domingo, 25 de marzo de 2018

Evangelio de Domingo de Ramos (Domingo 25 de Marzo del 2018)

Domingo de Ramos Ciclo B 25 de Marzo 2018

Evangelio: Mc 14,1-15 

"Muy temprano, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley (es decir, todo el Consejo o Sanedrín) celebraron consejo. Después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús respondió: «Así es, como tú lo dices.» Como los jefes de los sacerdotes acusaban a Jesús de muchas cosas, Pilato volvió a preguntarle: «¿No contestas nada? ¡Mira de cuántas cosas te acusan!» Pero Jesús ya no le respondió, de manera que Pilato no sabía qué pensar.
Cada año, con ocasión de la Pascua, Pilato solía dejar en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había uno, llamado Barrabás, que había sido encarcelado con otros revoltosos por haber cometido un asesinato en un motín. Cuando el pueblo subió y empezó a pedir la gracia como de costumbre, Pilato les preguntó: «¿Quieren que ponga en libertad al rey de los judíos?» Pues Pilato veía que los jefes de los sacerdotes le entregaban a Jesús por una cuestión de rivalidad. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que pidiera la libertad de Barrabás. Pilato les dijo: «¿Qué voy a hacer con el que ustedes llaman rey de los judíos?» La gente gritó: «¡Crucifícalo!» Pilato les preguntó: «Pero ¿qué mal ha hecho?» Y gritaron con más fuerza: «¡Crucifícalo!»
Pilato quiso dar satisfacción al pueblo: dejó, pues, en libertad a Barrabás y sentenció a muerte a Jesús. Lo hizo azotar, y después lo entregó para que fuera crucificado."


1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?

Marcos con los otros dos sinópticos, a diferencia de Juan, narran solo una subida de Jesús a Jerusalén, y la hacen coincidir con la última semana de su vida. Y la sitúa en la fiesta de la Pascua. Los judíos iban a celebrar el 1.480 aniversario de su salida de Egipto. La Pascua, o sea, el Paso del Señor, era la fiesta de la independencia nacional y ocupaba el primer lugar en el calendario religioso. Hacía cuarenta años que habían perdido su independencia, y por eso la Pascua despertaba sus ansias de libertad y se prestaba para cualquier disturbio. De todas partes de Palestina los judíos subían en peregrinación a Jerusalén, pues el cordero que se comía en el banquete pascual debía sacrificarse en el Templo. Cada familia debía comer el cordero asado, con lechugas y pan sin levadura, alternando el canto de los salmos con la bendición de varias copas, según un ritual muy antiguo detallado. El padre de familia narraba los acontecimientos de la salida de Egipto y, al recordar el pasado, cada uno pedía al Señor que liberara de una vez a su pueblo humillado. La inmensa mayoría, tanto el pueblo como sus responsables, eran incapaces de echar una mirada nueva hacia el porvenir. La salvación de Israel, sin embargo, no consistía en romper primero sus cadenas políticas, sino en descubrir el secreto de la fraternidad universal por encima de razas y partidos.

Pocos días antes de la Pascua, Jesús cenó en Betania. (Jn 12,1). Ahí María demostró públicamente su amor tierno y apasionado a Jesús, en presencia de otros que también lo querían, aun cuando no sabían expresárselo. Algunos, sin embargo, se escandalizaron de que María se preocupara de Jesús antes que de los pobres. Lo que ha hecho conmigo es una obra buena. Jesús ve en el gesto espontáneo de María un anuncio de su muerte inminente. Es más importante fijarse en él y acompañarlo en estos momentos, que correr tras actividades caritativas. Los evangelios hacen resaltar el contraste entre el gesto de María y el de Judas.

La entrada de Jesús en Jerusalén coincide con la celebración multitudinaria de la Pascua. La ciudad triplicaba su población durante esos días, llegando a los noventa mil habitantes. La Pascua ponía al rojo vivo las expectativas políticas del pueblo, sus ansias de liberación y su esperanza mesiánica. La dominación romana había exaltado sentimientos nacionalistas del pueblo y hecho surgir grupos violentos, los zelotas, que esperaban imponer el reino de Dios por la fuerza.

