Domingo III de Cuaresma Ciclo B 4
Marzo 2.018
Evangelio: Jn
2,13-25
Se acercaba la Pascua de los judíos y
Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes,
ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con
cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó
el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían
palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.» Sus
discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para
obrar así?»Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo
levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en
construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él
hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre
los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las
palabras que había dicho Jesús. Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron muchos en
su nombre al ver las señales que realizaba. Pero Jesús no se confiaba a ellos
porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio
acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre”.
1.- ¿Qué nos
quiere decir Marcos en este Evangelio?
Después de
los dos primeros domingos de la
Cuaresma, donde las escenas de las tentaciones de Jesús y la
de la transfiguración, nos ayudaron a descubrir la identidad de Jesús, entramos
en una nueva etapa del itinerario bíblico: la revelación del sentido profundo
del misterio pascual.
Con
el relato de la purificación del Templo de Jerusalén por parte de Jesús, el
evangelista Juan nos lleva a la contemplación
del misterio pascual: El “Cuerpo” de
Jesús se transforma en el definitivo santuario de la Nueva Alianza y de
la comunión de amor y adoración de Dios.
Entre el
signo de Caná y el nuevo signo de Jesús en el Templo se establece una
continuidad. Jesús sigue “revelándose”: De la fiesta de Caná de Galilea, donde “manifestó
su gloria y creyeron en él sus discípulos”
pasamos ahora a la fiesta de “la Pascua”. Hay una
fuerte conexión entre Caná y el nuevo templo. En Caná, el agua fue convertida
en vino. El agua, necesaria para las purificaciones, fue cambiada por otro
elemento purificador más rico y precioso, el vino de la nueva Alianza, la
sangre de Cristo. Y lo mismo en el nuevo templo, las víctimas del templo de
Jerusalén serán sustituidas, en el nuevo templo y en el nuevo culto, por una
víctima nueva: el cuerpo de Cristo muerte y resucitado.
El recuerdo
de la purificación del templo aparece en los cuatro evangelios. Los sinópticos lo
sitúan en la última semana de la vida de Jesús. Juan describe el hecho con más
detalles, incluido el diálogo con las autoridades judías, y lo coloca al inicio
de su ministerio apostólico con una intención programática: Para decirnos,
desde el principio, que con Jesús se inaugura un tiempo nuevo en las relaciones
del ser humano con Dios. Que él reemplaza al templo antiguo y se presenta como
el verdadero templo, el lugar de encuentro de lo divino y lo humano. Ni los
judíos ni sus discípulos entendieron a Jesús. Su resurrección será la
confirmación de sus palabras. Entonces, con la luz del Espíritu, lo
comprenderán los discípulos.
Este es un
relato típicamente teológico que tiene de base un hecho histórico. El
evangelista lo ve a la luz de la resurrección y nos transmite un mensaje que va
más allá del mero hecho histórico: Jesús es el verdadero templo, el lugar de
encuentro con Dios. Así lo explicita el mismo evangelista: “Jesús hablaba del
templo de su cuerpo.” Y la comunidad cristiana, iluminada por la experiencia
pascual, descubrirá que el lugar de la presencia y culto de Dios no es un
recinto, sino la persona misma de Cristo resucitado.
Este
episodio quedó muy grabado en la memoria de los testigos por los numerosos
textos evangélicos que lo recuerdan. Y porque fue uno de los cargos más grabes
de los falsos testigos ante el Sanedrín. Esta tradición es, sin duda, un dato
histórico de la posición crítica de Jesús ante el templo
Es un gesto
programático, que debe figurar al inicio de la actividad de Jesús. Es una
acción profética en los sinópticos que citan a Isaías y Jeremías. Pero para
Juan, citando a Zacarías 14,21, es una referencia a los tiempos mesiánicos que
ya han llegado. El evangelio de Juan, no habla de la purificación del templo,
como lo hacen los sinópticos, sino de la sustitución del templo. Jesús es el
nuevo templo, el lugar del encuentro del hombre con Dios. Jesús inaugura un
tiempo nuevo en el campo de las relaciones del hombre con Dios. La Pascua cristiana, que es la
restauración del templo derruido, aclara todo el significado de esta acción
simbólica desde la reflexión posterior a la Pascua.
Sobre
la explanada del Templo, Jesús se encuentra con un verdadero mercado. Podemos
decir que esa actividad era necesaria, que era un servicio social. Era más
cómodo comprar ahí los animales que había que ofrecer en el templo, que
traerlos de casa. El servicio de los cambistas era indispensable pues por
razones rituales, el templo tenía su propia moneda. Esto era un gran negocio
para la clase sacerdotal.
