domingo, 1 de septiembre de 2019

Comentario al Evangelio del XXII Domingo de Tiempo Ordinario (1 de Septiembre del 2019)


DOMINGO XXII Ciclo C 1 SEPTIEMBRE 2019
Evangelio: Lc 14,1-14
Un sábado que entró a comer en casa de un jefe de fariseos, ellos lo vigilaban. Observando cómo elegían los puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que los invitó a los dos vaya a decirte que le cedas el puesto al otro. Entonces, lleno de vergüenza, tendrás que ocupar el último puesto. Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: Amigo, acércate más. Y quedarás honrado en presencia de todos los invitados. Porque quien se engrandece será humillado, y quien se humilla será engrandecido. Al que lo había invitado le dijo: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Lucas en este pasaje?
En la lectura del evangelio de Lucas, en los domingos anteriores, Jesús ha ido sembrando la semilla del Reino que genera una verdadera revolución social frente al estilo de vida de sus paisanos.
Jesús, hoy, se hace presente en una comida, pues en torno a la comida, se viven los grandes valores de las relaciones sociales. No es solo el hecho “funcional” de alimentarse. En la comida compartida se ejerce la hospitalidad, se teje la amistad, se experimenta la gracia del compartir, se abre el corazón a los demás. Los grandes impulsos internos del amor siempre pasan por la mesa.
Jesús hizo de la mesa un espacio de evangelización y de construcción de la comunidad. No sólo compartió la mesa con los pecadores, con el pueblo, con sus amigos y discípulos, sino también con los fariseos, sus adversarios que tanto lo observaban y lo criticaban.
Llama la atención que Jesús, esta vez, esté en casa de un representante de lo más alto de la sociedad judía de su tiempo. Su anfitrión es “uno de los jefes de los fariseos”. Jesús también evangeliza estos “altos niveles” de la sociedad entrando hasta el comedor de sus propias casas.
A partir del análisis de dos puntos importantes del mundo de la etiqueta en los banquetes, la distribución de los puestos en la mesa y la lista de los invitados, Jesús saca dos lecciones importantes para la vida de sus discípulos. Los valores de la sociedad son puestos en evidencia por los convidados que escogían los primeros puestos. Jesús no cuestiona la imagen del banquete, sino las normas que lo rigen, invirtiendo la escala de valores sociales. Después de hablar a todos, a partir del comportamiento de los comensales, Jesús se dirige al anfitrión del banquete. En su enseñanza, Jesús hace un paralelo:
En una primera columna coloca lo que “no” se debe hacer. En la segunda describe el comportamiento deseable. En la primera lista aparecen cuatro grupos: “los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos”. Los cuatro miembros del primer grupo, están trabados por lazos de amistad, parentela, afinidad y riqueza. Son las ataduras que sostienen toda la sociedad clasista en detrimento de los demás. Constituyen las redes de todo poder instalado que se protege. Normalmente las relaciones se establecen con personas que están al mismo nivel. La comunión aquí se fundamenta en la posibilidad del intercambio. Con este criterio, el círculo de los invitados se reduce, llegando al exclusivismo: los pobres quedan automáticamente excluidos.
En la segunda lista, la que Jesús recomienda, la invitación se dirige a todos aquellos que las circunstancias de la vida han marginado: “Los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos”. La marginación es la única atadura que une a este grupo. Son el rechazo de la sociedad, que no tienen como corresponder con otra invitación en la tierra, sino que será Dios quien lo hará en la resurrección.
Llama la atención que Jesús colocó dentro de esta lista, después de los pobres, tres grupos de enfermos: “lisiados, cojos y ciegos” que eran los totalmente excluidos de la vida social y comunitaria.
Jesús no está queriendo decir que no haya que comer con los familiares ni con los amigos. A lo que se opone rotundamente es al exclusivismo y a la marginación de los más desfavorecidos. Hay que vencer el exclusivismo derribando los muros y los círculos cerrados en las relaciones humanas. Hay que vencer la repugnancia y los prejuicios, para abrir el espacio a todos, especialmente a los abandonados, los que sufren, y acogerlos con amor, haciéndolos parte de nuestra propia vida. Jesús subrayan que la gran novedad, del Reino, exige superar el egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de los otros: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será exaltado”. Quien busca solamente su justicia, su ventja y plenitud, no ha entendido la novedosa verdad de Jesús:  Sólo quien da sin calcular, el que se entrega por los otros alcanzará su grandeza
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor?
            La lucha por lo mejor ha sido siempre origen de conflictos, porque se hace a expensas de los demás. La lucha por lo mejor no es simplemente un “más”, sino un “más que”: ser más que el otro, tener más que los otros, figurar más que los otros, que deben ser menos.
            Frente a este estilo de vida, nos deja desconcertados la libertad de Jesús para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos, y para sugerir al que lo ha invitado a quiénes ha de invitar en adelante. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales: que los que menos tienen, tengan todo lo necesario para vivir con dignidad, como personas que son.
El camino de la gratuidad es siempre difícil, pero es necesario aprender a dar sin esperar, a perdonar sin exigir, a ser pacientes con las personas poco agradables, a ayudar pensando solo en el otro: Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que está necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.