Jesús era muy consciente de ese ambiente y situación. Y a pesar de ello quiso realizar un gesto profético en contra de las expectativas mesiánicas de la inmensa mayoría. El evangelio no habla de una de una procesión religiosa ordenada con palmas que se agitan pacíficamente al ritmo de cantos religiosos. La entrada de Jesús en Jerusalén fue más que un simple recibimiento caluroso, fue una auténtica manifestación popular, masiva y enardecida, en la que se mezclaban con lo sentimientos de la fe del pueblo en el Dios liberador en el Mesías con los sentimientos nacionalistas y políticos. La entrada fue un verdadero tumulto. Los zelotas tal vez vieron en la actuación de Jesús una ocasión para conseguir un inmediato alzamiento popular. Los discípulos pensaban que tal vez llegaba la hora del triunfo, la de un Mesías rey que iba a instaurar su reino, y con el que triunfarían también ellos.

En Marcos no es la ciudad la que sale a recibirle, la que le aclama. Jesús atraviesa la cuidad y llega al templo sin que sus habitantes parezcan enterase. Son los discípulos y los peregrinos los que le acompañan y vitorean. La palabra “Hosanna”, con la que Jesús es clamado, significa literalmente: “Sálvanos, por favor.” Con ella se pedía a Dios ayuda para la victoria. Y el tender los mantos y cortar las ramas para adornar el camino, se relaciona con de los reyes de Israel.

La tradición ha dejado al lado la imagen del Mesías guerrero esperado por el pueblo  y lo presenta desde el trasfondo de Zacarías 9,9. Jesús no entra pisando fuerte en un animal militar como el caballo. Suprime los carros de combate, los caballos y los arcos, y cabalga sobre un borrico, cuidadosamente escogido y preparado, que habla de humildad y de paz, no de triunfo.

El templo es la meta última de la entrada y no va precisamente a orar. El templo, símbolo del culto que practican los dueños del poder religioso, y responsables de la ortodoxia, del culto y de la Ley, necesita ser purificado. Ya no sirve de acceso a Dios. Es una estructura excluyente y marginadora. La mirada profunda de Jesús prepara el gesto profético, de la expulsión de los mercaderes.

Jesús ve en Centro religioso el principal obstáculo para la esperanza y la vida del pueblo, ya que no predican el Dios liberador, y el pueblo ha perdido la esperanza y ha caído en la indiferencia y la resignación. Por eso Jesús se enfrenta abiertamente a las autoridades religiosas, y ataca a su corazón, el templo. Tiene que enfrentarse pues con el Centro del poder, en el centro geográfico del mismo, y así definirse claramente frente a las interpretaciones y las expectativas mesiánicas falseadas que los dirigentes y el pueblo tienen de un Mesías poderoso y guerrero. Y lo hace consciente de que está arriesgando su vida, pies su acción representa un desafío claro y directo a las autoridades religioso políticas allí donde más les dolía. Y lo hace, a pesar de que intuye las dificultades trágicas que eso le traerá. Su actuar no es un actuar imprudente y temerario. Es arriesgado y afronta la realidad con toda su crudeza sabiendo que en ello se juega la vida, pero no se vuelve atrás, no claudica. Jesús se refugia en Betania y vive esos días en semiclandestinidad.

En la Cena de Pascua, Jesús quiso aclarar el sentido de su Pasión inminente, que le llevaba libremente a una muerte que salvaría al mundo. ¿En qué consistía la salvación? En hacer que la historia humana alcanzara su fin; los hombres y los pueblos tenían que madurar, para alcanzar la resurrección. Jesús había entregado el mensaje capaz de guiar a la humanidad, pero era necesario un pueblo de Dios que fuera como la levadura en la masa, una minoría de personas que se sienten comprometidas con la obra de Dios y con las que Dios también se ha comprometido.

Doce siglos antes de Jesús, Dios se había comprometido con el pueblo judío y había celebrado con ellos una alianza en el monte Sinaí: ellos y sus hijos serían el pueblo de Dios entre los demás pueblos. Pero con el pasar del tiempo y ante la experiencia de las faltas del pueblo de Dios, los profetas entendieron que debía darse un paso más; se necesitaba una Nueva otra Alianza, (Jer 31,31 y Ez 36,22). El pueblo de Dios ya no sería una raza, sino una familia de creyentes que han recibido el perdón de sus pecados; y ésa es la Iglesia. En vísperas de su muerte, Jesús recuerda la primera alianza en la que se derramó la sangre de animales sacrificados (Ex 24,8). Pero ahora él derrama su sangre por una muchedumbre (Is 53,11), para purificar a los que serán su propio pueblo en el mundo, la Iglesia. Cada vez que celebramos la Eucaristía, renovamos esta alianza. Jesús se hace nuestro pan espiritual y nos consagra a su Padre para que participemos cada vez más en la obra de su salvación.