Lo
que Jesús rechaza no es tanto el mercado en sí, sino el modo de entender la honra
debida a Dios en el Templo, que no va de acuerdo con la concepción que él tiene
de “la casa de mi Padre”. Jesús se presenta como enviado especial del Padre, y
debió de pronunciar alguna frase enigmática con proyección mesiánica sobre la
destrucción del templo y la construcción de uno muevo, anunciado ya por los
profetas. Jesús debió proclamar que sustituiría el templo de Jerusalén por el
templo mesiánico
Los judíos,
las autoridades religiosas, le preguntan: “¿Qué señal nos muestras para obrar
así?” El signo de que tenía autoridad para purificar el templo y anunciar la
caducidad del templo antiguo, sería su propio cuerpo muerto y resucitado. En
adelante el cuerpo de Jesús reemplazará al templo y sus sacrificios: El nuevo
templo y el centro del nuevo culto será Jesús mismo muerto y resucitado.
Los adversarios no entienden el
signo de Jesús, interpretando sus palabras como una simple referencia al templo
de piedra y no como un signo de Dios en la persona de Jesús. Ya en esta primera
confrontación, aparece cuál será la meta del camino de Jesús: su muerte.
La
resurrección confirmará la identidad de Jesús, que por sus obras y por
declararse “Hijo” de Dios será conducido a una muerte violenta, a través de la
cual se convertirá en el nuevo Templo:
·
Jesús resucitado es el “lugar” definitivo de la presencia
de Dios en medio de su pueblo.
·
Jesús resucitado es el “lugar” de la adoración a Dios, es
la perfecta “casa del Padre”.
Los adversarios
de Jesús no aceptan sus palabras y obras de poder, y eso les llevará a tomar la
decisión de eliminarlo. Al rechazarlo, lo que logran, sus adversarios, es dar
cumplimiento a las palabras proféticas de Jesús: “Destruyan este Santuario y en
tres días lo levantaré”. Los judíos no pueden impedir que el “celo” de Jesús
por su Padre llegue hasta esta máxima expresión de la Alianza de Dios con los
hombres, y de la adoración de los hombres a Dios, manifestada en su misterio
pascual.
En este
Evangelio Jesús está siempre acompañado de sus discípulos. Y en esta escena, el
evangelista nos explica la importancia del discipulado. Ser “discípulo” es
asumir y vivir el proyecto de Jesús que, haciendo memoria, de lo visto y
oído, lo comprende y cree en Él. El discipulado incluye
estos pasos: la memoria del camino, la comprensión del mensaje y la fe en el
Maestro.
En este
pasaje se menciona dos veces a los discípulos y en ambas ocasiones reaccionan
de la misma cuando Jesús ha hecho o dicho algo: “sus discípulos se acordaron”.
Aquí no se trata de un recuerdo que remite simplemente a la memoria del pasado,
sino de un recuerdo que de golpe lleva a una comprensión profunda y a una
participación interna en el acontecimiento mismo. ¿De dónde nace esta
comprensión? El evangelista Juan dice expresamente que esta comprensión nace de
la resurrección de Jesús: “Cuando resucitó, de entre los muertos, se acordaron
sus discípulos”
Los
discípulos siguen a Jesús no sólo para acompañarlo sino para comprenderlo y
convertirse en sus testigos. Tienen que ser fieles al seguimiento para poder asimilar
lo que van viviendo, llegar a la plena comprensión y captar el sentido de sus
palabras y de sus obras: Solo la resurrección podrá iluminar todo lo que ahora
no entienden. Los, discípulos comprenden que
“El celo por tu casa me devora” significa no sólo que Jesús arde de “celo”
por la casa del Padre, sino que este “celo” lo llevará a la muerte. Y que la
verdadera razón de la muerte de Jesús no es un accidente histórico sino que
tiene su fundamento en la
Palabra revelada.
Como sucedió
con el signo de las bodas de Caná, el evento del Templo tiene un significado
particular para los discípulos. Así como a través de lo que el Maestro hizo
ellos vieron su gloria y creyeron en él; a la luz de la resurrección, los
discípulos comprendieron el significado de su palabra y de su obra. Ellos, “recordando”,
“comprenderán”, con la ayuda de la Sagrada Escritura,
la muerte de Jesús y “creerán” en la Escritura. Y comprenderán también la palabra de
Jesús y “creerán” en él.
