al partir el pan». María de Magdala dejó de abrazar a Jesús, se fue donde los demás discípulos y les dijo: «He visto al Señor». Los once escuchan invariablemente la misma llamada: «Vosotros sois testigos de estas cosas»; «como el Padre me envió, así os envío yo»; «proclamad la Buena Noticia a toda la creación». La fuerza decisiva que posee el cristianismo para comunicar la Buena Noticia que se encierra en Jesús son los testigos. Esos creyentes que pueden hablar en primera persona. Los que pueden decir: «Esto es lo que me hace vivir a mí en estos momentos». Pablo de Tarso lo decía a su manera: «Ya no vivo yo. Es Cristo quien vive en mí». 

El testigo comunica su propia experiencia. No cree «teóricamente» cosas sobre Jesús; cree en él porque lo siente lleno de vida. No solo afirma que la salvación del hombre está en Cristo; él mismo se siente sostenido, fortalecido y salvado por él. En Jesús vive «algo» que es decisivo en su vida, algo inconfundible que no encuentra en otra parte. Su unión con Jesús resucitado no es una ilusión: es algo real que está transformando poco a poco su manera de ser. No es una teoría vaga y etérea: es una experiencia concreta que motiva e impulsa su vida. Algo preciso, concreto y vital. El testigo comunica lo que vive. Habla de lo que le ha pasado a él en el camino. Dice lo que ha visto cuando se le han abierto los ojos. Ofrece su experiencia, no su sabiduría. Irradia y contagia vida, no doctrina. No enseña teología, «hace discípulos» de Jesús. El mundo de hoy no necesita más palabras, teorías y discursos. Necesita más vida, esperanza, sentido y amor. Hacen falta testigos más que defensores de la fe. Creyentes que nos puedan enseñar a vivir de otra manera porque ellos mismos están aprendiendo a vivir de Jesús.

Se habla mucho del problema del mal. Se dice que es «la roca del ateísmo», y de hecho son bastantes las personas a las que se les hace difícil creer que pueda existir un Dios bueno del que haya brotado un mundo en el que el mal tiene tanto poder. Las preguntas se agolpan una tras otra: ¿cómo puede quedar Dios pasivo ante tantas desgracias físicas y tragedias morales, o ante la muerte cruenta de tantos inocentes? ¿Cómo puede permanecer mudo ante tantos crímenes y atropellos, cometidos muchas veces por quienes se dicen sus amigos? Y, ciertamente, es difícil obtener una respuesta si uno no la encuentra en el rostro del «Dios crucificado». Un Dios que, respetando absolutamente las leyes del mundo y la libertad de los hombres, sufre él mismo con nosotros, y desde esa «solidaridad crucificada» abre nuestra existencia dolorosa hacia una vida definitiva. Pero no existe solo el problema del mal. Hay también un «problema del bien». El famoso biólogo francés Jean Rostand, ateo profeso, pero 587 inquieto hasta su muerte, hacía en alguna ocasión esta honrada confesión: «El problema no es que haya mal. Al contrario, lo que me extraña es el bien. Que de vez en cuando aparezca, como dice Schopenhauer, el milagro de la ternura... La presencia del mal no me sorprende, pero esos pequeños relámpagos de bondad, esos rasgos de ternura son para mí un gran problema». El que solo es sensible al mal y no sabe gustar la alegría del bien que se encierra en la vida, difícilmente será creyente. Solo quien es capaz de captar la generosidad, la ternura, la amistad, la belleza, la creatividad y el bien puede intuir «el misterio del bien» y abrirse confiadamente al Creador de la vida. Es significativa la observación de Lucas, que nos indica que los discípulos «no acababan de creer por la alegría». El horizonte que les abre Cristo resucitado les parece demasiado grande para creer. Solo creerán si aceptan que el misterio último de la vida es algo bueno, grande y gozoso. 

Pablo VI, en su hermosa exhortación Gaudete in Domino, invita a aprender a gustar las múltiples alegrías que el Creador pone en nuestro camino: vida, amor, naturaleza, silencio, deber cumplido, servicio a los demás... Puede ser el mejor camino para «resucitar» nuestra fe. El papa llega a pedir que «las comunidades cristianas se conviertan en lugares de optimismo donde todos los miembros se entreguen resueltamente al discernimiento de los aspectos positivos de la persona y de los acontecimientos». 

