Domingo VI Ciclo B 11 de Febrero
2018
Evangelio: Mc
1, 40-45
Se le acerca un
leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: “Si quieres, puedes
limpiarme.” Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: “Quiero;
queda limpio.” Y al instante, le desapareció la lepra y quedó limpio. Le
despidió al instante prohibiéndole severamente: “Mira, no digas nada a nadie,
sino vete, muéstrate al sacerdote y haz
por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de
testimonio.” Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a
divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en
ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios. Y
acudían a él de todas partes”.
La misión de
Jesús se extiende ahora por toda Galilea, traspasando las fronteras geográficas
de Cafarnaún. Pero las fronteras que Jesús quiere suprimir son las que separan a
los hombres por la marginación cultural, religiosa o la legal. Para subrayar
esto el evangelista introduce aquí el relato, de la curación del leproso, que
se convierte en el vértice y resumen de los milagros realizados hasta ahora.
El
evangelio de hoy nos presenta a Jesús en el máximo de su reconocimiento en
Galilea: “Acudían a él de todas partes”. La obra de Jesús es insuperable: tanto
por la grandeza de la obra que realiza, como por la multitud de personas que
atrae. Para Marcos la curación de la lepra es una señal mesiánica, signo de la
llegada del Reino, que rompe la raíz de la peor de las marginaciones. Pero al
mismo tiempo nos presenta un signo muy elocuente: Jesús se mancha las manos con
el dolor de la persona que sufre, se acerca físicamente al enfermo para mostrar
la cercanía de Dios y la invalidez de las leyes rituales.
Ante
la petición humilde del impuro, Jesús no repara en tocar al intocable y, en
lugar de quedar contaminado, le comunica su propia pureza. El que estaba
abocado a la muerte recupera la vida. Es un gesto clamoroso y salvador. Para
Jesús el amor está por encima de las leyes religiosas, sociales y morales. (Ver apéndice). Llama la atención que Jesús
empiece defendiendo la Ley
de Moisés, mandando al leproso presentarse a los sacerdotes, y quebrantándola
después, haciéndose impuro por tocar al leproso. Dos acciones prohibidas: Ni el
leproso cumple la ley, alejándose y gritando “impuro”, “impuro, “impuro”; ni la
cumple Jesús al tocarlo. Este un hombre valiente, y atrevido que se acerca a Jesús,
rompiendo las reglas sociales y religiosas, y le pone en peligro de exclusión social
y religiosa a Jesús.
La
súplica del leproso, representa un desafío para Jesús. La manera como el
leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una auténtica oración.
Lo hace en forma gestual y en forma verbal, y expresando, en el fondo, una gran
convicción.
·
“Puesto de rodillas” El
gesto es de profunda reverencia. Así oró Jairo, el jefe de la sinagoga y la
anónima y angustiada madre en Tiro.
·
“Le dice”: El leproso usa dos verbos con los
cuales apela al libre Querer, de Jesús: “Si tú quieres…”.El de Poder Jesús:
“Tú puedes…”.
·
La convicción profunda de esta oración:
El orante reconoce que es suficiente que Jesús quiera, para que esa curación, que
parece imposible, que es casi como la resurrección de un muerto, se realice. Estamos ante una confesión de fe que
proclama el poder absoluto de Dios: “Todo es posible para Dios” (10,27). De la
misma forma orará Jesús en Getsemaní: “Todo es posible para ti”, y luego se
abandonará filialmente en el querer del Padre: “Pero no sea lo
que yo quiero, sino lo que quieras tú”.
En
la sinagoga, Jesús había mostrado el poder de su palabra. Ahora le piden que vuelva
a hacerlo. Los sacerdotes del Templo declaraban a una persona limpia
cuando ya estaba curada. A Jesús le piden una limpieza-curación.
Y él confirma su poder divino, declarando su voluntad y la fuerza de su
palabra.
·
Los gestos: “Extendió
la mano... le tocó” Vemos los dos pasos de una imposición de manos, como una
forma de transmitir la fuerza, pero sobre todo de expresar gestualmente su voluntad.
