Domingo de Ramos Ciclo B 25 de
Marzo 2018
Evangelio: Mc 14,1-15
"Muy temprano, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley (es decir, todo el Consejo o Sanedrín) celebraron consejo. Después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús respondió: «Así es, como tú lo dices.» Como los jefes de los sacerdotes acusaban a Jesús de muchas cosas, Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? ¡Mira de cuántas cosas te acusan!» Pero Jesús ya no le respondió, de manera que Pilato no sabía qué pensar.
Cada año, con ocasión de la Pascua, Pilato solía dejar en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había uno, llamado Barrabás, que había sido encarcelado con otros revoltosos por haber cometido un asesinato en un motín. Cuando el pueblo subió y empezó a pedir la gracia como de costumbre, Pilato les preguntó: «¿Quieren que ponga en libertad al rey de los judíos?» Pues Pilato veía que los jefes de los sacerdotes le entregaban a Jesús por una cuestión de rivalidad. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que pidiera la libertad de Barrabás. Pilato les dijo: «¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman rey de los judíos?» La gente gritó: «¡Crucifícalo!» Pilato les preguntó: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Y gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!»
Pilato quiso dar satisfacción al pueblo: dejó, pues, en libertad a Barrabás y sentenció a muerte a Jesús. Lo hizo azotar, y después lo entregó para que fuera crucificado."
Cada año, con ocasión de la Pascua, Pilato solía dejar en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había uno, llamado Barrabás, que había sido encarcelado con otros revoltosos por haber cometido un asesinato en un motín. Cuando el pueblo subió y empezó a pedir la gracia como de costumbre, Pilato les preguntó: «¿Quieren que ponga en libertad al rey de los judíos?» Pues Pilato veía que los jefes de los sacerdotes le entregaban a Jesús por una cuestión de rivalidad. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que pidiera la libertad de Barrabás. Pilato les dijo: «¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman rey de los judíos?» La gente gritó: «¡Crucifícalo!» Pilato les preguntó: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Y gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!»
Pilato quiso dar satisfacción al pueblo: dejó, pues, en libertad a Barrabás y sentenció a muerte a Jesús. Lo hizo azotar, y después lo entregó para que fuera crucificado."
1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?
Marcos con los otros dos sinópticos, a diferencia de Juan, narran solo una
subida de Jesús a Jerusalén, y la hacen coincidir con la última semana de su
vida. Y la sitúa en la fiesta de la Pascua. Los judíos iban a celebrar el 1.480 aniversario de su salida de Egipto.
La Pascua, o sea, el Paso del Señor, era la fiesta de la independencia nacional
y ocupaba el primer lugar en el calendario religioso. Hacía cuarenta años que
habían perdido su independencia, y por eso la Pascua despertaba sus ansias de
libertad y se prestaba para cualquier disturbio. De todas partes de Palestina
los judíos subían en peregrinación a Jerusalén, pues el cordero que se comía en
el banquete pascual debía sacrificarse en el Templo. Cada familia debía comer
el cordero asado, con lechugas y pan sin levadura, alternando el canto de los
salmos con la bendición de varias copas, según un ritual muy antiguo detallado.
El padre de familia narraba los acontecimientos de la salida de Egipto y, al
recordar el pasado, cada uno pedía al Señor que liberara de una vez a su pueblo
humillado. La inmensa mayoría, tanto el pueblo como sus responsables, eran
incapaces de echar una mirada nueva hacia el porvenir. La salvación de Israel,
sin embargo, no consistía en romper primero sus cadenas políticas, sino en
descubrir el secreto de la fraternidad universal por encima de razas y
partidos.
Pocos días antes de la Pascua, Jesús cenó en
Betania. (Jn 12,1). Ahí María demostró públicamente su amor tierno y apasionado
a Jesús, en presencia de otros que también lo querían, aun cuando no sabían
expresárselo. Algunos, sin embargo, se escandalizaron de que María se
preocupara de Jesús antes que de los pobres. Lo que ha hecho conmigo es una
obra buena. Jesús ve en el gesto espontáneo de María un anuncio de su muerte
inminente. Es más importante fijarse en él y acompañarlo en estos momentos, que
correr tras actividades caritativas. Los evangelios hacen resaltar el contraste
entre el gesto de María y el de Judas.