Hay muchas maneras de obstaculizar la verdadera fe. Está la actitud del fanático, que se agarra a un conjunto de creencias sin dejarse interrogar nunca por Dios y sin escuchar jamás a nadie que pueda cuestionar su posición. La suya es una fe cerrada donde falta acogida y escucha del Misterio, y donde sobra arrogancia. Esta fe no libera de la rigidez mental ni ayuda a crecer, pues no se alimenta del verdadero Dios. Está también la posición del escéptico, que no busca ni se interroga, pues ya no espera nada de Dios, ni de la vida, ni de sí mismo. La suya es una fe triste y apagada. Falta en ella el dinamismo de la confianza. Nada merece la pena. Todo se reduce a seguir viviendo sin más. Está además la postura del indiferente, que ya no se interesa ni por el sentido de la vida ni por el misterio de la muerte. Su vida es pragmatismo. Solo le interesa lo que puede proporcionarle seguridad, dinero o bienestar. Dios le dice cada vez menos. En realidad, ¿para qué puede servir creer en él? Está también el que se siente propietario de la fe, como si esta consistiera en un «capital» recibido en el bautismo y que está ahí, no se sabe muy bien dónde, sin que uno tenga que preocuparse de más. Esta fe no es fuente de vida, sino «herencia» o «costumbre» recibida de otros. Uno podría desprenderse de ella sin apenas echarla en falta. Está además la fe infantil de quienes no creen en Dios, sino en aquellos que hablan de él. Nunca han tenido la experiencia de dialogar sinceramente con Dios, de buscar su rostro o de abandonarse a su misterio. Les basta con creer en la jerarquía o confiar en «los que saben de esas cosas». Su fe no es experiencia personal. Hablan de Dios «de oídas». En todas estas actitudes falta lo más esencial de la fe cristiana: el encuentro personal con Cristo. La experiencia de caminar por la vida acompañados por alguien vivo con quien podemos contar y a quien nos podemos confiar. Solo él nos puede hacer vivir, amar y esperar a pesar de nuestros errores, fracasos y pecados. Según el relato evangélico, los discípulos de Emaús contaban «lo que les había acontecido en el camino». Caminaban tristes y desesperanzados, pero algo nuevo se despertó en ellos al encontrarse con un Cristo cercano y lleno de vida. La verdadera fe siempre nace del encuentro personal con Jesús como «compañero de camino». 

Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado. Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios. La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios». En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometen los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo. 

Los exegetas (Persona que expone o interpreta un texto, especialmente la Biblia.) suelen dividir este texto en dos secciones: el reconocimiento (Lc 24,36- 43) y la instrucción o enseñanza de Jesús (Lc 24,44-49).  

El relato de reconocimiento comienza con la aparición de Jesús quien saluda ofreciendo la paz, lo que es común con otros relatos de apariciones del resucitado. La primera reacción de los discípulos ante Jesús resucitado es de "temor y temblor" (“atónitos y llenos de temor”) pues creen ver un espíritu. Jesús interpreta esta reacción como “turbación y duda” y las despeja mostrándoles sus manos \y sus pies e invitándoles a ver y tocar señalando que "un espíritu no tiene carne ni huesos". Según X. León-Dufour mediante esta última expresión "Lc indica su verdadera intención: la aparición no es una ilusión, Jesús no es un «espíritu» ni un «fantasma»". Al igual que para nosotros hoy, en la antigüedad bíblica se consideraba a los espíritus como espectros que podían aparecerse en forma humana pero que no tenían "carne ni huesos". La reacción de los discípulos es ahora la incredulidad,  dificultad para aceptar algo demasiado hermosos y sorprendente que les causada extrema alegría y asombro. Algo así como que es demasiado lindo para ser cierto. Ante esto Jesús realiza la acción de comer un trozo de pescado delante de ellos. Siguiendo con X. León-Dufour vemos que aquí "la intención es manifestar que el Resucitado es realmente un ser corpóreo. Al tomar alimento Jesús se comporta como la muchacha resucitada de la muerte: ¿no había dicho a sus padres que le diesen de comer (Lc 8,55)?". A las pruebas de la veracidad de su resurrección como el hecho de verlo y escucharlo se añaden ahora la de tocarlo y la de verlo comer. Es una manifestación de la benevolencia de Jesús que no se cansa de ofrecer signos para su reconocimiento. Jesús hace todas estas cosas para despejar las dudas de sus discípulos y mostrar que el Crucificado es ahora el Resucitado. 

En síntesis: "El relato repite muchos temas del pasaje anterior: la aparición repentina de Jesús, la incapacidad de los discípulos para reconocerle, el reproche del Nazareno, el estupor y la alegría ante el reconocimiento final. Si allí comieron pan, aquí se habla de pescado, lo que recuerda la comida de los 5.000, aunque el tema de la eucaristía también aparece en el trasfondo. Junto a las similitudes el texto introduce un tema nuevo: la corporalidad de Cristo resucitado" . Es decir, "Lucas, en este pasaje, ha intentado explicar mediante hechos lo que hace Pablo con conceptos en 1Cor 15,35-39 y 41-44" 8 . 

