domingo, 16 de diciembre de 2018

Comentario al Evangelio del III Domingo de Adviento (16 de Diciembre del 2018)

III Domingo de Adviento
Evangelio segun San Lc 3, 10-18


10 En aquel tiempo la gente le preguntaba: «¿Qué debemos hacer?» 11 El les contestaba: «El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo.»
12 Vinieron también cobradores de impuestos para que Juan los bautizara. Le dijeron: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer?» 13 Respondió Juan: «No cobren más de lo establecido.» 14 A su vez, unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Juan les contestó: «No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo.»
:B:15 El pueblo estaba en la duda, y todos se preguntaban interiormente si Juan no sería el Mesías, 16 por lo que Juan hizo a todos esta declaración: «Yo les bautizo con agua, pero está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia. El los bautizará con el Espíritu Santo y el fuego. 17 Tiene la pala en sus manos para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en sus gra neros, mientras que la paja la quemará en el fuego que no se apaga.»
18 Con estas instrucciones y muchas otras, Juan anunciaba la Buena Nueva al pueblo. 19 Pero como reprochara al virrey Herodes que estuviera viviendo con Herodías, esposa de su hermano, y también por todo el mal que cometía, Herodes 20 no dudó en apresar a Juan, con lo que añadió otro crimen más a todos los anteriores.

1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?
La paz es el signo de la presencia de Dios en el alma. La paz es fruto y condición de la Venida del Señor al corazón de los hombres. Evangelio (Lc 3,2-3.10-18): El domingo pasado leímos la primera parte de la predicación de Juan Bautista invitando a la conversión, a preparar el camino para la venida del Señor. 

Hoy, salteando una parte del discurso (Lc 3,4-9), se nos presenta al mismo Juan Bautista que responde por tres veces a la misma pregunta: "¿qué debemos hacer?" De este modo especifica cuáles son los gestos concretos, en la vida, que expresan la conversión interior. 

Como dice J. M. Lagrange : "A menudo se la ha calificado (a esta sección) como una predicación para los diversos estados (de vida). Pero sería más justo considerarla como una monición sobre la manera de hacer penitencia… No se pretende regular todas las situaciones, sino mostrar que la penitencia es compatible con todas, con la condición de vivir sin cometer injusticias". Faltaría aclarar que penitencia y conversión se utilizan aquí como sinónimos por cuanto traducen la misma palabra griega metanoia. La primera pregunta proviene de la multitud, de la gente en general, y la respuesta del Bautista es una invitación a compartir lo que se tiene, haciendo referencia en primer lugar a dos necesidades básicas como son el vestido y el alimento. 

Hoy diríamos que es un llamado a ser solidarios, a no dejarse dominar por el egoísmo. Según J. M. Lagrange: "La mejor penitencia es la práctica de la caridad". Sigue la pregunta de los publicanos o recaudadores de impuestos a quienes el Bautista responde exhortando a la honradez y a la justicia; a no dejarse dominar por la avaricia o el afán de dinero. Por último, preguntan los soldados y el Bautista les responde que no deben abusar de la propia fuerza ni recurrir al engaño, o sea no abusar de su autoridad. 

Según F. Bovon la finalidad del abuso de poder es la adquisición ilegítima de dinero, por ello "tanto para los soldados como para los publicanos, Lucas se interesa por una ética de la justa adquisición de bienes y del buen uso del dinero". Esto refleja que para el evangelista la codicia es un pecado dominante. 

Importa señalar la dimensión comunitaria ya que las tres respuestas del Bautista tienen en común la relación con los demás. También es de notar que la mención de los publicanos o cobradores de impuestos (y tal vez también de los soldados tanto si se trata de mercenarios de Herodes Agripa como de la guardia romana) indica que no se excluye a nadie del arrepentimiento; todos están llamados a la conversión pues "todos verán la salvación de Dios" (Lc 3,6). 