La entrada de Jesús en Jerusalén coincide con la
celebración multitudinaria de la Pascua. La ciudad triplicaba su población
durante esos días, llegando a los noventa mil habitantes. La Pascua ponía al rojo vivo
las expectativas políticas del pueblo, sus ansias de liberación y su esperanza
mesiánica. La dominación romana había exaltado sentimientos nacionalistas del
pueblo y hecho surgir grupos violentos, los zelotas, que esperaban imponer el
reino de Dios por la fuerza.
Jesús era muy consciente de ese ambiente y situación.
Y a pesar de ello quiso realizar un gesto profético en contra de las
expectativas mesiánicas de la inmensa mayoría. El evangelio no habla de una de
una procesión religiosa ordenada con palmas que se agitan pacíficamente al
ritmo de cantos religiosos. La entrada de Jesús en Jerusalén fue más que un
simple recibimiento caluroso, fue una auténtica manifestación popular, masiva y
enardecida, en la que se mezclaban con lo sentimientos de la fe del pueblo en
el Dios liberador en el Mesías con los sentimientos nacionalistas y políticos. La
entrada fue un verdadero tumulto. Los zelotas tal vez vieron en la actuación de
Jesús una ocasión para conseguir un inmediato alzamiento popular. Los discípulos
pensaban que tal vez llegaba la hora del triunfo, la de un Mesías rey que iba a
instaurar su reino, y con el que triunfarían también ellos.
En Marcos no es la ciudad la que sale a recibirle, la
que le aclama. Jesús atraviesa la cuidad y llega al templo sin que sus
habitantes parezcan enterase. Son los discípulos y los peregrinos los que le
acompañan y vitorean. La palabra “Hosanna”,
con la que Jesús es clamado, significa literalmente: “Sálvanos, por favor.” Con ella se pedía a Dios ayuda para la victoria.
Y el tender los mantos y cortar las ramas para adornar el camino, se relaciona
con de los reyes de Israel.
La tradición ha dejado al lado la imagen del Mesías
guerrero esperado por el pueblo y lo
presenta desde el trasfondo de Zacarías 9,9. Jesús no entra pisando fuerte en
un animal militar como el caballo. Suprime los carros de combate, los caballos
y los arcos, y cabalga sobre un borrico, cuidadosamente escogido y preparado,
que habla de humildad y de paz, no de triunfo.
El templo es la meta última de la entrada y no va
precisamente a orar. El templo, símbolo del culto que practican los dueños del
poder religioso, y responsables de la ortodoxia, del culto y de la Ley, necesita
ser purificado. Ya no sirve de acceso a Dios. Es una estructura excluyente y
marginadora. La mirada profunda de Jesús prepara el gesto profético, de la
expulsión de los mercaderes.
Jesús ve en Centro religioso el principal obstáculo
para la esperanza y la vida del pueblo, ya que no predican el Dios liberador, y
el pueblo ha perdido la esperanza y ha caído en la indiferencia y la
resignación. Por eso Jesús se enfrenta abiertamente a las autoridades
religiosas, y ataca a su corazón, el templo. Tiene que enfrentarse pues con el
Centro del poder, en el centro geográfico del mismo, y así definirse claramente
frente a las interpretaciones y las expectativas mesiánicas falseadas que los
dirigentes y el pueblo tienen de un Mesías poderoso y guerrero. Y lo hace consciente
de que está arriesgando su vida, pies su acción representa un desafío claro y
directo a las autoridades religioso políticas allí donde más les dolía. Y lo
hace, a pesar de que intuye las dificultades trágicas que eso le traerá. Su
actuar no es un actuar imprudente y temerario. Es arriesgado y afronta la
realidad con toda su crudeza sabiendo que en ello se juega la vida, pero no se
vuelve atrás, no claudica. Jesús se refugia en Betania y vive esos días en
semiclandestinidad.