La segunda subsección es la instrucción de Jesús: habiendo convencido a sus discípulos de que realmente es el crucificado que ha resucitado puede entonces ahora darles su enseñanza final que se refiere al sentido de las Escrituras; a la misión de los discípulos y al envío de la promesa del Padre (en el v. 49 que no se lee este domingo). Como hizo antes con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,26-27), Jesús les enseña que todo lo sucedido ya había sido predicho por él durante su vida pública y que todo sucedió conforme a las Escrituras, esto es, al designio de Dios. Luego les abrió la inteligencia para que comprendan las Escrituras, en particular la necesidad de la pasión y la resurrección del Mesías. Como bien señala R. Brown : "en la visión lucana la interpretación de las Escrituras es un elemento esencial para comprender la Pasión y la resurrección. En esto Lucas no está lejos de la tradición informada por Pablo en 1Cor 15,3-5 que describe la muerte, sepultura y resurrección como acontecidas según las Escrituras". 

Por último, en el Evangelio el Señor Jesús sigue llamándonos y enviándonos al mundo como testigos de la nueva vida que quiere ofrecer a todos los hombres. Como dice el Papa Francisco: “siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la petición de «resurrección» de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?” (Regina Coeli, 19 de abril de 2015)



Autor: CELAM. Documento Lectio Divina del 15 de Abril del 2018, Pagola,JOSE. "El Camino Abierto por Jesus: Lucas"
Resumen y sintesis: Jorge Mogrovejo Merchan.



domingo, 8 de abril de 2018

Evangelio del II Domingo de Pascua: Fiesta de la Divina Misericordia (8-04-2018)