Hay un trasfondo bíblico: “Os salvaré con
brazo extendido”, que es un gesto del poder de Dios para su pueblo. Para
Marcos el contacto físico es muy importante, como una forma de comunicación que
trasmite algo de sí mismo. En este caso es un gesto de valoración y de acogida
al hombre rechazado.
·
Las palabras: “Quiero,
queda limpio”, verbalizan lo ya dicho con el gesto. Es significativo cómo
los verbos de la orden de Jesús corresponden con los de la petición del
leproso. Jesús confirma la idea que el enfermo tiene de él, actuando con el
poder de Dios: basta que quiera una cosa para que suceda enseguida. El tema de
la purificación aparece tres veces: “Puedes limpiarme”, “Queda limpio” y “Quedó
limpio”. Esta secuencia muestra cómo
la oración ha sido atendida.
·
Un doble mandato: Que no haga propaganda de lo sucedido,
para mantener el secreto mesiánico. Y
que cumpla lo que marca la ley, no sólo por cumplir, sino también como
testimonio de la llegada del Reino. Las palabras de Jesús
atribuyen la limpieza del leproso a
la obra de Dios y lo reintegran a su comunidad de vida y de culto, a la
asamblea del Pueblo de Dios, con todos sus derechos y deberes.
El
hombre sanado desobedece a Jesús. El pasaje termina de forma inesperada. El
hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. La evangelización
del ex-leproso es eficaz. Su predicación es testimonial y se convierte en testigo y pregonero del poder, de la bondad y del
mensaje de quien le ha curado. Es el primer misionero.
Ahora
el marginado es Jesús que debe quedarse fuera de los centros urbanos. No podía entrar, porque el leproso
divulgó lo sucedido y Jesús no se había purificado. Ahora es él quien está en
la situación de impuro por haber tocado al leproso. Ahora es él quien está en
la situación del leproso.
Jesús
quiere mantener el propósito del secreto que había pedido, no quiere populismo. La evangelización del ex-leproso es
eficaz. Su predicación es testimonial y consigue atraer ríos de gente hacia la
persona de Jesús: “Acudían a él de todas
partes”. El progresivo reconocimiento de Jesús por parte del pueblo, en
este capítulo del Evangelio, llega a su punto culminante. No sólo se difunde la
fama de Jesús, sino que continúa creciendo la confianza en Él, como fruto del
testimonio del leproso.
El
pasaje termina con una especie de aclamación coral, que proclama la grandeza de
Jesús por la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se
restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar, ni a pocas
personas, sino todo y a todos.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y que compromiso
nos pide, hoy, al Señor?
El
texto de Marcos habla de la curación de un leproso sin mencionar el nombre, el
lugar o tiempo. No se dice dónde, ni cuándo, ni quién es. El leproso parece un
prototipo, un representante de todo necesitado que pide ayuda con confianza a
Dios. Se acerca a Jesús y se postra en gesto de adoración según la costumbre
judía, pide con humildad la curación porque sabe que lo que pide es posible.
Un
leproso se acerca a Jesús, y lo hace con confianza: “Si quieres puedes
limpiarme”. Jesús se compadece, hace suyos sus sufrimientos, Se acerca y lo
toca con la mano, arriesgando su propia salud. Encontramos aquí una pauta
importante para los seguidores de Jesús: Sentir como propio el dolor del otro,
eso es hacerse prójimo. Y esto, siendo conscientes de que acercarnos al otro
para hacernos prójimo suyo comporta dificultades, problemas y riesgos, y exige
compromiso de ayuda.
Sorprende
la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni
se echa para atrás, no se aleja de él por temor. Se conmueve y lo desborda la
ternura. Solo le mueve la compasión. Quiere limpiar el mundo de exclusiones que
van contra la compasión del Padre. Sabe que está prohibido por la ley y que,
con ese gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso, y dice:
“Quiero queda limpio”. En la sociedad judía, el leproso no era solo un enfermo.
Era, antes que nada, un impuro. Un ser estigmatizado, sin sitio en la sociedad,
sin acogida en ninguna parte, excluido de la vida.