En la Cena de Pascua, Jesús quiso aclarar el
sentido de su Pasión inminente, que le llevaba libremente a una muerte que
salvaría al mundo. ¿En qué consistía la salvación? En hacer que la historia
humana alcanzara su fin; los hombres y los pueblos tenían que madurar, para
alcanzar la resurrección. Jesús había entregado el mensaje capaz de guiar a la
humanidad, pero era necesario un pueblo de Dios que fuera como la levadura en
la masa, una minoría de personas que se sienten comprometidas con la obra de
Dios y con las que Dios también se ha comprometido.
Doce siglos antes de Jesús, Dios se había
comprometido con el pueblo judío y había celebrado con ellos una alianza en el
monte Sinaí: ellos y sus hijos serían el pueblo de Dios entre los demás
pueblos. Pero con el pasar del tiempo y ante la experiencia de las faltas del
pueblo de Dios, los profetas entendieron que debía darse un paso más; se
necesitaba una Nueva otra Alianza, (Jer 31,31 y Ez 36,22). El pueblo de Dios ya
no sería una raza, sino una familia de creyentes que han recibido el perdón de
sus pecados; y ésa es la Iglesia. En vísperas de su muerte, Jesús recuerda la
primera alianza en la que se derramó la sangre de animales sacrificados (Ex
24,8). Pero ahora él derrama su sangre por una muchedumbre (Is 53,11), para
purificar a los que serán su propio pueblo en el mundo, la Iglesia. Cada vez
que celebramos la Eucaristía, renovamos esta alianza. Jesús se hace nuestro pan
espiritual y nos consagra a su Padre para que participemos cada vez más en la
obra de su salvación.
La última cena de Jesús fue la primera
Eucaristía. En vez de las solemnes ceremonias del Templo, el momento más
importante de la vida de la Iglesia será una comida fraterna, en la que vuelve
a hacerse presente el misterio de la muerte y de la resurrección. No volveré a
probar el fruto de la vid... La Eucaristía anuncia el día en que Cristo
celebrará el banquete del Reino con toda la humanidad reunida en él. Para
comprender el sentido de la Cena del Señor es necesario leer los discursos de
despedida de Jesús a sus apóstoles, que Juan sitúa en esta misma noche del
Jueves Santo (Jn 14-17). Pues Jesús vino, no sólo para hablar, sino, para
difundir su Espíritu entre los creyentes. En adelante estará presente en forma
especial y actuará con más eficacia su espíritu en sus discípulos cuando estén
reunidos para celebrar la Santa Cena. Lo explica Juan en Jn 6 y Pablo en 1 Cor
11,17.
Jesús está solo para enfrentar la muerte y
para vencerla, llevando sobre sí el destino de todos los hombres. Ve toda la
maldad de los hombres que lo maltratarán o dejarán que lo maltraten. En ese
momento Jesús es el hombre de los dolores que conoce todos los quebrantos.
Carga con toda la maldad de los hombres (2 Cor 5,21), y siente una tristeza de
muerte ante su Padre, justo y tan amado. Jesús va repitiendo una sola frase,
que expresa la más perfecta oración: Padre, que se haga tu voluntad. En esos
momentos su oración es más eficaz que nunca (Heb 2,10).
Misteriosa agonía del Hijo de Dios, -agonía
significa combate-. El, que dio a sus mártires la fuerza sobrenatural para
enfrentarse impávidos con el suplicio, quiso reservarse a sí mismo, por algunos
momentos, toda la debilidad humana. Al hacerse hombre no se ahorró nada del
dolor y quiso conocerlo hasta el límite de la desesperación. Como lo recuerda
la carta a los Hebreos (2,10-18), aunque no tenía pecado y por tanto no
necesitaba ser purificado, tuvo que conocer la humillación, el sufrimiento e
incluso el silencio de Dios.
1.- Anuncio de
la traición.
Durante la cena Jesús denuncia la traición de parte de uno de los Doce,
uno que hipócritamente compartía el pan, expresión máxima de comunión y
fraternidad. En este ambiente de traición donde se vende la vida de un
inocente, Jesús ratifica, con la institución de la eucaristía, el ofrecimiento
de su vida para el rescate de la humanidad. Jesús ofrece el pan que simboliza su
cuerpo: quien coma de él lo acepta en su vida. Luego ofrece la copa, que
simboliza la nueva alianza, alianza del nuevo pueblo de Dios constituido por
quienes le siguen; la sangre derramada significa su muerte violenta, y beber
del cáliz, implica asumir su sacrificio y comprometerse con su proyecto de
vida.