Con respecto a los últimos versículos podemos decir que buscan diferenciar y subordinar el bautismo y la figura de Juan al bautismo cristiano y a la figura de Cristo (Mesías). Su finalidad es corregir las expectativas erróneas de la gente acerca del Mesías, por cuanto Juan declara abiertamente que no es el Mesías y que esté vendrá después de él. 

Al respecto comenta L. H. Rivas: "Al terminar su misión, Juan Bautista se reconoció inferior a Jesús diciendo que ni siquiera era digno de desatarle la correa de sus sandalias. En la antigüedad, esta tarea se consideraba tan humillante que sólo la realizaban los esclavos. Recurriendo a esta figura, el Bautista dice que, frente a Jesús, él es tan inferior que se siente menos que un esclavo ante su dueño. Esta diferencia responde a la función que cada uno cumple: Juan Bautista bautiza, es decir sumerge sólo en agua. Pero Jesús es el que tiene la potestad de bautizar (sumergir) en el Espíritu Santo, dando vida divina a todos los que crean en él". 

La acción de Jesús que Juan promete, la realizará Jesús resucitado cuando envíe el Espíritu en Pentecostés (He 2,33). Sucesivamente este Espíritu será dado en el bautismo realizado por los apóstoles, bautismo que, como el de Juan, es también para la conversión de los pecados pero que, a diferencia de aquél, concede lo que Juan sólo podía anunciar para un futuro (He 2,38).  

2.¿Què mensaje nos trae este pasaje y què compromiso nos pide hoy, el Señor?

Juan Bautista proclamaba en voz alta lo que muchos sentían en aquel momento: hay que cambiar; no se puede seguir así; es necesario volver a Dios. Según el evangelista Lucas, algunos se sintieron cuestionados por su predicación y se acercaron al Bautista con una pregunta decisiva: ¿qué podemos hacer?

Por muchas llamadas de carácter político o religioso que se escuchen en una sociedad, las cosas solo empiezan a cambiar cuando hay personas que se atreven a enfrentarse a su propia verdad, dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?

El Bautista tiene las ideas muy claras. No les invita a acudir al desierto a vivir una vida ascética de penitencia, como él. Tampoco les anima a peregrinar a Jerusalén para recibir al Mesías en el templo. La mejor manera de preparar el camino a Dios es, sencillamente, trabajar por una sociedad más solidaria y fraterna, menos injusta y violenta.

Juan no habla a las víctimas, sino a los responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que tienen «dos túnicas» y pueden comer; a los que se enriquecen de manera injusta a costa de otros; a los que abusan de su poder y de su fuerza.

Su mensaje es diáfano: no se aprovechen de nadie, no abusen de los débiles, no vivan a costa de otros, no piensen solo en su bienestar: «El que tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo». Así de simple. Así de claro.
Aquí termina nuestra palabrería. Aquí se desvela la verdad de nuestra vida. Aquí queda al descubierto la mentira de no pocas formas de vivir la religión. ¿Por dónde podemos empezar a cambiar la sociedad? ¿Qué podemos hacer para abrir caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz y realista como compartir lo que tenemos con los necesitados.

REPARTIR CON EL QUE NO TIENE
La palabra del Bautista tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión para iniciar una vida más fiel a Dios despertó en muchos una pregunta concreta: ¿qué debemos hacer? Es la pregunta que brota en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta.
El Bautista no les propone ritos sagrados, tampoco normas ni preceptos. Lo primero no es cumplir mejor los deberes religiosos, sino vivir de forma más humana, reavivar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.
Lo más decisivo es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista resume su respuestacon una fórmula genial por su sencillez y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo». Un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria, luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de alimentos?

¿NOS ATREVEMOS A COMPARTIR?
Los medios de comunicación nos informan cada vez con más rapidez de lo que acontece en el mundo. Conocemos cada vez mejor las injusticias, miserias y abusos que se cometen diariamente en todos los países. 

