domingo, 2 de diciembre de 2018

Comentario al Evangelio del I Domingo de Adviento (2 de Diciembre del 2018)

I Domingo de Adviento 2018
Evangelio segun san Lc 21, 25-28.34-36\

25 Entonces habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. 26 La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. 27 Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre venir en la Nube, con gran poder e infinita gloria.»
28 «Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación.»
34 Cuiden de ustedes mismos, no sea que la vida depravada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, 35 pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. 36 Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre.»
37 Durante el día Jesús enseñaba en el Templo, y luego salía e iba a pasar la noche al aire libre al monte de los Olivos. 38 Y desde muy temprano todo el pueblo acudía donde él al Templo para escucharlo.

1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?
El evangelio de este domingo nos pone de modo inmediato frente a la consideración del fin del mundo. En este fragmento del discurso escatológico de Lucas, utilizando la simbología propia del género apocalíptico, se nos dice que aquellos astros (sol, luna y estrellas) que Dios colocó para regir el tiempo (cf. Gn 1) nos darán las señales de la llegada del fin. 

Estos signos apocalípticos, en cuanto reveladores, generan división entre los hombres. Así tenemos, por un lado, la reacción primera y primaria ante esta realidad del fin por parte de los pueblos que será la angustia; y por parte de los hombres que será el pánico (“los pueblos serán presa de la angustia...los hombres desfallecerán de miedo”). 

Por otra parte, todo este cuadro de conmoción cósmica no es más que el marco del anuncio de la llegada del Hijo del hombre "lleno de poder y de gloria". El título de "Hijo del Hombre" que Jesús se aplica aquí está inspirado en Dn 7,13-14 y representa al Mesías como juez escatológico. Se trata, por tanto, de su venida al fin de los tiempos para juzgar al mundo. 

Ante esta manifestación, los discípulos deberán "tener ánimo y levantar la cabeza". El contraste con la reacción de "los pueblos y los hombres" es claro; y es la esperanza la que hace la diferencia. Mientras los hombres en general serán presa del pánico, los cristianos son invitados a la confianza, a tener ánimo porque la venida del Señor les trae la liberación.   
En el marco de nuestro adviento, el gesto de levantar la cabeza es muy rico de significado. Se trata de mirar más allá de lo cotidiano, de lo inmediato que muchas veces nos aprisiona quitándonos perspectiva, sentido de la vida. Levantar la cabeza, erguirse, es sinónimo de recuperar la dignidad gracias al sentido trascendente de la vida. En fin, ver más allá para tener una valoración correcta de nuestra realidad. 

Para lograr esto se requiere una actitud vigilante, de allí la advertencia del evangelio de hoy a “no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”. Literalmente el texto dice: "no se vuelva pesado o cargado el corazón por…". El término griego para expresar el primer vicio - exceso, libertinaje o disipación - se encuentra sólo aquí en todo el NT. En la literatura griega su sentido está vinculado al exceso de alcohol con todas sus consecuencias.

Puede que esté formando una unidad de sentido con el término siguiente, la embriaguez, que aparece en la lista de vicios de San Pablo en Rom 13,13 y Gal 5,21. En cuanto a las "preocupaciones de la vida" recordemos que ya apareció esta expresión en la parábola del sembrador, simbolizada por las espinas que ahogan la semilla de la Palabra (cf. Lc 8,14). 

Justamente el mayor daño que esto causa es la pérdida de la atención y su consecuencia será que el día de la venida del Señor nos tome por sorpresa, sin estar esperándolo debidamente. 
La actitud requerida es entonces una conciencia atenta y vigilante, la cual es fruto de la oración, de la súplica o ruego incesante, que pide aquí el Señor a sus discípulos. Recordemos que la necesidad de una oración vigilante es un tema recurrente en Lucas (cf. 6,12; 18,1; 22,40.46). Quien alimenta la espera atenta con la oración incesante podrá escapar de todas las convulsiones cósmicas que sobrevendrán y podrá "permanecer en pie delante del Hijo del hombre". 

Es importante resaltar la actitud "corporal" de los discípulos ante el día final, pues expresa su estado "espiritual" o "interior": levantar la cabeza, estar en pie ante el Señor. Para los judíos el estar en pie y con la cabeza alta era la actitud del orante, del que se presenta con confianza ante Dios pues tiene su conciencia tranquila y en paz.


2.¿Què mensaje nos trae este pasaje y què compromiso nos pide hoy, el Señor?

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor. También las exhortaciones de esos discursos representan en buena parte las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza es un rasgo original y característico del Profeta de Galilea. Después de veinte siglos, la Iglesia actual marcha como una anciana, «encorvada» por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. «Con la cabeza baja», consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos. Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos. 

«Levantaos», anímense unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador. Pero hay maneras de vivir que nos impiden caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis  a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar su vida de bienestar y dinero, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos. «Estad siempre despiertos». Despertad la fe en el seno de vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». 

¿QUÉ ES VIVIR DESPIERTOS? 

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo busca que la vida sea más digna y feliz para todos». Jesús llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios». No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos. 

«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza. «Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos. «Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable. «Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios. 

CUIDAR LA ESPERANZA 

Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro.En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor. Queremos que todo nos salga bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza. La esperanza no consiste en la reacción optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio del que vive con esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar, su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla. Lo primero es mirar hacia adelante. No quedarnos en lo que ya pasó. No vivir de recuerdos o nostalgias. No quedarnos añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de manera positiva. La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la esperanza no cae en la inercia. Al contrario, se esfuerza por cambiar la realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa, dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza. La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de «pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del ser humano. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar esas inolvidables palabras de Jesús: «Alzad vuestra cabeza, pues se acerca vuestra liberación» .

Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todos los seres humanos sufre al ver que todavía una inmensa mayoría no puede vivir de manera digna. Este sufrimiento es signo de que aún seguimos vivos y somos conscientes de que algo va mal. Hemos de seguir buscando el reino de Dios y su justicia. ¡POR FAVOR, QUE HAYA DIOS! Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el Evangelio, pero solo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una temporada un poco más larga en Ruanda. Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al leer este texto del evangelio de Lucas. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África. A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se sigue pensando que el mundo irá siempre a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo nos va  bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes tenebrosas. Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido solo como sufrimiento destructor, es fácil sentir exactamente lo contrario. «Gracias a Dios esto no durará para siempre». Los últimos de la Tierra son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Jesús: «Dichosos los que lloran, porque de ellos es el reino de Dios». Estos hombres y mujeres, cuya existencia es hambre y miseria, están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz. Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará, y «en la tierra habrá angustia de las gentes». 

Pero el mensaje de Jesús no es de desesperanza para nadie: Aun entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, «manteneos en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento cruel de aquellas gentes de África me sorprendí a mí mismo sintiendo algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me salía de dentro: «¡Por favor, que haya Dios!». 


3.- ¿Que respuesta le voy a dar hoy al Señor?
¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? 
¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del hombre»? 


Fuente: Varios Autores
Transcripcion: Jorge Mogrovejo 

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