2.-Anuncia el
abandono de sus discípulos.
En el monte de los Olivos, Jesús hace un nuevo anuncio de su muerte y
menciona las consecuencias entre sus discípulos: escándalo y dispersión (Zac
13,7). A la profecía de Jesús responde solamente Pedro, asegurando que, aunque
todos se escandalicen, él no lo hará. Jesús desenmascara el orgullo de Pedro
prediciendo su triple negación.
3.-Oración en
el huerto.
En Getsemaní, “lagar de aceite”, vuelven a aparecer las tentaciones:
“alejar aquella hora”, temor, angustia y tristeza. Jesús acude entonces a la
oración y a la compañía de tres de sus discípulos más cercanos, para pedirles
que velen y oren. La plegaria de Jesús está dividida en cuatro partes:
invocación “Abbá”, profesión de fe “lo puedes todo”, súplica “aparta de mí esta
copa” y sumisión a la voluntad de Dios “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Mientras Judas anda despierto preparando la traición, sus discípulos se
quedan dormidos. El sueño y la incapacidad de “velar una hora” indican que el
discípulo no está preparado para asumir el camino de la pasión, camino que
tendrá que recorrer Jesús en completa soledad. La expresión, “vamos,
levántense”, muestra un Jesús que ha pasado de la angustia y de la tristeza
inicial a la serenidad y seguridad para asumir “su hora”.
4.- Arresto de
Jesús.
Judas es mencionado como “uno de los Doce” para resaltar la gravedad de
su acción. Los que habían venido con Judas para detener a Jesús, se le “tiraron
encima”, esto expresa la violencia del proceso. El otro verbo “prender,
arrestar” expresa la oficialidad del acto.
Lo anunciado por Jesús comienza a cumplirse al pie de la letra. Pedro
sigue a Jesús de “lejos” (Sal 38,12), indicando la ambigüedad de su
seguimiento. Propiciar la muerte de Jesús era un viejo anhelo para las
autoridades judías Mc 3,6; 11,18; 12,12. Pero los testimonios son tan falsos que
no concuerdan. Al sumo sacerdote no le quedó otra alternativa que preguntar
directamente a Jesús: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?”. Jesús no
duda en responder: Sí, “Yo soy”, un nombre que evoca al Dios del Éxodo (Éx
3,14). La respuesta de Jesús es considerada blasfema por dos razones, una de
tipo religioso al insultar a Dios llamándose Mesías (Lv 24,15s) y otra de tipo
político: despreciar la ley (Nm 15,30) proponiendo cambios radicales en las
instituciones religiosas de Israel. Marcos subraya que todos estaban de acuerdo
en decretar la muerte de Jesús. Los golpes, las burlas, los salivazos y las
bofetadas hacen parte del programa de Jesús como el siervo sufriente de Is
50,6.
5.- Negaciones
de Pedro.
Mientras Jesús permanece firme ante el sumo sacerdote por defender la
causa del reino, Pedro se derrumba negando a Jesús por miedo a quienes lo
señalan de andar con el Nazareno. La negación confirma que Pedro acepta a Jesús
como el Mesías, pero rechaza el camino que hay que seguir con el Maestro, que
es el camino de la cruz. El relato no termina sin que Pedro recuerde las palabras
de Jesús y llore de arrepentimiento y de vergüenza.
6.- Jesús ante
Pilato Condena de Jesús.
Hasta ahora todo ha ocurrido en un ambiente netamente judío. En
adelante, Pilato y la tropa romana compartirán con el Consejo judío la
responsabilidad en la muerte de Jesús. Marcos, sin embargo, insiste en subrayar
la responsabilidad de los sumos sacerdotes, quienes son presentados como
envidiosos, incitadores y manipuladores de la voluntad del pueblo. Pilato a
través del interrogatorio deja claro que las acusaciones no vienen de su parte,
sino de las autoridades judías. Su insistencia en señalar la inocencia de Jesús
tiene una intención teológica: mostrar la figura del justo que es injustamente
condenado (Hch 3,13s; 1 Pe 2,21-23).