El
leproso no pide ser curado, sino quedar limpio. Lo que busca es verse
liberado de la impureza. Esto es lo que quiere el Dios encarnado en Jesús:
limpiar todas las exclusiones que separan a los hijos de Dios. No es Dios quien
excluye, sino nuestras leyes e instituciones. No es Dios quien margina, sino
nosotros. Para Jesús lo primero es la persona que sufre, y no la norma.
Jesús
toca al enfermo para demostrar así su
desprecio por las inhumanas leyes vigentes, que solo obligan en cuanto están a
favor del hombre. Por eso habrá un momento en que el cristiano, deberá rechazar
una ley y poner contra ella una válida “objeción de conciencia”. La ley de segregación de los leprosos
era, al mismo tiempo, civil y religiosa. Jesús no solamente pone objeción de
conciencia, sino que la infringe claramente, tocando al leproso.
Jesús
no sólo no desea la marginación de las personas, sino que es muy sensible a
ella. Accede a la petición del leproso, y limpiándole le cura el cuerpo físico
y lo incorpora al cuerpo social. El Reino ha llegado a los excluidos de la
sociedad. Jesús no acepta una sociedad que excluye a leprosos e impuros. Jesús
no solo limpia al leproso, sino que le devuelve la dignidad de la persona y la
superación de la completa marginación a la que estaba sometido por la ley. No
admite el rechazo social a los indeseables. Jesús toca al leproso para liberarlo de miedos, prejuicios y
tabúes. Lo limpia para decir a todos que Dios no excluye a nadie, ni castiga a
nadie con la marginación. Es la sociedad la que levanta barreras, la que crea y
excluye a los indignos.
La
actitud de Jesús hacia los marginados de su tiempo, nos interpela hoy a
nosotros. Jesús toca a los marginados de su tiempo, los leprosos, contrayendo
la impureza, cuando lo correcto parecía mantenerse lejos de ellos, sin
contaminarse con su problema ni su miseria. Sin embargo, Jesús no sólo cura al
leproso, sino que lo toca, restableciendo el contacto humano con aquél hombre
que había sido marginado por todos, rompiendo todos los prejuicios, tabúes, y
fronteras de aislamiento y marginación que le excluía de la convivencia. El
contacto con Jesús regenera radicalmente la vida del ser humano.
Nuestra
sociedad egoísta, consumista y competitiva quiere barrer las calles de los nuevos
leprosos por razones políticas, sociales o religiosas: los mendigos, los
okupas, los drogadictos, las prostitutas indefensas
víctimas de las mafias, como si esas personas fueran una basura que es
necesario retirar para que no contamine. Los nuevos leprosos pueden tener
diversos nombres: emigrantes, indígenas, ancianos, chicos de la calle,
drogadictos, enfermos de sida. Pero todos sufren el mismo castigo social de la
exclusión, la marginación y la privación de los derechos humanos más
elementales.
Como
cristianos, debemos hacer una lectura creyente de la realidad que nos rodea,
una lectura desde el corazón de Dios, para solidarizarnos
y acompañar a esos grupos de excluidos, con el estilo y el espíritu de Jesús,
para poder transformar radicalmente esa realidad. No
abrirnos a ellos, no compadecernos del dolor de los pobres, no tender nuestra
mano a los excluidos, no luchar por la erradicación de toda marginación, aún a
costa de quedar nosotros marginados, es la señal más evidente de no haber
entendido ni aceptado a Jesús.
¿Tenemos bien claro que Dios no quiere la enfermedad
ni el dolor, y que nosotros debemos involucrarnos en la lucha contra todo eso?