Domingo II de Pascua: Fiesta de la Divina Misericordia. Ciclo B 8 de Abril 2018
Evangelio Jn 20,19-31:
“Al atardecer de aquél día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio y les dice: Paz a ustedes. Dicho esto, les mostró las mano y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: Paz con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a vosotros. Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengan les queda mantenidos. Tomás, que significa mellizo, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Él replicó: Si no veo en sus manos la marca de los clavos y no meto el dedo por el agujero, si no meto la mano por su costado, no creeré. A los ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: Paz con ustedes. Después le dice a Tomás: Mete aquí el dedo y mira mis manos; trae la mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, antes cree. Le contestó Tomás: Señor mío y Dios mío. Le dice Jesús: Porque has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto. Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están consignadas en este libro. Estas quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él”.
1.- ¿Qué nos quiere decir Juan, en este Evangelio?
Esta es la aparición-encuentro más importante de Jesús después de la resurrección. La fe en el Resucitado es fruto de un encuentro y una experiencia personal. Lo dice Juan en (1ªJn 1,1-3). Nosotros hemos oído la Palabra de la vida y la hemos visto con nuestros propios ojos; la hemos contemplado y la hemos palpado con nuestras manos y somos testigos de ello.
Juan escribe para creyentes, que a finales del siglo primero, tenían dificultades para creer, porque no habían tenido la suerte de vivir la experiencia: de oír, ver y tocar a Jesús. Juan lo resuelve radicalmente para ellos, y para nosotros: “Dichosos los que han creído sin haber visto”. El camino más común, y válido, para la fe en la resurrección no es el de los signos extraordinarios, sino el del testimonio vivo de la comunidad cristiana, que trata de despertar y animar la fe de todos los que no han visto ni oído directamente al Señor resucitado.
I.- De la decepción a la esperanza.
La comunidad del resucitado es una comunidad débil: Los discípulos están decepcionados y llenos de miedo, con las puertas cerradas. El sepulcro vacío les hace pensar en un robo, ven en Jesús a un fantasma, a un peregrino. Pero esa comunidad se hace fuerte y se estructura cuando Jesús se hace presente en ella. Jesús vuelve a los suyos cumpliendo la promesa que les había hecho: “Volveré a estar con ustedes”.
“La paz esté con ustedes”, no es un saludo, sino el cumplimiento de la promesa que les había hecho. La paz bíblica es la armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios: es el disfrute gozoso y exultante de la vida, la convivencia en el respeto y la justicia. Jesús vuelve a los suyos y los libera del miedo, les comunica el Espíritu Santo que transforma su vida. Les llena de paz y de alegría y les convierte en testigos-misioneros.
II.- El encuentro con Cristo los hace resucitar a una vida nueva:
·        “Como el Padre me envió, también yo los envío”. Es una frase típica que Juan pone en labios de Jesús, en los discursos de despedida Los apóstoles llenos del Espíritu Santo, han quedado transformados en continuadores de Jesús. A partir de ese día, los discípulos podrán ir al mundo a continuar, como enviados de Jesús, la obra que el Padre le había confiado a él.
·        “Reciban al Espíritu Santo”. Fue la primera experiencia con que se encontró la Iglesia. El Espíritu Santo se hallaba presente y operante en ella. El verdadero protagonista del libro de los Hechos  de los Apóstoles es el Espíritu Santo como una realidad viviente y operante que va transformando el corazón de los creyentes.
Jesús sopló al estilo de los profetas. El soplo creador que infunde aliento de vida es un signo sensible y un símbolo del espíritu de Dios. Jesús, al soplo, añade unas palabras que revelan el contenido del simbolismo: Les comunica el don del Espíritu Santo. Soplar, recuerda Gen 2,7, cuando el ser humano, formado de arcilla, se convierte en un ser viviente.
Con este nuevo aliento, del Cristo resucitado el ser humano es recreado, por el Espíritu Santo y convertido en mujeres y hombres nuevos, que hacen presente la resurrección promoviendo una vida más humana y más plena. Cristo resucitado es el nuevo Adán, cabeza de la nueva humanidad. Nuestra tarea es iniciar y hacer presente  la nueva creación y la nueva  humanidad.
·        La experiencia del perdón. Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que les perdona sin reprocharles, sin hacer ninguna alusión al abandono de la pasión y les convierte de perdonados en perdonadores: “A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados”. En virtud del Espíritu que han recibido, los discípulos podrán perdonar los pecados, para que todos los creyentes puedan seguir resucitando a una vida nueva a lo largo de la historia.
·        “Otras muchas cosas hizo Jesús”. A la luz de estas palabras conclusivas debe leerse todo el evangelio. Son la calve para poder entenderlo. Nos dicen que los signos realizados por Jesús deben llevar a la fe, a descubrir en Jesús al Mesías, al Hijo de Dios, para que conociendo a Jesús sigamos a Jesús, y vivamos su estilo de vida, haciendo hoy lo que él hizo en su tiempo.
III.- La Iglesia una comunidad de mujeres y hombres resucitados
Los creyentes vivían un estilo de vida radical y coherente con las exigencias del Señor resucitado Lucas nos presenta la comunidad de Jerusalén como una comunidad de fe, de corazones y de bienes, una comunidad que ora y que da testimonio de su fe en su vida y con su vida.
Ya no están con las puertas cerradas por miedo, ni se han escapado del mundo: son una Iglesia en el mundo que se proyecta al exterior produciendo un fuerte impacto de admiración y adhesión de nuevos creyentes. Desde el principio queda bien claro el nuevo estilo de vida: Hay una nueva manera de entender las relaciones humanas y sociales: tienen que ser sal que de sabor a la vida, levadura que va transformando desde dentro las estructuras familiares y sociales, y luz del mundo para que los nuevos valores del Evangelio lleguen a todos los rincones del mundo.
Lucas, en la primera lectura, idealiza un poco la vida de la comunidad apostólica. Más que decirnos como era esa comunidad de hoy, quiere presentarnos la comunidad ideal, el modelo y la meta de las comunidades de todos los tiempos: Una comunidad fraternal con un Padre común, asidua a la escucha de la Palabra, que fortalece la fraternidad en la Eucaristía, que vive la solidaridad compartiendo sus bienes, y que es fermento de una nueva sociedad más justa y más humana.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy el Señor?