La última cena de Jesús fue la primera Eucaristía. En vez de las solemnes ceremonias del Templo, el momento más importante de la vida de la Iglesia será una comida fraterna, en la que vuelve a hacerse presente el misterio de la muerte y de la resurrección. No volveré a probar el fruto de la vid... La Eucaristía anuncia el día en que Cristo celebrará el banquete del Reino con toda la humanidad reunida en él. Para comprender el sentido de la Cena del Señor es necesario leer los discursos de despedida de Jesús a sus apóstoles, que Juan sitúa en esta misma noche del Jueves Santo (Jn 14-17). Pues Jesús vino, no sólo para hablar, sino, para difundir su Espíritu entre los creyentes. En adelante estará presente en forma especial y actuará con más eficacia su espíritu en sus discípulos cuando estén reunidos para celebrar la Santa Cena. Lo explica Juan en Jn 6 y Pablo en 1 Cor 11,17.

Jesús está solo para enfrentar la muerte y para vencerla, llevando sobre sí el destino de todos los hombres. Ve toda la maldad de los hombres que lo maltratarán o dejarán que lo maltraten. En ese momento Jesús es el hombre de los dolores que conoce todos los quebrantos. Carga con toda la maldad de los hombres (2 Cor 5,21), y siente una tristeza de muerte ante su Padre, justo y tan amado. Jesús va repitiendo una sola frase, que expresa la más perfecta oración: Padre, que se haga tu voluntad. En esos momentos su oración es más eficaz que nunca (Heb 2,10).

Misteriosa agonía del Hijo de Dios, -agonía significa combate-. El, que dio a sus mártires la fuerza sobrenatural para enfrentarse impávidos con el suplicio, quiso reservarse a sí mismo, por algunos momentos, toda la debilidad humana. Al hacerse hombre no se ahorró nada del dolor y quiso conocerlo hasta el límite de la desesperación. Como lo recuerda la carta a los Hebreos (2,10-18), aunque no tenía pecado y por tanto no necesitaba ser purificado, tuvo que conocer la humillación, el sufrimiento e incluso el silencio de Dios.

1.- Anuncio de la traición.

Durante la cena Jesús denuncia la traición de parte de uno de los Doce, uno que hipócritamente compartía el pan, expresión máxima de comunión y fraternidad. En este ambiente de traición donde se vende la vida de un inocente, Jesús ratifica, con la institución de la eucaristía, el ofrecimiento de su vida para el rescate de la humanidad. Jesús ofrece el pan que simboliza su cuerpo: quien coma de él lo acepta en su vida. Luego ofrece la copa, que simboliza la nueva alianza, alianza del nuevo pueblo de Dios constituido por quienes le siguen; la sangre derramada significa su muerte violenta, y beber del cáliz, implica asumir su sacrificio y comprometerse con su proyecto de vida.

2.-Anuncia el abandono de sus discípulos.

En el monte de los Olivos, Jesús hace un nuevo anuncio de su muerte y menciona las consecuencias entre sus discípulos: escándalo y dispersión (Zac 13,7). A la profecía de Jesús responde solamente Pedro, asegurando que, aunque todos se escandalicen, él no lo hará. Jesús desenmascara el orgullo de Pedro prediciendo su triple negación.

3.-Oración en el huerto.

En Getsemaní, “lagar de aceite”, vuelven a aparecer las tentaciones: “alejar aquella hora”, temor, angustia y tristeza. Jesús acude entonces a la oración y a la compañía de tres de sus discípulos más cercanos, para pedirles que velen y oren. La plegaria de Jesús está dividida en cuatro partes: invocación “Abbá”, profesión de fe “lo puedes todo”, súplica “aparta de mí esta copa” y sumisión a la voluntad de Dios “no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Mientras Judas anda despierto preparando la traición, sus discípulos se quedan dormidos. El sueño y la incapacidad de “velar una hora” indican que el discípulo no está preparado para asumir el camino de la pasión, camino que tendrá que recorrer Jesús en completa soledad. La expresión, “vamos, levántense”, muestra un Jesús que ha pasado de la angustia y de la tristeza inicial a la serenidad y seguridad para asumir “su hora”.

4.- Arresto de Jesús.