En el Padrenuestro pedimos que se cumpla en la tierra la voluntad de Dios, como
se cumple en el cielo. La voluntad de Dios es que desaparezca de la tierra el
dolor, la enfermedad, el hambre, y todo lo que ensombrece la vida y hace
infelices a los hombres, hijos suyos. Dios quiere que desaparezca el mal, el
dolor, el sufrimiento y la marginación, y nosotros somos los encargados de
realizar esa tarea. En la medida en que vamos construyendo el Reino, en la
medida en que la verdad, la justicia, la solidaridad y el amor entren a formar
parte de nuestra escala de valores, la levadura del Evangelio irá transformando
la mente y el corazón de las personas. Y estas mujeres y hombres nuevos,
renacidos en Cristo, serán los artífices del cambio de las estructuras
familiares y sociales que permitan y generen esa nueva sociedad y ese mundo
nuevo según el proyecto de Dios.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
·
¿Ha habido en mi vida algún momento de encuentro personal
con Cristo?
·
¿Qué deberé hacer para pasar de la como herencia a la
fe en el Cristo Vivo del Evangelio? ¿Qué me pide, hoy, el Señor al escuchar
este evangelio?
·
¿Quienes son los “nuevos
leprosos” del sector en el que vivo, y qué debo hacer por ellos?
Autor: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo M.
APÉNDICE:- La lepra en Israel
El
libro del Levítico fue redactado después del exilio de Babilonia en el siglo V.
Pero aparece situado en tiempos del éxodo, con sus leyes y prescripciones,
marcadas por creencias supersticiosas primitivas que provenían de culturas
anteriores al pueblo de Israel. Esto explica, la preocupación por la pureza en
el tiempo posterior al exilio, cuando se reestructura la vida cultual.
La
preocupación por la pureza legal (Levítico 11-15) choca con nuestra mentalidad
actual. En el Levítico “puro/impuro” no tiene un sentido ético (=transgresión
de la ley moral) sino cultual (=incompatibilidad con el servicio de Dios que es
santo).
Según
la tradición sacerdotal, la pureza era un requisito imprescindible para poder
participar en la vida de la comunidad santa y poder relacionarse con Dios en el
Templo. Para una cultura arcaica, lo sagrado, lo puro y lo impuro, pertenecen a
la misma categoría. Con todo esto, la legislación de Israel lo que busca es
inculcar la trascendencia de Dios.
En
la antigüedad, la palabra lepra designaba todo tipo de
enfermedades de la piel. Quien daba síntomas sospechosos tenía que mostrárselas
a los sacerdotes, quienes decidían sobre la gravedad de la enfermedad. El
leproso era apartado de la vida social. El acceso al Templo le quedaba
prohibido. Además, su cuerpo en descomposición provocaba pánico. En pocas
palabras, el leproso era considerado como una persona casi muerta. Y peor que
esto, se pensaba igualmente que el mal exterior manifestaba un desorden
interior que era el pecado.
La lepra fue una de las plagas del éxodo y era
considerada como un castigo de Dios por el pecado. Los leprosos quedaban
impuros y transmitían su impureza. Si la enfermedad sanaba, el enfermo debía
presentarse de nuevo ante los sacerdotes, quienes constaban la desaparición de
la lepra,
y ordenaban la reintegración del que había estado enfermo mediante un
sacrificio de acción de gracias.
2.- El leproso es una persona triplemente marginada.
·
Con relación a Dios el leproso era considerado impuro, o sea, fuera de la comunión con Dios,
como lo señalaba el Levítico. Esa enfermedad era considerada como un castigo de
Dios.
·
Con relación al pueblo el leproso era apartado
de su comunidad. Siempre debía mantenerse lejos de la gente. Al leproso
se le acababan todas las antiguas relaciones: para su familia, sus amigos y sus
conocidos, era una persona muerta. Se le tenía asco. Cuando se aproximaba a un
lugar habitado tenía que advertir su presencia con una campanita y decir que
era leproso.
·
Con relación a sí mismo. La autoestima de un leproso
debía ser muy baja: no sólo soporta grandes dolores sino que nota cómo va
perdiendo su integridad física, su belleza. Siente su mal olor sin poder hacer
nada. No sólo los otros tienen repugnancia de él, sino también él de sí mismo.
El dolor
de una persona así no puede ser mayor: el rechazo social, el que se considere
que ni siquiera Dios lo ama, el asistir conscientemente a la putrefacción de su
cuerpo
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