I.- Nuestra vida nueva, signo de la presencia del resucitado en nuestro mundo.
¿Cómo llegamos nosotros, ahora al Cristo resucitado? Estamos en la misma situación de las comunidades cristianas, de finales del siglo primero. Nuestro acceso al Cristo histórico resucitado es, el mismo que tuvieron las comunidades de la segunda generación de creyentes: a través del testimonio escrito de los discípulos de la primera generación que oyeron, vieron y tocaron al Señor. El Evangelio del próximo domingo nos dirá, con claridad, donde podemos encontrarnos, hoy con el resucitado. 
Tomás pidiendo una señal para creer, expresando su radical incredulidad. Quiere tener certeza absoluta de la realidad física de Jesús, tocando sus llagas, y por eso subraya: “si no pongo mi dedo, sino pongo mi mano”. Tomás no acepta el testimonio de la comunidad. Quiere constatar la identidad del Jesús histórico, que murió, con el Cristo resucitado. Pero Jesús le dice: “¿Por qué has visto has creído? Bienaventurados los que no han visto y han creído”. Es una bienaventuranza para aquellos que, no han visto y han creído, tanto de los primeros siglos como de ahora.
El evangelista ha puesto por escrito los signos necesarios para revelarnos quién era Jesús, y de esa manera engendrar en nosotros la fe. La incredulidad de Tomás, convertida después en confesión clara y decidida, servirá de argumento y de ejemplo para la fe de la Iglesia de todos los tiempos. Al final, Tomás no necesitó tocar las llagas para proclamar su profesión de fe: vio y creyó.
En la experiencia de la vida de comunidad nace nuestra fe, la comunidad nos ayuda a crecer en la fe, y con el testimonio de nuestra vida contagiamos la fe a otros. Cristo sigue resucitando hoy en nuestras comunidades, en cada creyente que resucita a vida nueva. El cambio de vida es el signo que garantiza nuestra fe. La fe no se dice, ni se reduce a palabras. La fe se vive y se manifiesta en las obras, en el testimonio de la vida diaria de los creyentes.
Algunos se quejan ante Dios por la ausencia de señales que pudieran confirmarnos en la fe, y ayudar a salir de su obstinación a los increyentes: Lo decía Unamuno: “Por qué, Señor, no te nos muestras sin velos, sin engaños? Una señal, Señor, una tan sólo, una que acabe con todos los ateos de la tierra, una que de sentido a esta sombría vida que llevamos”. Jesús no quiso convencer a nadie. La fe no es fruto, ni consecuencia del milagro. La fe es anterior. La fe nace cuando le creemos a Cristo, cuando creemos en Cristo. La fe es la respuesta que damos a la llamada del Señor
Si la experiencia de la comunidad fraterna de los primeros cristianos fue una experiencia de resurrección, la pascua que celebramos debe ayudarnos y comprometernos a vivir la experiencia de la comunidad que Lucas nos presenta. Pero nuestra comunidad parroquial ¿ofrece la experiencia y el testimonio de la primera comunidad apostólica? ¿Hasta que punto nuestra comunidad cristiana es una auténtica comunidad pascual animada por la paz, la alegría y una esperanza viva, por la inquietud de la misión y la solidaridad social que impulsa a compartir la vida y los bienes?
En un ambiente marcado por la fe convencional y vacía, la costumbre religiosa sin vida, la inercia tradicional y el ritualismo devocional externo sin compromiso, el Señor nos invita a hacer resucitar nuestra fe y reanimar nuestra vida. A proclamar nuestra fe, a ser testigos de reconciliación en este mundo injusto y dividido, egoísta y consumista, a compartir el dolor y el sufrimiento, las alegrías y las esperanzas de las personas que luchan con el Resucitado para hacer más humano y más justo nuestro mundo.     
II.- Los estigmas de Jesús
Jesús invitó a Tomás a tocar sus llagas y su costado. Las señales de los clavos en las manos y la herida del costado son los estigmas de su amor por nosotros, son los signos de su presencia: Hoy se puede ver, experimentar y descubrir la presencia del resucitado en los que llevan, en si mismos, estas señales de sufrimiento y marginación: en los pobres y olvidados, en los que sufren dolor y miseria.
En ellos se hace presente el Señor resucitado. Si se quiere reconocer al resucitado en la historia, el camino no es otro que tocar las llagas de la vida. Tocar para curar, para acompañar, para hacer justicia. Tocar las llagas es la manera de creer ya en la plenitud a la que está llamada la historia en la que se enmarca la existencia humana. Por eso creer en la resurrección es creer en la vida. La vida que crece, que se humaniza, que busca la plenitud es el signo vivo del Cristo resucitado en el hoy de nuestra historia. La vida nueva, el auténtico buen vivir, para todos los hijos de Dios.
III- Perdonados para perdonar.
Jesús no sólo perdonó, sino que instituyó el sacramento del perdón. Para muchos el perdón es la virtud de los débiles, de los que se resignan y se doblegan por miedo a los poderosos, o a lo que digan otros. Pero, perdonar y pedir perdón son signos de adultez, de madurez humana, porque siempre nos cuesta mucho eso de reconocer nuestros errores y eso de pedir disculpas y perdonar. Perdonar no es sólo resolver y superar un conflicto del pasado, perdonar, o ser perdonado, nos capacita para afrontar el presente sin prejuicios ni fatalismos: para reorganizar nuestra vida presente en función de futuro, para sentirnos libres y capaces de poder decidir nuestro destino. Para los creyentes, el perdón es la virtud de la persona nueva, de la persona resucitada.
IV.- Resucitados para construir una nueva humanidad
Como mujeres y hombres renovados y libres, comprometidos en hacer una sola familia entre todos los pueblos. Buscando todo lo que nos une por encima de las diferencias. Convencidos de que sí es posible hacer realidad el proyecto de Dios: ser una familia de hermanos, donde se comparte entre todos los hermanos la riqueza que es de todos los hermanos. Una nueva creación: en un mundo nuevo programado para todos, y donde todos tengan trabajo, calidad de vida, educación, bienestar y vacaciones todos los años. Un mundo solidario: donde los recursos humanos y materiales se compartan entre todos, y para bien de todos, según el proyecto de Dios.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?
·        En esta Pascua ¿he vivido una experiencia de encuentro personal con Cristo?
·        ¿Se manifiesta en mi vida, en mis obras, la novedad de la resurrección de Cristo?
·        Mi fe repercute en mi vida de familia, en mis relaciones sociales, laborales y políticas