Esta información crea fácilmente en nosotros un cierto sentimiento de solidaridad con tantos hombres y mujeres, víctimas de un mundo egoísta e injusto. Incluso puede despertar un sentimiento de vaga culpabilidad.
Pero, al mismo tiempo, acrecienta nuestra sensación de impotencia. Nuestras posibilidades de actuación son muy exiguas. Todos conocemos más miseria e injusticia que la que podemos remediar connuestras fuerzas. Por eso es difícil evitar una pregunta en el fondo de nuestra conciencia ante una sociedad tan deshumanizada: «¿Qué podemos hacer?».

Juan Bautista nos ofrece una respuesta terrible en medio de su simplicidad. Una respuesta decisiva, que nos pone a cada uno frente a nuestra propia verdad. «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida haga lo mismo».

No es fácil escuchar estas palabras sin sentir cierto malestar. Se necesita valor para acogerlas. Se necesita tiempo para dejarnos interpelar. Son palabras que hacen sufrir. Aquí termina nuestra falsa «buena voluntad». Aquí se revela la verdad de nuestra solidaridad. Aquí se diluye nuestro sentimentalismo religioso. 

¿Qué podemos hacer?
Sencillamente compartir lo que tenemos con los que lo necesitan.
Muchas de nuestras discusiones sociales y políticas, muchas de nuestras protestas y gritos, que con frecuencia nos dispensan de una actuación más responsable, quedan reducidas de pronto a una pregunta muy sencilla. ¿Nos atreveremos a compartir lo nuestro con los necesitados?

De manera ingenua creemos casi siempre que nuestra sociedad será más justa y humana cuando cambien los demás, y cuando se transformen las estructuras sociales y políticas que nos impiden ser más humanos.

Y, sin embargo, las sencillas palabras del Bautista nos obligan a pensar que la raíz de las injusticias está también en nosotros. Las estructuras reflejan demasiado bien el espíritu que nos anima a casi todos. Reproducen con fidelidad la ambición, el egoísmo y la sed de poseer que hay en cada uno de nosotros.


3.- ¿Que respuesta le voy a dar hoy al Señor?

¿Y qué podemos decir los seguidores de Jesús ante esta llamada tan
sencilla y tan humana? 
¿No hemos de empezar por abrir los ojos de
nuestro corazón para tomar conciencia de que vivimos sometidos a un
bienestar que nos impide ser más humanos?
¿podemos los cristianos de Occidente acoger cantando al niño de Belén mientras cerramos nuestro
corazón a estos niños del Tercer Mundo?


Fuente: Varios Autores

Sintesis: Jorge Mogrovejo

domingo, 2 de diciembre de 2018

Comentario al Evangelio del I Domingo de Adviento (2 de Diciembre del 2018)

I Domingo de Adviento 2018
Evangelio segun san Lc 21, 25-28.34-36\

25 Entonces habrá señales en el sol, la luna y las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. 26 La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. 27 Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre venir en la Nube, con gran poder e infinita gloria.»
28 «Cuando se presenten los primeros signos, enderécense y levanten la cabeza, porque está cerca su liberación.»
34 Cuiden de ustedes mismos, no sea que la vida depravada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, 35 pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. 36 Por eso estén vigilando y orando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre.»
37 Durante el día Jesús enseñaba en el Templo, y luego salía e iba a pasar la noche al aire libre al monte de los Olivos. 38 Y desde muy temprano todo el pueblo acudía donde él al Templo para escucharlo.

1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?
El evangelio de este domingo nos pone de modo inmediato frente a la consideración del fin del mundo. En este fragmento del discurso escatológico de Lucas, utilizando la simbología propia del género apocalíptico, se nos dice que aquellos astros (sol, luna y estrellas) que Dios colocó para regir el tiempo (cf. Gn 1) nos darán las señales de la llegada del fin. 

Estos signos apocalípticos, en cuanto reveladores, generan división entre los hombres. Así tenemos, por un lado, la reacción primera y primaria ante esta realidad del fin por parte de los pueblos que será la angustia; y por parte de los hombres que será el pánico (“los pueblos serán presa de la angustia...los hombres desfallecerán de miedo”). 