            Hace algunos años se hablaba mucho de la “opción preferencial por los pobres”, aunque para algunos la “opción por los pobres” era un lenguaje peligroso. Parecía que los cristianos habían comprendido de verdad, la llamada del evangelio a vivir pensando en los más necesitados. La “opción por los pobres” fue una consigna que marcó la predicación y la acción pastoral de Jesús. Lucas nos presenta sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, ya te pagarán cuando resuciten los justos”.
¿Cuándo tomaremos en serio estas palabras tan provocativas de Jesús? El, pide invitar a los excluidos, a los marginados y desamparados. Lo prioritario para quien sigue de cerca de Jesús no es privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos sociales, sino preocuparse de los pobres. Una vez que hemos escuchado de labios de Jesús “su opción por los pobres”, no podemos eludir nuestra responsabilidad.
            Jesús vivió un estilo de vida diferente. Para seguirle con sinceridad hay que asumir su estilo de vida nueva y revolucionaria, en contradicción con el comportamiento “normal” de nuestra sociedad. Se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual en nuestra sociedad de consumo. Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de liberad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que contradice el comportamiento normal del sistema social, que sigue fabricando pobres en su afán acaparar los recursos económicos cada vez en menos manos: porque lo que les falta a unos, es lo que han acumulado los otros.
Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vida, aunque sea con gestos modestos y sencillos. Nuestra misión es introducir en la historia ese espíritu nuevo contradiciendo la lógica de la codicia y la acumulación egoísta. No lograremos cambios espectaculares, pero con nuestra actuación solidaria, gratuita y fraterna cuestionaremos el comportamiento egoísta como algo indigno de una convivencia humana sana. El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerante para la lógica de la mayoría. Pero sabe también que sus pequeños gestos están implantando el Reino con su nueva escala de valores
            La sociedad actual produce un tipo de persona insolidaria, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de generosidad. Es difícil ver gestos gratuitos. Por eso nos resulta duro escuchar la invitación desconcertante de Jesús: “Cuando des una comida, invita a los pobres”.
Jesús nos invita reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama y ser amable con el que es amable con nosotros puede ser todavía el comportamiento normal de una persona egoísta, que siempre busca su propio interés, amando mucho a quien le ama mucho.
            Jesús buscaba una sociedad en la que todos piensen en los más débiles e indefensos. Una sociedad diferente y nueva en la que debemos aprender a amar, no a quien mejor nos paga, sino a quien más nos necesita. ¿Nos acercamos a los demás, para dar, o esperando recibir?
            Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú si no pueden pagarte”. Se nos hace difícil entender estas palabras, pues el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño e incomprensible.
Hay en este pasaje evangélico una bienaventuranza de la que hemos hablado poco los cristianos: “¡Dichoso tú si no pueden pagarte!” Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido por Jesús. Al estar separada del bloque de las bienaventuranzas que hemos aprendido y como perdida en el evangelio, no la hemos tomado muy en cuenta y con frecuencia la hemos olvidado.
¿Nos sentimos desconcertados e interpelados cuando escuchamos estas palabras? Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de comunión solidaria con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca destacar, ser reconocido, acumular, aprovecharse o excluir a los demás de la propia riqueza. Se nos llama a compartir nuestros bienes gratis, sin esperar recompensa. Se nos proponen unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratitud y amor, que están en contradicción con la práctica y el comportamiento normal del sistema.
Se nos hace difícil entender estas palabras porque el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño y, en cierta manera incomprensible. Estamos olvidando lo que es vivir gratuitamente y no acertamos ya ni a dar, ni a darnos. Hemos construido una sociedad donde predomina el intercambio, el provecho y el interés. En nuestra “civilización del tener” y del “bien vivir”, casi nada es gratuito. Todo se comercia, se presta, se debe o se exige. Nadie cree que es mejor dar que recibir. Solo sabemos prestar servicios remunerados y cobrar intereses de diversas maneras por todo lo que hacemos. No es fácil vivir de manera des-interesada hoy día. Vivir la gratuidad es duro y difícil, y supone ir contracorriente. Pero ese es el único camino para poder seguir a Jesús.
La vida verdadera no se gana por ganar un simple honor. Ni una persona es grande por cuando busca simplemente su grandeza. La vida se gana en el servicio hacia los otros. La grandeza verdadera es siempre efecto, expresión, del don que se ofrece a los demás y se recibe de los otros.
Jesús añade que, en la fiesta de la vida, la ley definitiva nunca puede ser el intercambio: “Te doy para que me des”, “te invito para que me invites”. Esta actitud convierte el mundo en negocio. Frente a ello el mundo de Jesús está centrado en el amor que da sin esperar recompensa. Jesús subraya: Invita a los que nunca pueden recompensarte. Cuando actúes de esa forma tendrás la impresión de que has perdido, pero estás creando en torno a ti una imagen del Reino. Cristo te asegura que tu gesto es decisivo y lleva la verdad del Reino.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?

  • ¿Con qué criterio selecciono a los invitados a mis fiestas?
  • ¿Qué nueva cultura de las relaciones sociales propone Jesús?
  • ¿Mi grupo o mi comunidad cristiana tienen ese estilo?
  • ¿Qué voy a dar, o como voy a darme desde hoy a los demás?


Fuente: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo M. 

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