Esta
nivelación que el evangelista hace entre “la Escritura” y “las
palabras que había dicho Jesús” es fundamental, porque la palabra de Jesús
adquirirá para los discípulos el mismo peso de la Palabra de la Escritura y se
convertirá para ellos en Palabra de Dios. Por eso:
·
Inspirándose en la Escritura, comprenderán la razón de la muerte de
Jesús.
·
Inspirándose en la palabra de Jesús, comprenderán el
significado del Resucitado como el “lugar” definitivo de la presencia y de los
cuidados del amor de Dios por sus criaturas.
Ante
Jesús no se puede permanecer indiferente. Quedan dos posturas. El rechazo de
sus adversarios que entran en conflicto con Jesús porque se identifica como
Hijo de Dios. Y la aceptación de los discípulos que se dejan guiar por el, y
llegan a la fe y al pleno conocimiento de Jesús y de su proyecto.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso
nos pide, hoy, al Señor?
Llama
la atención que Jesús levantara la mano contra los mercaderes y los echara del
templo a latigazos. Conocemos palabras muy duras de Jesús, pero acciones
violentas no conocemos más que esta. Fue una acción provocativa, pero a la vez
fue una acción profética. Jesús aparece como innovador y se pronuncia por una
religión limpia de ritualismos muertos y por un culto vivo, nacido de la fe y
el corazón. A la práctica de sacrificios de animales, del culto judío, antepone
Jesús la actitud misericordiosa del corazón: “Misericordia quiero y no
sacrificios”. La interioridad de la religión, tal como Jesús la enseña, da más valor a un acto de amor que a todos
los ritos exteriores. Concede más importancia a las actitudes interiores que a
las prácticas o ritos exteriores.
No
puede haber relación filial con Dios-Padre si nuestras relaciones con él y con
los hermanos están marcadas por intereses egoístas. No se puede entender el
amor, la ternura, la liberación, y la acogida de Dios a los seres humanos
cuando uno vive comprando o vendiéndolo todo, movido únicamente, por el deseo
de negociar el propio bienestar, la propia seguridad y la propia salvación.
Por
Jesús y en Jesús el creyente de convierte en templo de Dios. “¿No saben que son templos de Dios y
que el es Espíritu Santo habita en ustedes?” De esto eran conscientes los
cristianos de los primeros siglos que al no tener templos, veían en la asamblea
-ekklesía- el auténtico templo de
Dios.
Toda
persona es templo de Dios, porque algo de Dios hay en ella, porque fue hecha a
su imagen y semejanza. Por eso para Dios, lo más sagrado son las personas, y
especialmente si están marcadas por la marginación y el sufrimiento. Y
profanar, o destruir esos templos-personas por el hambre, la enfermedad, la
droga, la guerra, o el terrorismo, es el mayor sacrilegio. El culto a Dios que
no defiende la dignidad de las personas, no es un culto auténtico.
Hablar
de la casa de Dios es hablar de sus cosas y de su causa, de lo que para
él es sagrado, que es el ser humano formado a su imagen y semejanza. El cuerpo
de Jesús destruido por la muerte, fue reedificado a los tres días por la
resurrección, y proclamado como el nuevo templo de la presencia de Dios entre
los hombres y el lugar de su encuentro. El templo material fue suplantado por
el templo espiritual. El verdadero culto a Dios no queda ya vinculado en
exclusiva a ningún lugar determinado. Jesús se convierte en templo, en víctima
y en sacerdote.
Por
el bautismo fuimos consagrados a Dios como sacerdotes y convertidos en templos
del Espíritu Santo para dar culto a Dios en espíritu y verdad. Somos templos
vivos, sacerdotes y víctimas. En el templo de nuestro cuerpo, celebramos el
sacrificio de nuestra vida, ofreciéndonos a nosotros mismos como hostia
agradable a Dios. Lo que Dios quiere es nuestra vida, vivida desde la verdad,
la justicia, la solidaridad y el amor. Vivida no en función de nosotros mismos,
sino en función de los otros.
La actuación
de Jesús en el templo debe ponernos en guardia frente a posibles ambigüedades y
manipulaciones de lo cultual y lo religioso. Nuestros templos, ¿son lugares
donde nos encontramos con el Padre de todos, que nos urge a preocuparnos por
los hermanos, o es el lugar en que tratamos de poner a Dios al servicio de
nuestros intereses egoístas? ¿Son nuestras celebraciones un encuentro con el
Dios vivo de Jesucristo que nos impulsa a construir el Reino y buscar su
justicia, o son ritos que tranquilizan nuestra conciencia, sin que cambie
nuestra vida? ¿Son nuestras eucaristías dominicales una escucha sincera de la
buena noticia evangélica y una celebración de nuestro compromiso de fraternidad
por la justicia y la defensa de los derechos humanos, o el cumplimiento de una
obligación que nos da una cierta tranquilidad de conciencia y seguridad ante
Dios? ¿Es nuestra parroquia la casa del Padre en donde se vive, se celebra y
manifiesta a todos la justicia, la verdad y la fraternidad, o un mercado en el
que se negocia con lo sagrado, con el culto, con los sentimientos de las
personas?