Por otra parte, todo este cuadro de conmoción cósmica no es más que el marco del anuncio de la llegada del Hijo del hombre "lleno de poder y de gloria". El título de "Hijo del Hombre" que Jesús se aplica aquí está inspirado en Dn 7,13-14 y representa al Mesías como juez escatológico. Se trata, por tanto, de su venida al fin de los tiempos para juzgar al mundo. 

Ante esta manifestación, los discípulos deberán "tener ánimo y levantar la cabeza". El contraste con la reacción de "los pueblos y los hombres" es claro; y es la esperanza la que hace la diferencia. Mientras los hombres en general serán presa del pánico, los cristianos son invitados a la confianza, a tener ánimo porque la venida del Señor les trae la liberación.   
En el marco de nuestro adviento, el gesto de levantar la cabeza es muy rico de significado. Se trata de mirar más allá de lo cotidiano, de lo inmediato que muchas veces nos aprisiona quitándonos perspectiva, sentido de la vida. Levantar la cabeza, erguirse, es sinónimo de recuperar la dignidad gracias al sentido trascendente de la vida. En fin, ver más allá para tener una valoración correcta de nuestra realidad. 

Para lograr esto se requiere una actitud vigilante, de allí la advertencia del evangelio de hoy a “no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”. Literalmente el texto dice: "no se vuelva pesado o cargado el corazón por…". El término griego para expresar el primer vicio - exceso, libertinaje o disipación - se encuentra sólo aquí en todo el NT. En la literatura griega su sentido está vinculado al exceso de alcohol con todas sus consecuencias.

Puede que esté formando una unidad de sentido con el término siguiente, la embriaguez, que aparece en la lista de vicios de San Pablo en Rom 13,13 y Gal 5,21. En cuanto a las "preocupaciones de la vida" recordemos que ya apareció esta expresión en la parábola del sembrador, simbolizada por las espinas que ahogan la semilla de la Palabra (cf. Lc 8,14). 

Justamente el mayor daño que esto causa es la pérdida de la atención y su consecuencia será que el día de la venida del Señor nos tome por sorpresa, sin estar esperándolo debidamente. 
La actitud requerida es entonces una conciencia atenta y vigilante, la cual es fruto de la oración, de la súplica o ruego incesante, que pide aquí el Señor a sus discípulos. Recordemos que la necesidad de una oración vigilante es un tema recurrente en Lucas (cf. 6,12; 18,1; 22,40.46). Quien alimenta la espera atenta con la oración incesante podrá escapar de todas las convulsiones cósmicas que sobrevendrán y podrá "permanecer en pie delante del Hijo del hombre". 

Es importante resaltar la actitud "corporal" de los discípulos ante el día final, pues expresa su estado "espiritual" o "interior": levantar la cabeza, estar en pie ante el Señor. Para los judíos el estar en pie y con la cabeza alta era la actitud del orante, del que se presenta con confianza ante Dios pues tiene su conciencia tranquila y en paz.


2.¿Què mensaje nos trae este pasaje y què compromiso nos pide hoy, el Señor?

Los discursos apocalípticos recogidos en los evangelios reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor. También las exhortaciones de esos discursos representan en buena parte las exhortaciones que se hacían unos a otros aquellos cristianos recordando el mensaje de Jesús. Esa llamada a vivir despiertos cuidando la oración y la confianza es un rasgo original y característico del Profeta de Galilea. Después de veinte siglos, la Iglesia actual marcha como una anciana, «encorvada» por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pasado. «Con la cabeza baja», consciente de sus errores y pecados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos. Es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos hace a todos. 

«Levantaos», anímense unos a otros. «Alzad la cabeza» con confianza. No miréis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. «Se acerca vuestra liberación». Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador. Pero hay maneras de vivir que nos impiden caminar con la cabeza levantada confiando en esa liberación definitiva. Por eso «tened cuidado de que no se os embote la mente». No os acostumbréis  a vivir con un corazón insensible y endurecido, buscando llenar su vida de bienestar y dinero, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos. «Estad siempre despiertos». Despertad la fe en el seno de vuestras comunidades. Estad más atentos a mi Evangelio. Cuidad mejor mi presencia en medio de vosotros. No seáis comunidades dormidas. Vivid «pidiendo fuerza». 