La multitud, en Marcos, es un personaje compacto pero oscilante, unas
veces está de parte de Jesús gritando “Hosanna” y en otras, en contra, pidiendo
la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. El hecho de que la
multitud prefiera a Barrabas y condene a Jesús, confirma la sospecha de Pilato
de que Jesús no representa ningún peligro para el poder romano; sin embargo,
cumple con el deseo de la multitud para congraciarse con ellos. Es la multitud
que rechaza al presunto Mesías.
A lo largo del relato, Jesús guarda completo silencio, en contraste con
todos los
que hablan a su
alrededor. Un silencio que se mantendrá hasta la cruz, donde será roto por su
plegaria al Padre.
7.- Crucifixión
y muerte de Jesús.
De modo muy sencillo el evangelista nos narra la crucifixión y muerte de
Jesús. No se recrea describiendo la crueldad que padece. Pues no es la cantidad
de dolor lo que nos salva, sino su abandono absoluto a la voluntad de su Padre,
cuya consecuencia es la muerte.
La multitud, los sumos sacerdotes y los letrados se burlan de Jesús,
porque no es capaz de bajarse de la cruz. Ellos ven la crucifixión no como
donación, sino como impotencia. No se les ocurre pensar que Jesús permanece en
la cruz por puro amor. Y si el amor es la verdad de Dios, la cruz es el símbolo
del amor más grande expresado por alguien a favor de sus hermanos.
La cruz es el escándalo que en todos los
tiempos toca las puertas de hombres y mujeres que por puro amor luchan
incansablemente por un mundo mejor. Las tinieblas representan al Israel que no
ha podido ver la luz del reino. El “velo rasgado en dos de arriba abajo”
simboliza el rompimiento de una barrera que impide ver el verdadero rostro de
Dios y también, el final de un modelo de religión que manipula a Dios,
esclaviza con la Ley y conduce a la muerte.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso
me pide, hoy, al Señor?
Hoy con la proclamación del Evangelio actualizamos el
momento histórico en que Jesús fue aclamado y glorificado en la ciudad de
Jerusalén. La procesión con los ramos simboliza nuestra marcha alegre y decidida
al encuentro de Cristo. Es una manifestación de fe y un testimonio público de
que hemos aceptado el Evangelio como norma de vida, y como ley de la nueva
sociedad. Es asumir su proyecto histórico de construir un mundo nuevo de
hermanos cimentado en la verdad y la justicia.
La proclamación de la Pasión, que es el centro de la
celebración de hoy, es una catequesis existencial que nos invita a tomar
postura ante Cristo como lo hicieron los protagonistas de la primera pascua:
los discípulos, las autoridades y el pueblo. Es una invitación a optar
personalmente por Cristo.
Celebrar la
Pasión del Señor nos exige aceptar la cruz, como única clave
para entender el misterio de Jesús, y nos compromete a asumir su proyecto
histórico de salvación construyendo el mundo nuevo de hermanos que él inició.
La pasión es pascua, es paso, de situaciones menos humanas, a situaciones más
humanas, de este doloroso presente, a ese futuro diferente y maravilloso que
soñamos y esperamos
Jesús con su sistema de valores atentó contra el orden
establecido, y por eso lo liquidaron los representantes de ese orden. Pero él
no temió anunciar un mundo nuevo, donde los que dominan no sean los servidos,
sino los servidores. El mundo nuevo de los que no calculan lo que dan, ni su
dinero, ni su tiempo, ni su vida. El mundo de los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen
en práctica.
La Pascua es la revolución permanente de Jesús. Su sangre sigue
humedeciendo las tierras resecas de la injusticia y la opresión. La memoria de
Jesús nos pone delante a un hombre que no acepta el mundo tal como está, y nos
urge a trabajar activamente en la transformación global de la sociedad. Nos
recuerda la dureza de esa tarea que sufre violencia y puede provocar
persecución. Pero al mismo tiempo nos alienta a trabajar con la fuerza que da
la fe.