Autor: Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcriptor: Jorge Mogrovejo Merchan

domingo, 1 de abril de 2018

Evangelio del I Domingo de Pascua (1 de Abril del 2018)


Domingo de Pascua Ciclo B  1 Abril  2018
Evangelio: Jn 20,1-9.
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto." Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Juan, qué mensaje nos trae este Evangelio?
En la mañana del Domingo, el amor mueve los tres discípulos, María, Pedro y el Discípulo Amado, a buscar al Señor y, entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual. Juan habla de la tumba vacía y este hecho, detalladamente constatado por el evangelista, tiene una importancia capital en la Historia del Cristianismo en sus orígenes. Juan informa con precisión de las primeras horas del primer domingo cristiano.
            Las tradiciones del sepulcro vacío y de las apariciones son las formas más antiguas de expresar la fe en la resurrección de Jesús. Dos historias que se hallan entremezcladas pero que originalmente fueron independientes. En las narraciones del sepulcro vacío, los sinópticos coinciden en ciertos datos comunes. El de Juan es diferente. Los cuatro evangelistas concuerdan en colocar en el primer día de la semana la ida de las mujeres al sepulcro, pero varían al precisar el momento. Mateo dice “la aurora”, Marcos “muy de madrugada”, “habiendo salido el sol”, Lucas “muy de mañana”, y Juan “de mañana”, “habiendo todavía oscuridad”. También varía el nombre y el número de las mujeres.
A.- La Resurrección del Señor, el hecho nuclear de la fe cristiana
Los que confesamos nuestra fe en Cristo resucitado entendemos bajo este hecho algo muy distinto de la reanimación de un cuerpo, o de una reencarnación, y afirmamos un hecho debido a la intervención del poder de Dios: La resurrección de Cristo.
Juan nos presenta a María la Magdalena que va sola al sepulcro al amanecer, “cuando aún estaba oscuro". Habían amortajado a Jesús, como Rey, utilizando cien libras de mirra y áloe. Magdalena es la primera en llegar. Ella iba a llorar, a pensar en la muerte sin esperar en la Resurrección. Fue muy de mañana y la penumbra atmosférica sintoniza con la oscuridad de su fe. La tarde anterior dejaron allí el cadáver y ahora no está. Y corre desolada anunciando: “Se han llevado al Señor”. María Magdalena plantea un serio problema en un mundo cultural en el que el testimonio de la mujer no era admitido en un juicio. Sólo la historicidad del hecho explica la existencia del relato.
La reacción de María Magdalena al observar “la losa quitada del sepulcro” contiene un doble motivo teológico: La tumba abierta no lleva de por sí a la fe en la Resurrección. El hecho de que la primera persona en llegar al sepulcro lo encuentra ya vacío descarta apologéticamente la hipótesis del cadáver robado por los propios discípulos que ya Mateo había tratado de refutar. Más tarde ve al Resucitado en el huerto sin reconocerle, se siente interpelada por su nombre y eso es como una luz que disipa todas las perplejidades. Identifica al Señor y cree. El camino es el amor inquieto por la ausencia y los sentimientos que evoca la voz de Jesús llamándola por su nombre. Esa voz le identifica y propicia el primer encuentro personal con el Señor Resucitado.
Ella lleva la noticia del sepulcro vacío a Simón y a Juan. Los tres protagonistas del relato, María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado, han tenido una relación especial con Jesús, han sido íntimos entre los íntimos. Informados por María, corren Pedro y Juan al sepulcro. Primero llega Juan, mira pero no entra al sepulcro, espera a Simón, porque para el evangelista, Simón no es sólo el antiguo compañero de trabajo, ni su compañero de vocación, sino que es el personaje a quien Jesús constituyó roca y jefe del grupo apostólico. Luego llega Pedro y entra el primero en la tumba vacía. Ve las vendas y el sudario pero no entiende. Después entra Juan, no ve el cadáver pero ve las vendas en el suelo y cree. Es el amor, y no la razón, el que mejor puede comprender el misterio de la Resurrección. Pero esta fe no mueve todavía porque queda en el corazón.