¿QUÉ ES VIVIR DESPIERTOS? 

Jesús no se dedicó a explicar una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendieran correctamente y la difundieran luego por todas partes. No era este su objetivo. Él les hablaba de un «acontecimiento» que estaba ya sucediendo: «Dios se está introduciendo en el mundo. Quiere que las cosas cambien. Solo busca que la vida sea más digna y feliz para todos». Jesús llamaba a esto el «reino de Dios». Hemos de estar muy atentos a su venida. Hemos de vivir despiertos: abrir bien los ojos del corazón; desear ardientemente que el mundo cambie; creer en esta buena noticia que tarda tanto en hacerse realidad plena; cambiar de manera de pensar y de actuar; vivir buscando y acogiendo el «reino de Dios». No es extraño que, a lo largo del evangelio, escuchemos tantas veces su llamada insistente: «vigilad», «estad atentos a su venida», «vivid despiertos». Es la primera actitud del que se decide a vivir la vida como la vivió Jesús. Lo primero que hemos de cuidar para seguir sus pasos. 

«Vivir despiertos» significa no caer en el escepticismo y la indiferencia ante la marcha del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca. No quedarnos solo en quejas, críticas y condenas. Despertar activamente la esperanza. «Vivir despiertos» significa vivir de manera más lúcida, sin dejarnos arrastrar por la insensatez que a veces parece invadirlo todo. Atrevernos a ser diferentes. No dejar que se apague en nosotros el deseo de buscar el bien para todos. «Vivir despiertos» significa vivir con pasión la pequeña aventura de cada día. No desentendernos de quien nos necesita. Seguir haciendo esos «pequeños gestos» que aparentemente no sirven para nada, pero que sostienen la esperanza de las personas y hacen la vida un poco más amable. «Vivir despiertos» significa despertar nuestra fe. Buscar a Dios en la vida y desde la vida. Intuirlo muy cerca de cada persona. Descubrirlo atrayéndonos a todos hacia la felicidad. Vivir no solo de nuestros pequeños proyectos, sino atentos al proyecto de Dios. 

CUIDAR LA ESPERANZA 

Todos vivimos con la mirada puesta en el futuro.En el fondo, casi todos andamos buscando «algo mejor», una seguridad, un bienestar mayor. Queremos que todo nos salga bien y, si es posible, que nos vaya mejor. Es esa confianza básica la que nos sostiene en el trabajo y los esfuerzos de cada día. Por eso, cuando la esperanza se apaga, se apaga también la vida. La persona ya no crece, no busca, no lucha. Al contrario, se empequeñece, se hunde, se deja llevar por los acontecimientos. Si se pierde la esperanza, se pierde todo. Por eso, lo primero que hay que cuidar en el corazón de la persona, en el seno de la sociedad o en la relación con Dios es la esperanza. La esperanza no consiste en la reacción optimista de un momento. Es más bien un estilo de vida, una manera de afrontar el futuro de forma positiva y confiada, sin dejarnos atrapar por el derrotismo. El futuro puede ser más o menos favorable, pero lo propio del que vive con esperanza es su actitud positiva, su deseo de vivir y de luchar, su postura decidida y confiada. No siempre es fácil. La esperanza hay que trabajarla. Lo primero es mirar hacia adelante. No quedarnos en lo que ya pasó. No vivir de recuerdos o nostalgias. No quedarnos añorando un pasado tal vez más dichoso, más seguro o menos problemático. Es ahora cuando hemos de vivir afrontando el futuro de manera positiva. La esperanza no es una actitud pasiva, es un estímulo que impulsa a la acción. Quien vive animado por la esperanza no cae en la inercia. Al contrario, se esfuerza por cambiar la realidad y hacerla mejor. Quien vive con esperanza es realista, asume los problemas y las dificultades, pero lo hace de manera creativa, dando pasos, buscando soluciones y contagiando confianza. La esperanza no se sostiene en el aire. Tiene sus raíces en la vida. Por lo general, las personas viven de «pequeñas esperanzas» que se van cumpliendo o se van frustrando. Hemos de valorar y cuidar esas pequeñas esperanzas, pero el ser humano necesita una esperanza más radical e indestructible, que se pueda sostener cuando toda otra esperanza se hunde. Así es la esperanza en Dios, último salvador del ser humano. Cuando caminamos cabizbajos y con el corazón desalentado, hemos de escuchar esas inolvidables palabras de Jesús: «Alzad vuestra cabeza, pues se acerca vuestra liberación» .