Judas es mencionado como “uno de los Doce” para resaltar la gravedad de su acción. Los que habían venido con Judas para detener a Jesús, se le “tiraron encima”, esto expresa la violencia del proceso. El otro verbo “prender, arrestar” expresa la oficialidad del acto.

Lo anunciado por Jesús comienza a cumplirse al pie de la letra. Pedro sigue a Jesús de “lejos” (Sal 38,12), indicando la ambigüedad de su seguimiento. Propiciar la muerte de Jesús era un viejo anhelo para las autoridades judías Mc 3,6; 11,18; 12,12. Pero los testimonios son tan falsos que no concuerdan. Al sumo sacerdote no le quedó otra alternativa que preguntar directamente a Jesús: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?”. Jesús no duda en responder: Sí, “Yo soy”, un nombre que evoca al Dios del Éxodo (Éx 3,14). La respuesta de Jesús es considerada blasfema por dos razones, una de tipo religioso al insultar a Dios llamándose Mesías (Lv 24,15s) y otra de tipo político: despreciar la ley (Nm 15,30) proponiendo cambios radicales en las instituciones religiosas de Israel. Marcos subraya que todos estaban de acuerdo en decretar la muerte de Jesús. Los golpes, las burlas, los salivazos y las bofetadas hacen parte del programa de Jesús como el siervo sufriente de Is 50,6.

5.- Negaciones de Pedro.

Mientras Jesús permanece firme ante el sumo sacerdote por defender la causa del reino, Pedro se derrumba negando a Jesús por miedo a quienes lo señalan de andar con el Nazareno. La negación confirma que Pedro acepta a Jesús como el Mesías, pero rechaza el camino que hay que seguir con el Maestro, que es el camino de la cruz. El relato no termina sin que Pedro recuerde las palabras de Jesús y llore de arrepentimiento y de vergüenza.

6.- Jesús ante Pilato Condena de Jesús.

Hasta ahora todo ha ocurrido en un ambiente netamente judío. En adelante, Pilato y la tropa romana compartirán con el Consejo judío la responsabilidad en la muerte de Jesús. Marcos, sin embargo, insiste en subrayar la responsabilidad de los sumos sacerdotes, quienes son presentados como envidiosos, incitadores y manipuladores de la voluntad del pueblo. Pilato a través del interrogatorio deja claro que las acusaciones no vienen de su parte, sino de las autoridades judías. Su insistencia en señalar la inocencia de Jesús tiene una intención teológica: mostrar la figura del justo que es injustamente condenado (Hch 3,13s; 1 Pe 2,21-23).

La multitud, en Marcos, es un personaje compacto pero oscilante, unas veces está de parte de Jesús gritando “Hosanna” y en otras, en contra, pidiendo la liberación de Barrabás y la crucifixión de Jesús. El hecho de que la multitud prefiera a Barrabas y condene a Jesús, confirma la sospecha de Pilato de que Jesús no representa ningún peligro para el poder romano; sin embargo, cumple con el deseo de la multitud para congraciarse con ellos. Es la multitud que rechaza al presunto Mesías.

A lo largo del relato, Jesús guarda completo silencio, en contraste con todos los

que hablan a su alrededor. Un silencio que se mantendrá hasta la cruz, donde será roto por su plegaria al Padre.

7.- Crucifixión y muerte de Jesús.

De modo muy sencillo el evangelista nos narra la crucifixión y muerte de Jesús. No se recrea describiendo la crueldad que padece. Pues no es la cantidad de dolor lo que nos salva, sino su abandono absoluto a la voluntad de su Padre, cuya consecuencia es la muerte.

La multitud, los sumos sacerdotes y los letrados se burlan de Jesús, porque no es capaz de bajarse de la cruz. Ellos ven la crucifixión no como donación, sino como impotencia. No se les ocurre pensar que Jesús permanece en la cruz por puro amor. Y si el amor es la verdad de Dios, la cruz es el símbolo del amor más grande expresado por alguien a favor de sus hermanos.

La cruz es el escándalo que en todos los tiempos toca las puertas de hombres y mujeres que por puro amor luchan incansablemente por un mundo mejor. Las tinieblas representan al Israel que no ha podido ver la luz del reino. El “velo rasgado en dos de arriba abajo” simboliza el rompimiento de una barrera que impide ver el verdadero rostro de Dios y también, el final de un modelo de religión que manipula a Dios, esclaviza con la Ley y conduce a la muerte.

2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy, al Señor?