La Pasión y muerte de Jesús, para Marcos comienza con dos
cenas: la de Betania donde la unción es un signo de reconocimiento mesiánico, y
Jesús la relaciona con su muerte y su sepultura. Y la Cena Pascual, donde Jesús
acepta libremente su muerte como sacrificio de la Nueva Pascua.
La pregunta “¿quién es éste?”, sobre la verdadera
identidad de Jesús, presente todo el Evangelio de Marcos, tiene aquí su respuesta.
La cruz dirá quién es Jesús: Durante el proceso judicial, Jesús asume públicamente,
por primera vez, su identidad de Hijo de Dios. Y la inscripción colocada en la
cruz, una vez más dice la verdad. Él es el verdadero Rey de los judíos. Los
presentes se enfrentan al crucificado para burlarse de su misión mesiánica y de
sus títulos, y le piden que se baje de la cruz para demostrarles que es le Hijo
de Dios. “¡Si eres el Hijo de Dios sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”.
Con la crucifixión y muerte de Jesús, ya es posible
reconocer quién es Jesús, y ya es posible la fe: En el cuerpo del crucificado Dios ha revelado su presencia
definitiva en medio de los hombres.
“Eloí, Eloí, ¿lamá sabactani”? Así comienza un
salmo con un grito de desesperación y termina con la certeza del triunfo.
Contiene muchas alusiones a la pasión de Jesús. El grito de Jesús al morir
encierra un misterio, pues un crucificado que moría por agotamiento y asfixia;
no podía gritar así. Pero nadie podía quitar la vida a Jesús; estaba toda en él
y la entregó en el momento que quiso. Los oyentes quedaron asombrados. La cruz
en que Jesús muere se compone de dos maderos, el uno orientado hacia el cielo y
el otro horizontal; Jesús, colgado entre el cielo y la tierra, reconcilia a los
hombres con Dios y a los hombres entre sí. Reconciliación con Dios para quienes
reconocen en su muerte la prueba más grande del amor de Dios por nosotros.
Entonces deponen el miedo a Dios y comprenden que no estamos sometidos a un
destino ciego, sino bajo los cuidados del amor de Dios.
La exclamación
del centurión romano sorprende, porque no es de un judío y ni siquiera de un
discípulo. Él fue el primero en reconocer que el Crucificado es
el Hijo de Dios y hace su profesión de fe: “Verdaderamente este hombre era Hijo
de Dios”. Lo que ve el centurión no es que Jesús baja de la Cruz sino que muere en ella abandonándose
en las manos del Padre.
Jesús no es un muerto, no es un difunto de quien conmemoramos sus
hazañas. Jesús está vivo y operante hoy. Ningún difunto en la historia ha
resucitado y ha prometido: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo”. Nadie en la historia ha pretendido ser necesario para los hombres
como Jesús: “Yo soy la vid; ustedes los sarmientos, el que permanece en mí y yo
en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. Los
apóstoles, que eran muy realistas, nos ofrecen su propia experiencia: “Os
anunciamos la Vida
eterna que estaba junto al Padre y que se nos manifestó: lo que hemos visto y
oído, os lo anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con
nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo
Jesucristo”. Habla de una comunión de los cristianos unos con otros y de todos
con Jesucristo, que supera el tiempo, y llega hasta la Vida eterna.
Participando en la liturgia de la muerte y
resurrección de Cristo, en el Triduo Pascual entramos en comunión con Cristo: morimos
con él, y resucitaremos sacramentalmente con él a la Vida Nueva. Los cristianos
no sólo recordamos los hechos históricos del pasado, sino que los celebramos, los
hacemos presentes y actuales en el hoy, y el aquí de la liturgia.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
·
El objetivo de la Cuaresma era prepararnos para renovar las
promesas bautismales en la Pascua,
¿voy
a asumir mis compromisos bautismales de una manera personal y consciente?
·
¿Qué debería purificar y clarificar de mi fe a la luz
de la última parte del comentario?
·
¿Qué ha muerto en mí esta Cuaresma, qué brotes de
vida están asomando?
Autor: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripción: Jorge Mogrovejo Merchán