Quien ama de verdad la vida y se siente solidario de todos los seres humanos sufre al ver que todavía una inmensa mayoría no puede vivir de manera digna. Este sufrimiento es signo de que aún seguimos vivos y somos conscientes de que algo va mal. Hemos de seguir buscando el reino de Dios y su justicia. ¡POR FAVOR, QUE HAYA DIOS! Muchas veces había pensado en la importancia que tiene el contexto socio-político en nuestra manera de leer el Evangelio, pero solo tomé conciencia viva de ello cuando estuve viviendo una temporada un poco más larga en Ruanda. Todavía recuerdo bien la sensación que tuve al leer este texto del evangelio de Lucas. No es lo mismo escuchar este discurso apocalíptico desde el bienestar de Europa o desde la miseria y el sufrimiento de África. A pesar de todas las crisis y problemas, en Europa se sigue pensando que el mundo irá siempre a mejor. Nadie espera ni quiere el fin de la historia. Nadie desea que cambien mucho las cosas. En el fondo nos va  bastante bien. Desde esta perspectiva, oír hablar de que un día todo puede desaparecer «suena» a «visiones apocalípticas» nacidas del desvarío de mentes tenebrosas. Todo cambia cuando el mismo Evangelio es leído desde el sufrimiento del Tercer Mundo. Cuando la miseria es ya insoportable y el momento presente es vivido solo como sufrimiento destructor, es fácil sentir exactamente lo contrario. «Gracias a Dios esto no durará para siempre». Los últimos de la Tierra son quienes mejor pueden comprender el mensaje de Jesús: «Dichosos los que lloran, porque de ellos es el reino de Dios». Estos hombres y mujeres, cuya existencia es hambre y miseria, están esperando algo nuevo y diferente que responda a sus anhelos más hondos de vida y de paz. Un día «el sol, la luna y las estrellas temblarán», es decir, todo aquello en que creíamos poder confiar para siempre se hundirá. Nuestras ideas de poder, seguridad y progreso se tambalearán. Todo aquello que no conduce al ser humano a la verdad, la justicia y la fraternidad se derrumbará, y «en la tierra habrá angustia de las gentes». 

Pero el mensaje de Jesús no es de desesperanza para nadie: Aun entonces, en el momento de la verdad última, no desesperéis, estad despiertos, «manteneos en pie», poned vuestra confianza en Dios. Viendo de cerca el sufrimiento cruel de aquellas gentes de África me sorprendí a mí mismo sintiendo algo que puede parecer extraño en un cristiano. No es propiamente una oración a Dios. Es un deseo ardiente y una invocación ante el misterio del dolor humano. Es esto lo que me salía de dentro: «¡Por favor, que haya Dios!». 


3.- ¿Que respuesta le voy a dar hoy al Señor?
¿Cómo seguiremos los pasos de Jesús si el Padre no nos sostiene? 
¿Cómo podremos «mantenernos en pie ante el Hijo del hombre»? 


Fuente: Varios Autores
Transcripcion: Jorge Mogrovejo 

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

 IV Domingo de Cuaresma. 28/03/2022 Pericopa: Lc 15,1-3.11-32  En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para es...