B.- Juan llega primero ve y cree.
Estamos ante la narración de un hecho histórico, pero contemplado y descrito desde una perspectiva teológica. Los que van a ser testigos del sepulcro vacío son Pedro y Juan que jugarán un papel importante en la Iglesia primitiva. Así la certeza de la tumba vacía no reposará únicamente sobre el testimonio de las mujeres piadosas, sino sobre la autoridad de los dos apóstoles más calificados.
“Corrían los dos”. No era posible actuar con lentitud, pues se trataba de un asunto de extraordinaria trascendencia. Encontramos aquí descritas con un lenguaje plástico, la fisonomía de Pedro y de Juan. Corrían los dos”. Juan aventaja a Pedro en el acercamiento al Maestro. Eso supone intimidad y conocimiento. En la última Cena Juan estuvo al lado de Jesús y Pedro tuvo que acudir a él para conocer el secreto del Maestro, sobre quién era el traidor. En el mar de Tiberíades, Pedro se lanza al agua para llegar a Jesús, cuando Juan le dice: “Es el Señor”.
Juan cree que el Señor, rompiendo las ataduras de la muerte ha resucitado, y como signo de que así ha sido, allí están las vendas y el sudario doblado, en un sitio aparte. Este detalle excluye con fuerza la posibilidad de un robo. Los relatos de los evangelistas prueban que no fue fácil a los discípulos  creer en el hecho de la resurrección. Hay un largo, laborioso y progresivo proceso desde el inicial y obstinado no creyeron hasta la confesión final entusiasta ¡Ha resucitado el Señor!
       La profesión de fe es la misma, para todos, pero el camino recorrido hasta llegar a esa confesión fue muy diferente. En los discípulos el camino de la fe comienza por una visita al sepulcro. Un sepulcro es más un recuerdo que una presencia, pero el recuerdo puede también abrir las ventanas de la inteligencia para comprender. Así habla el Evangelio de hoy de tres personas: tres mundos interiores diferentes y tres paradigmáticas maneras de llegar a la fe.
Juan regresó a casa creyendo que Jesús había resucitado. Su fe brotó a la vista del sepulcro vacío. No estaba allí porque había resucitado, luego comprenderá la Escritura. Este pasaje, al igual que todos los relatos pascuales, no es una simple crónica. Es la experiencia, singular e irrepetible, de uno de aquellos, que comieron y bebieron con Jesús después de la resurrección (Hch 10,41). Es un testimonio personal de fe que intenta despertar o alentar la fe de los demás (Jn 20,31). El proceso de fe fue un asunto muy personal y distinto en unos y otros discípulos, así aparece en los relatos pascuales.
María, permanece junto al sepulcro. Ante el cansancio de los discípulos, se destaca la firme perseverancia de esta mujer. Tampoco su fe está vinculada al sepulcro vacío, sino al encuentro personal con el Señor cuando se siente interpelada por su nombre: María. El recuerdo del pasado une al Cristo de la historia con el Cristo de la fe, que ella expresa con una sola palabra: “Rabuní”, Maestro.
 Por último, el Señor la hace misionera, para que vaya a anunciar a los hermanos su experiencia de fe: que ha visto resucitado y que le ha dicho todas esas cosas.
Contrariamente a la tradición sinóptica que presenta a Pedro como al primer testimonio del Resucitado, Juan pone de relieve que es María Magdalena la primera que fue al sepulcro al amanecer.  Es significativo que mientras los sinópticos insisten más en la proclamación de la resurrección de Jesús (Marcos 16,16; Mateo 28,6‑7; Lucas 24,5‑6.34), Juan hace una crónica de los encuentros personales con el Resucitado. Sin dejar de testimoniar el hecho de la resurrección, subraya el camino recorrido por la comunidad cristiana en su acceso de fe al Resucitado y a sus consecuencias.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy, al Señor?
            La resurrección de Cristo es un punto central de la fe cristiana. Pero no es fácil hablar de este misterio, porque resucitar no es “revivir”, no es volver a la misma vida de antes. La resurrección de Jesús es un acontecimiento real, pero de orden sobrenatural, que escapa a la experiencia sensible y supera los límites del entendimiento. Nadie lo puede describir, porque nadie lo pudo ver. Sólo se pueden constatar los efectos exteriores: el sepulcro vacío, el sudario y las vendas, y las pariciones. De la vista de la tumba vacía y del encuentro existencial con el resucitado nació la fe de los apóstoles.
            Una vez que los cristianos de la primera hora tomaron conciencia, a la luz del Espíritu Santo, de lo que significaba la resurrección del Señor, comenzaron a presentar ese misterio inefable con el ropaje literario más adecuado según la mentalidad bíblica y según sus intenciones doctrinales. Así nacieron las diferentes tradiciones evangélicas, que concuerdan en lo sustancial y difieren mucho en los detalles accidentales. De esta forma, cada evangelista, guiado por el Espíritu Santo y según su estilo personal, ha transmitido para los creyentes de todos los tiempos la resurrección del Señor.
Cuando la fuerza de la resurrección de Jesús sacude nuestra vida comenzamos a entender a Dios de una manera nueva, como un Padre apasionado por la vida de las personas, por la felicidad de las personas, de las que van dando pasos a situaciones de vida más humanas, de todas las personas.
Hoy la humanidad, amenazada por tantos peligros que ella misma ha desencadenado, necesita hombres y mujeres comprometidos incondicional y radicalmente en la defensa de la vida. Esta lucha debemos iniciarla en nuestro propio corazón, campo de batalla, en el que se disputan la primacía el amor a la vida y el amor a la muerte. La pasión por la vida, como exigencia de la resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí donde se toman las decisiones, donde se programa la muerte y la vida. Donde se deciden los presupuestos para el desarrollo, o para la guerra, para la educación liberadora, o para la dependencia colonialista, para compartir la riqueza de todos, desde la justicia social, entre todos, o para mantener los privilegios del primer mundo, cada vez en menos manos, con el saqueo y la explotación del tercer mundo, cada vez más pobre y más numeroso.