Hoy con la proclamación del Evangelio actualizamos el momento histórico en que Jesús fue aclamado y glorificado en la ciudad de Jerusalén. La procesión con los ramos simboliza nuestra marcha alegre y decidida al encuentro de Cristo. Es una manifestación de fe y un testimonio público de que hemos aceptado el Evangelio como norma de vida, y como ley de la nueva sociedad. Es asumir su proyecto histórico de construir un mundo nuevo de hermanos cimentado en la verdad y la justicia.

La proclamación de la Pasión, que es el centro de la celebración de hoy, es una catequesis existencial que nos invita a tomar postura ante Cristo como lo hicieron los protagonistas de la primera pascua: los discípulos, las autoridades y el pueblo. Es una invitación a optar personalmente por Cristo.

Celebrar la Pasión del Señor nos exige aceptar la cruz, como única clave para entender el misterio de Jesús, y nos compromete a asumir su proyecto histórico de salvación construyendo el mundo nuevo de hermanos que él inició. La pasión es pascua, es paso, de situaciones menos humanas, a situaciones más humanas, de este doloroso presente, a ese futuro diferente y maravilloso que soñamos y esperamos

Jesús con su sistema de valores atentó contra el orden establecido, y por eso lo liquidaron los representantes de ese orden. Pero él no temió anunciar un mundo nuevo, donde los que dominan no sean los servidos, sino los servidores. El mundo nuevo de los que no calculan lo que dan, ni su dinero, ni su tiempo, ni su vida. El mundo de los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.

La Pascua es la revolución permanente de Jesús. Su sangre sigue humedeciendo las tierras resecas de la injusticia y la opresión. La memoria de Jesús nos pone delante a un hombre que no acepta el mundo tal como está, y nos urge a trabajar activamente en la transformación global de la sociedad. Nos recuerda la dureza de esa tarea que sufre violencia y puede provocar persecución. Pero al mismo tiempo nos alienta a trabajar con la fuerza que da la fe.

La Pasión y muerte de Jesús, para Marcos comienza con dos cenas: la de Betania donde la unción es un signo de reconocimiento mesiánico, y Jesús la relaciona con su muerte y su sepultura. Y la Cena Pascual, donde Jesús acepta libremente su muerte como sacrificio de la Nueva Pascua.

La pregunta “¿quién es éste?”, sobre la verdadera identidad de Jesús, presente todo el Evangelio de Marcos, tiene aquí su respuesta. La cruz dirá quién es Jesús: Durante el proceso judicial, Jesús asume públicamente, por primera vez, su identidad de Hijo de Dios. Y la inscripción colocada en la cruz, una vez más dice la verdad. Él es el verdadero Rey de los judíos. Los presentes se enfrentan al crucificado para burlarse de su misión mesiánica y de sus títulos, y le piden que se baje de la cruz para demostrarles que es le Hijo de Dios. “¡Si eres el Hijo de Dios sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”.

Con la crucifixión y muerte de Jesús, ya es posible reconocer quién es Jesús, y ya es posible la fe: En el cuerpo del crucificado Dios ha revelado su presencia definitiva en medio de los hombres.

“Eloí, Eloí, ¿lamá sabactani”? Así comienza un salmo con un grito de desesperación y termina con la certeza del triunfo. Contiene muchas alusiones a la pasión de Jesús. El grito de Jesús al morir encierra un misterio, pues un crucificado que moría por agotamiento y asfixia; no podía gritar así. Pero nadie podía quitar la vida a Jesús; estaba toda en él y la entregó en el momento que quiso. Los oyentes quedaron asombrados. La cruz en que Jesús muere se compone de dos maderos, el uno orientado hacia el cielo y el otro horizontal; Jesús, colgado entre el cielo y la tierra, reconcilia a los hombres con Dios y a los hombres entre sí. Reconciliación con Dios para quienes reconocen en su muerte la prueba más grande del amor de Dios por nosotros. Entonces deponen el miedo a Dios y comprenden que no estamos sometidos a un destino ciego, sino bajo los cuidados del amor de Dios.

La exclamación del centurión romano sorprende, porque no es de un judío y ni siquiera de un discípulo. Él fue el primero en reconocer que el Crucificado es el Hijo de Dios y hace su profesión de fe: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Lo que ve el centurión no es que Jesús baja de la Cruz sino que muere en ella abandonándose en las manos del Padre.