Sólo hay una manera de que nuestra Iglesia sea la casa del Padre:
celebrando un culto que nos comprometa a vivir como hermanos, a practicar la
justicia que Dios quiere, y a construir el Reino.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
·
Hacer una pequeña síntesis del templo y del culto
desde el presente material de reflexión
·
¿Estoy clarificando mi fe, en esta Cuaresma, para
renovar las promesas bautismales?
·
Esta Cuaresma, ¿qué vas a cambiar para pasar de lo que
eres, a lo que deberías ser?
Transcripcion: Jorge Mogrovejo Merchán
Algunas aclaraciones:
Cuando
hablamos de Iglesia nos referimos a la comunidad. El templo es el lugar de encuentro, la casa de
la comunidad. Cristo en la celebración
litúrgica, se hace presente en la asamblea-comunidad, en la Palabra, en la
persona del que preside la asamblea, en la Eucaristía, en la oración.
Cristo
es el lugar de nuestro encuentro con Dios. Él es que celebra, el que preside la
asamblea, el que nos habla, el que ora y se ofrece al Padre, el que se nos da
como comida de caminantes.
Donde
se reúne la asamblea, allí se hace presente Cristo. La Eucaristía dominical no
ha pasado de moda, sino que ha recobrado plenamente su sentido con la reforma del
Concilio Vaticano II
El
Concilio puso en nuestras manos la
Biblia, en nuestro idioma, para que posamos conocer al Cristo
vivo leyendo el Evangelio directamente, sin intermediarios. Los sacramentos ya
no aparecen como ritos que funcionan automáticamente, sino como encuentros
personales con Cristo que nos evangeliza y nos sana y nos perdona. La Misa pasa de ser un rito
mágico realizado, en un idioma ininteligible, por el sacerdote que actúa en
nombre de todos, a ser una celebración comunitaria, presidida por el sacerdote,
de la que Cristo es el protagonista.
Ya
no es el sacerdote, el que celebra, es la comunidad, presidida por el
sacerdote, la que celebra ejerciendo su sacerdocio bautismal. Como pueblo
sacerdotal nos unimos a Cristo, cabeza de la Iglesia, y a través de él nos ofrecemos al Padre,
ofreciendo nuestra vida nueva marcada por el amor, la verdad, la justicia y la
solidaridad.
Ya
no vamos a oír misa, vamos a celebrar, vamos a participar como una comunidad
organizada que comparte tareas en el equipo litúrgico: en el grupo de acogida
que recibe a la puerta a los que vienen, como el monitor que anima, los
cantores, los lectores, los que recogen la colecta, los ministros de la Eucaristía que reparten
la comunión.
La Eucaristía
vuelve a ser la oración plena del pueblo de Dios. La liturgia de la Palabra, en nuestro propio
idioma nos permite sentarnos a la mesa de la Palabra para saborear la Buena Noticia del pan de
la Palabra. Convencidos
de que cuando se proclama el Evangelio es el mismo Cristo el que nos habla. Que
quiere entablar un diálogo con cada uno de nosotros, como cuando hablaba con
sus paisanos de Palestina. Que espera que ese diálogo termine con una respuesta
nuestra que debe convertirse en compromiso.
Y
la liturgia de la
Eucaristía: donde, unidos a Cristo, ejercemos nuestro
sacerdocio bautismal presentando con el pan y el vino, “fruto de la tierra y
del trabajo del hombre”, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nuestros
compromisos de vida nueva, y ofreciéndonos a nosotros mismos, nuestra vida
diaria, como hostia agradable al Padre.
En
la Eucaristía,
que significa acción de gracias, agradecemos al Padre y le alabamos a través de
Cristo. Y en la Eucaristía
recibimos a Cristo hecho pan de vida, como alimento y medicamento.
Cada
domingo traemos nuestra vida a la
Eucaristía, en el examen de conciencia con el que empezamos
la celebración, recordando todo lo bueno que hemos vivido durante la semana,
para agradecerle al Señor, y nuestras faltas, omisiones y cobardías para pedir
perdón. Y terminamos llevando la
Eucaristía a la vida para vivir, durante la semana, en
compromisos concretos, el mensaje de la Palabra que fue proclamada.
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