Creer en la resurrección, es creer que sí es posible un mundo nuevo según el proyecto de Dios. Creer en la resurrección, es sobre todo, comprometernos a construir el mundo nuevo que anunció Jesús, y que él mismo inició, que nos dejó como tarea, y del cual nos pedirá cuentas al final.
No es posible celebrar la Pascua y la resurrección si no estamos dispuestos a poner en discusión y revisar nuestra escala de valores. Una fiesta que no incida en las opciones de fondo de nuestra vida, que no nos meta el deseo de una nueva vida, que no siembre en nuestro corazón el gozo y la utopía de un futuro distinto y urgente, es una parodia de la Pascua cristiana.
Celebrar la Pascua, y creer en la resurrección, no significa explorar devotamente el sepulcro vacío, sino leer los signos de los tiempos que tenemos en la vida. Celebrar la Pascua es, acoger el testimonio de los pobres, la esperanza de los que luchan por la justicia, el canto de los que aman la vida, la alegría de los que se entregan, el gozo de los que perdonan, la fe de los que no tienen miedo, la ternura de los que ofrecen misericordia, la utopía de los que trabajan por una sociedad más justa. Es decir, ponerse tras las huellas del Resucitado en el que está al lado y dejarse encontrar con él.
La resurrección es una invitación a “buscar los bienes de allá arriba”, conscientes de que la espera de la tierra nueva no amortigua, sino más bien nos compromete más a perfeccionar este mundo. La resurrección es fuente inagotable de liberación. “El sentido último de la historia humana y del mundo es definida por la resurrección de Jesús, que es fuente de aquél dinamismo de liberación de las fuerzas de muerte que amenazan no sólo la vida humana, sino el mundo.” (R. Fabris).
Los cristianos estamos llamados a hacer realidad esta liberación humana y cósmica del Resucitado.
“Desde el momento de la resurrección, Cristo no tiene otro cuerpo visible que el de los cristianos, ni otro amor que dar que el de éstos” (L. Evely)
            La resurrección de Cristo debe reavivar nuestra fe y fortalecer nuestra esperanza. La Pascua de Cristo es novedad de vida. La Pascua no nos evita la lucha, ni el bautismo nos resuelve las dificultades, pero las victoria de Cristo nos garantiza la victoria de los que luchan, y garantiza nuestra propia victoria. Si Cristo con su resurrección inauguró la nueva humanidad, los cristianos no podremos descansar hasta que no triunfen los valores del Reino: la libertad, la justicia y el amor. Cristo, el Hombre nuevo, necesita una serie de mujeres y hombres nuevos que continúen su tarea de hacer visible y creíble el proyecto de Dios, el Reino visible en un mundo nuevo de hermanos.
La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero. Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro. Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. 
¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua! La resurrección de Cristo debe reavivar nuestra fe y fortalecer nuestra esperanza. La Pascua de Cristo es novedad de vida. La Pascua no nos evita la lucha, ni el bautismo nos resuelve las dificultades, pero las victoria de Cristo nos garantiza la victoria de los que luchan, garantiza nuestra propia victoria.
La Pascua de Cristo nos evita la lucha. El bautismo no nos exonera de la lucha frente a las dificultades. La vida pascual nos da fuerza, nos hace gozar de la gracia, de la amistad y de la energía resucitadora de Cristo; pero estamos sumergidos en una lucha inevitable, llevamos el tesoro de la vida divina en vasos de barro. Experimentar en nuestro cuerpo débil la lucha y la flaqueza, es la parte que nos toca en la muerte de Cristo, para que también podamos experimentar el triunfo de la vida nueva.
Si Cristo ha vencido, la Pascua ya está inaugurada. Pero todos los miembros de la Iglesia, todavía seguimos en la brecha, con la confianza y el optimismo que nos el saber que la sentencia ya está dada, porque en Cristo resucitado hemos vencido a la muerte y al pecado.
Pascua no es paz, es lucha. Es crecimiento, es progreso. Es optimismo y alegría, no porque todo está hecho, sino porque Cristo, con su triunfo, nos da la garantía de nuestra victoria final.
La Pascua está invadida por la energía del Señor Resucitado, que contagia su fuerza a todos los que quieren dar con él el paso, de la muerte  a la vida, del pecado a la vida nueva, de la esclavitud a la perfecta libertad, de la manera terrena egoísta de vivir, a la vida nueva del amor y la solidaridad.
Los cristianos pascuales son los más comprometidos: Todo cristiano resucitado, siente la urgencia de construir un mundo mejor. Para él, todo se ilumina al contemplarlo desde la Pascua: el hombre, su destino y su historia, el mundo entero, el trabajo, el dolor, el desarrollo de los pueblos, la justicia social. Si Cristo inauguró los tiempos nuevos, los cristianos no podemos descansar hasta que triunfen los valores del Señor Resucitado: la libertad y la justicia, el amor y la solidaridad.
3.- ¿Qué compromisos he asumido en esta Pascua?
·         ¿He renovado las promesas bautismales para asumir las exigencias de mi bautismo como un compromiso personal con Cristo?
         ¿Como compromiso de este Pascua, ¿qué novedades he programado para mi vida?




Autor: Felipe Mayordomo Álvarez sdb.  
Transcripción: Jorge Mogrovejo Merchan
 

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

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