Jesús no es un muerto, no es un difunto de quien conmemoramos sus hazañas. Jesús está vivo y operante hoy. Ningún difunto en la historia ha resucitado y ha prometido: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Nadie en la historia ha pretendido ser necesario para los hombres como Jesús: “Yo soy la vid; ustedes los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. Los apóstoles, que eran muy realistas, nos ofrecen su propia experiencia: “Os anunciamos la Vida eterna que estaba junto al Padre y que se nos manifestó: lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo”. Habla de una comunión de los cristianos unos con otros y de todos con Jesucristo, que supera el tiempo, y llega hasta la Vida eterna.

Participando en la liturgia de la muerte y resurrección de Cristo, en el Triduo Pascual entramos en comunión con Cristo: morimos con él, y resucitaremos sacramentalmente con él a la Vida Nueva. Los cristianos no sólo recordamos los hechos históricos del pasado, sino que los celebramos, los hacemos presentes y actuales en el hoy, y el aquí de la liturgia.

3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?

·         El objetivo de la Cuaresma era prepararnos para renovar las promesas bautismales en la Pascua,

¿voy a asumir mis compromisos bautismales de una manera personal y consciente?

·         ¿Qué debería purificar y clarificar de mi fe a la luz de la última parte del comentario?

·         ¿Qué ha muerto en mí esta Cuaresma, qué brotes de vida están asomando? 




Autor: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripción: Jorge Mogrovejo Merchán 

domingo, 18 de marzo de 2018

Evangelio del Domingo 18 de Marzo del 2018


EDomingo V de Cuaresma Ciclo B 18 de Marzo 2018
Evangelio: Juan 12,20-33.
Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: "Señor, queremos ver a Jesús."Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les respondió: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre, glorifica tu Nombre." Vino entonces una voz del cielo: "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré." La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel." Jesús respondió: "No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí." Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.
1.- ¿Qué nos quiere decir Juan, qué mensaje nos trae este Evangelio?
1.- Los griegos que buscan a Jesús. Es una narración teológica colocada en el marco histórico de la vida de Jesús. Refleja una situación posterior a la muerte y resurrección de Jesús, en la que el Evangelio se anunció al mundo griego por medio de sus discípulos. Los griegos se dirigen a Felipe seguramente porque su nombre, y el de Andrés eran griegos, y los dos evangelizaron, después, a los griegos. Es significativo que el deseo de ver a Jesús no haya sido satisfecho. No hay respuesta sencillamente porque la predicación a los no judíos fue después de la resurrección.
La aparición de los griegos en el evangelio de Juan indica que ha llegado la hora de su pasión-glorificación. Glorificación a través de pasión, como el grano de trigo que, para producir fruto, tiene que caer en la tierra y corromperse para poder germinar.
Lo que le interesa al evangelista es la llegada misma de los griegos. Su presencia, signo de universalismo, indica que llegó el momento en que Jesús será glorificado por su muerte y resurrección, para salvación de todos los pueblos. 
2.- El abatimiento de Jesús aparece en los cuatro evangelios. Hay detalles en los que coinciden todos: presentan a un Jesús profundamente humano, su alma está llena de angustia ante la perspectiva de su pasión y de su muerte. Los sinópticos subrayan la teología del Siervo de Yahvé llevado al matadero, sin abrir la boca. En Marcos Jesús, profundamente abatido, siente la tentación de liberarse de ese trance y ora diciendo: “Padre todo es posible para ti, aparta de mi este cáliz”. Y, al final, termina diciendo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado.”
En Juan, no es posible esa postura. Jesús se manifiesta soberanamente dueño de sí mismo, dominando toda la escena ante su inminente exaltación en la cruz. Y se interroga con entereza y majestad: “Que diré, ¡Padre, líbrame de esta hora! Estos versículos corresponden a la oración de Getsemaní. Jesús confiesa que se encuentra profundamente abatido y que siente deseos de escaparse de ese terrible trance, pero reacciona reafirmándose en su decisión: acepta su misión y se abraza a la voluntad del Padre en una oración tan breve como generosa: “Padre glorifica tu nombre”. Es decir, Padre, mi vida está en tus manos. Glorifícate tú en mí, manifiesta tu gloria en mí.
Esta invocación corresponde a la petición del Padre nuestro: “Santificado sea tu nombre” con la que pedimos que Dios se haga conocer en el mundo. Jesús sufre ante el momento de librar la lucha decisiva contra Satanás que jugará un papel importante en su pasión y muerte. Pero Jesús es coherente con su predicación y rubricará el cumplimiento de su misión con sus últimas palabras en la cruz: “Padre, todo se ha cumplido”,  misión cumplida.
            "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré." La voz del Padre interpreta el sentido pleno de la pasión del Hijo. Esta voz recuerda las escenas del bautismo y, sobre todo de la transfiguración, en la que ya figuraban los temas de la muerte y resurrección de Jesús. Las palabras del Padre pueden dar testimonio en favor de su Hijo. Los comentarios de la gente: “Lo ha hablado un ángel” evocan al ángel que confortó a Jesús en su agonía.
3.- La hora. Tantas veces anunciada, finalmente ha llegado. La “hora”es un tiempo teológico.” Es la hora del Padre que Jesús hace suya. La hora es la calve para interpretar todas las acciones de Jesús. El evangelista la subraya al situar la muerte de Jesús en la hora sexta, el momento en que sacrificaban el cordero pascual. Así la hora es el momento de la muerte-entrega de Jesús, el Cordero de Dios que pone fin a la antigua Pascua e inaugura la pascua definitiva. La hora-muerte no es de fracaso sino de gloria y de triunfo. La hora, muerte-vida, muestra la fecundidad del amor. La hora de Jesús es su paso al Padre a través de la muerte-resurrección-ascensión.
4.- “Si el grano de trigo no muere”. Tiene un sentido claro en conexión con la muerte de Jesús. En los sinópticos el grano de trigo es utilizado para designar la simiente del Reino. En Juan la parábola del grano tiene un sentido cristológico: Es necesario que Jesús pase por la muerte para producir abundante fruto. Jesús muere, pero resucitará y de él brotará vida en abundancia. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede servir a los demás si uno no está dispuesto a desvivirse por ellos. La vida es fruto del amor y brota en la medida en que nos entregamos. El don de sí es lo que hace que la vida de una persona sea realmente fecunda. Jesús está hablando de sí y está hablando a sus seguidores.
“El que ama su vida”. Tiene este sentido: Jesús morirá para que los hombres tengan vida, pero, a su vez, cada uno de ellos tiene que morir para pasar a la vida nueva del Resucitado. Si alguno me sirve que, me siga. El que sirve a Jesús debe seguirle a dondequiera que él vaya, y donde está Jesús ahí estará su servidor, ya sea en la cruz o en la gloria.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy, al Señor?
Si el grano de trigo no muere”. Esta imagen expresa muy bien el sentido de la muerte como semilla de fecundidad y de vida. Jesús pone la cruz como condición para la gloria, y la muerte es condición para la fecundidad. El éxito de una vida no se mide por logros parciales, sino por su totalidad. Cargar la cruz o sepultarse como el grano de trigo son momentos de toda una vida cuyo objetivo final, es dar fruto, realizándose como persona.
“Ha llegado la hora. Se trata de vivir la vida, aquí-ahora, siguiendo a Jesús y recorriendo su camino. De vivir la vida con un dinamismo de entrega total aceptando el camino de la pasión por defender la vida y dar vida. La gloria y plenitud de Dios, y nuestra propia gloria y plenitud, no se manifiestan a través del poder, del privilegio, del triunfo, sino a través de la entrega, del desvivirnos por los otros, hasta la muerte en la cruz.
Dios no quiere la muerte, ni el sufrimiento. El Dios-Padre, revelado por Jesús, es el Dios de la vida. Es natural que nosotros rechacemos el dolor, que lo evitemos siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo entre nosotros. Pero en esa lucha por suprimirlo, hay un sufrimiento que es necesario asumir. Es el sufrimiento aceptado como precio y como consecuencia de nuestra lucha y esfuerzo por hacerlo desaparecer en nuestra vida y en las otras personas. El dolor sólo es bueno si forma parte el proceso y de la dinámica de supresión.
Es cierto que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Pero cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede ser indiferente al dolor, sea grande o pequeño, de los otros. Amar a las personas incluye sufrimiento, compasión, solidaridad en el dolor. Ningún sufrimiento nos puede ser ajeno si queremos seguir a Jesús. Esta solidaridad dolorosa es la que hace surgir la salvación y la liberación de las personas; es lo que glorifica y pleno sentido a nuestro esfuerzo; es lo que hace presente a Dios, tal cual es, en este mundo necesitado de perdón y de amor. Esto es lo que descubrimos en la vida y muerte de Jesús. El cristiano ni busca, ni ama el sufrimiento. No sufre por sufrir. Si acepta el dolor, y hasta la muerte, es sólo como precio y consecuencia de su compromiso por la vida y la liberación.
La cruz es la señal del cristiano, pero la cruz no nos atrae, no nos agrada. Ante la cruz se reacciona con alergia, y la sociedad del bienestar la excluye cuidadosamente de sus eslóganes. Hay rechazo a la cruz, y rebeldía ante las cruces inevitables de la vida. Pero la cruz no son dos palos cruzados y vacíos, sino el crucificado que pende de ellos, siendo conscientes de que no hay posibilidad de un crucificado sin cruz.
Es muy importante distinguir claramente entre la cruz y el Crucificado si queremos hacer creíble y dar racionalidad al mensaje y a la filosofía de la cruz. Y tener bien claro qué es lo que la cruz nos exige. La lucha por la vida puede comparase a la carga de la cruz. La vida tiene cruces para todos. Ser discípulo de Cristo no protege a nadie, ni dispensa a nadie de las cruces de la vida. Más bien el seguimiento de Cristo impone otras cruces adicionales para ser fieles a las exigencias de la fe. Saber asumir las cruces inevitables es la clave fundamental para afrontar y resolver los problemas de la vida, de una manera lúcida y responsable, desde la fe.
Dios no manda el dolor, ni se complace en ver sufrir a nadie. Cuando hablamos de amor a la cruz, y que hay que estar dispuestos a llevarla a cuestas cada día, entendemos todo esfuerzo aceptado por amor para ser fieles al seguimiento de Cristo y cumplir fielmente la voluntad de Dios. Esa es la cruz redentora a la que Dios ha vinculado la gloria. Y si alguna vez nos parece insoportable, si nos sentimos agobiados bajo el peso de la cruz, y sin ganas para seguir adelante, quizá sea porque la miramos mal: la miramos por detrás y sólo vemos dos palos cruzados que no pueden entusiasmar a nadie. Hay que dar la vuelta a la cruz para ver a Jesús que pende de ella por amor. Entonces todo será distinto.  Cuando hablamos de amor a la cruz, estamos hablando con más exactitud, de amor al crucificado
“Queremos ver a Jesús, ¿me podrías hacer ese favor? ¿Nos han pedido eso alguna vez? ¿Y si nos lo pidieran en esta Cuaresma, podríamos satisfacer esa petición? Conocer a Jesús, el del Evangelio, el Jesús-Cristo de nuestra fe, es el desafío permanente de los bautizados que quieren vivir como cristianos. Estamos en Cuaresma, cuarenta días de preparación para llegar a la Pascua y poder renovar las promesas bautismales, para asumir, este año, de una manera más consciente y personal nuestros compromisos con Cristo. Desde el siglo XI la Iglesia nos propone la Pascua como meta de la Cuaresma y como objetivo renovar las promesas bautismales. ¿De veras queremos ver a Jesús?
La hora de Jesús nos invita a asumir nuestra hora. El momento de tomar esa decisión que no hemos tomado, esa decisión que tantas veces hemos pensado tomar. La Pascua es paso: de aquí a allá. De este estilo de vida que llevo, al estilo que yo debería vivir, al que pienso que debería llegar. Cristo dio el paso para indicarnos el camino. Para hacernos ver que sí es posible dar el paso con él.
La Pascua es primavera, en algunas latitudes: rebrota la vida, es tiempo de flores. Los frutos vendrán después. La Pascua una época para convertir nuestra vida en primavera. Para dejar que germinen todas las semillas que Dios sembró en nuestro corazón. Abramos nuestra vida a Dios para que el calor de su amor haga florecer el jardín de nuestra vida. 
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
  • Esfuerzo, lucha y sufrimiento expresan el contenido de lo que es y significa la cruz. ¿Es esta la herramienta con la que estoy modelando y construyendo mi vida?
  • Ser libre es ser capaz de tomar nuestra vida en nuestras propias manos para hacer de ella algo maravilloso, pero ¿podremos llegar a ser alguien sin esfuerzo, sin lucha, sin sufrimiento, sin cruz? ¿Podremos decir al final de la vida, como dijo Cristo, Padre misión cumplida?
  • En un ambiente social en el que la Semana Santa se ha convertido en turismo”, ¿he puesto en mi agenda-horario tiempo para las celebraciones religiosas?

Autor: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.



Transcripcion: Jorge Mogrovejo M. 

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

 IV Domingo de Cuaresma. 28/03/2022 Pericopa: Lc 15,1-3.11-32  En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para es...