domingo, 25 de febrero de 2018

Evangelio del Domingo 25 de Febrero del 2018



Domingo II de Cuaresma Ciclo B 25 de FEBRERO 2018. Transfiguración del Señor
Evangelio: Mc 9,1-9:
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: “Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”; pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados. Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo.” Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”.
1.- ¿Qué nos quiere decir Marcos en este Evangelio?
Entramos en el camino de la cuaresma con la transfiguración, el momento culminante en el que el Padre revela a los discípulos la identidad plena de Jesús, su “Hijo”. Deberán comprender, no sólo, la relación de Jesús con los hombres, como Mesías; sino también su relación con Dios, como “Hijo”.
El relato comienza presentándonos las coordenadas de tiempo y de lugar, junto con los personajes y la circunstancia. “Seis días después”, trata de conectar el episodio de la confesión de fe de Pedro, y el anuncio de la pasión de Jesús con el relato de la transfiguración.
A pesar de la reacción negativa de Pedro ante el anuncio de la Cruz y de la dura respuesta de Jesús, a Pedro, él “toma consigo a Pedro”, con “Santiago y Juan”, para llevarlos a la montaña. En tres momentos Jesús lleva consigo a estos tres discípulos: En la resurrección de la hija de Jairo, en el huerto de los Olivos. Tal vez ellos, ofrecieron mayor resistencia cuando les hablaba de su destino doloroso de crucifixión. Pedro intentó quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos, Santiago y Juan, le estaban pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías.
I.-A ellos solos”.
Jesús crea un espacio de intimidad con los tres discípulos que ha separado del resto. La mención de la montaña crea una atmósfera espiritual que nos remite lo que había sucedido en el monte Sinaí, en el que el contacto de Moisés con Yahvé lo llevó a reflejar en su rostro la Gloria del Señor. El centro del relato es una manifestación de la gloria de Dios en la persona de Jesús, con lo que el Padre hace y dice a favor de Él. La primera parte se refiere a la “visión”: se ve a Jesús; se ven dos personajes celestiales. La segunda parte a la “audición”, se oye la voz del Padre: “Este es mi Hijo…
II.- La transfiguración.
El centro de este acontecimiento es que Jesús “fue” transfigurado por el Padre “delante de ellos”, en función de los discípulos: Por el poder de Dios, Jesús se hace visible a los ojos de los discípulos con la misma imagen que tendrá cuando, participe de la resurrección.
La expresión: “Se les aparecieron”, introduce en la escena a Moisés y Elías frente a los discípulos. ¿De qué conversaban? Lo que importa es que conversan en presencia de los discípulos. Moisés y Elías son figuras prominentes en la Biblia. Moisés, fue el intermediario de Dios en la entrega de la Ley a su pueblo. Elías, el profeta de fuego, no sólo es importante por ser de los fundadores de la profecía bíblica, sino porque en los tiempos de Jesús se relacionaba la venida del Mesías con su “retorno”. Moisés y Elías, son los únicos personajes del A. T. que suben al monte: Moisés al Sinaí, donde recibió la Ley y selló la Alianza, Elías al Horeb para refugiarse cuando le perseguían, recibiendo una manifestación de Dios.
III.- Dios revela a Jesús como su Hijo.
Es un relato, análogo al del bautismo, de una epifanía o manifestación de Dios. En el bautismo la revelación es hecha solo a Jesús. Aquí, la revelación está hecha a los discípulos. Aunque lo que acaba de suceder era grandioso, lo que viene ahora lo será aún más.
Esta vez la nueva visión se complementa con la audición de la voz de Dios Padre. También este relato apunta a los discípulos: la nube: les cubrióla voz está dirigida a ellos: escúchenlo Finalmente queda “Jesús solo con ellos”. Como en el Sinaí, la “nube” fue imagen del mismo Dios que hace visible su gloria, el signo de la presencia escondida y poderosa de Dios: “Descendió Yahvé en forma de nube y se puso allí junto a él”. Ahora, es Dios mismo quien habla desde la nube como había sucedido en el Éxodo. El misterio interior de la persona de Jesús se exterioriza en la blancura y el resplandor de sus vestidos, que son signos de la presencia de Dios. La Gloria divina, reflejada en el rostro de Moisés, es superada en la transfiguración del rostro de Jesús.
Las palabras reveladoras del Padre tienen dos partes:
·         Una declaración: “Este es mi Hijo amado”. Una afirmación de la identidad de Jesús. Lo mismo que dijo el Padre en el bautismo de Jesús. Entre ellos hay un vínculo inédito y profundo de amor!
·         Un mandato: “¡Escúchenlo!”. Indica cuál es la respuesta adecuada frente a la persona de Jesús y cuál es la manera de ejercer el discipulado: la escucha pronta, continua e incondicional.
La pregunta planteada por los discípulos en el lago: “¿Quién es éste?”, ya tiene respuesta: Dios Padre es quien revela a Jesús, y nos indica la actitud fundamental del discipulado: la escucha del Maestro.
También se nos dice, aquí, qué Jesús, como el Hijo de Dios, ha anunciado su enseñanza sobre su Cruz, y sobre la cruz del discípulo. Y todo esto sucede en presencia de Moisés y Elías. Jesús no es el que recibe la revelación sino el que es revelado, en Él reposa la voluntad de Dios. Lo que dice la Ley, Moisés y los profetas, Elías, ya sólo vale en la medida en que se escucha al “Hijo de Dios”.
De los tres personajes que se presentaron sólo queda Jesús, el Hijo amado de Dios, y a quien hay que escuchar. Jesús inaugura el Nuevo testamento en continuidad con el Antiguo. En el Tabor aparece Jesús en lo que es, como Hijo de Dios. Los discípulos ven abajo lo humano, en la montaña su divinidad. En su realidad total, Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
IV.- Jesús y los discípulos de nuevo “solos”.
El momento conclusivo de la revelación a los discípulos es idéntico al comienzo: “Jesús solo con ellos”. Ahora ven a Jesús, con el que “están” a diario, con un nuevo dato que clarifica el conocimiento que tenían de su mesianismo: el Cristo, el Mesías es el Hijo de Dios. Los discípulos deben ver a Jesús bajo una nueva luz y captarlo de una manera nueva.
A la subida corresponde ahora el descenso, lo cual implica un retorno a la vida cotidiana. La propuesta de Pedro de quedarse a vivir en la montaña respondes al miedo de ir a Jerusalén. Por eso intenta impedir a toda costa que Jesús baje de la montaña. Como Pedro son muchos los que prefieren la comodidad de la contemplación y la oración a enfrentarse a los riesgos de la vida diaria. Quedarse en el monte, en la experiencia gozosa, significa que no han entendido el mensaje del Mesías.
Es la segunda vez que Jesús manda a callar a los discípulos. Este es, el silencio contemplativo que dispone al discípulo para acoger y asumir la revelación del doloroso camino de la Cruz.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso me pide, hoy, al Señor?
No tiene sentido preguntarnos qué puede haber de histórico detrás de este relato simbólico, y es imposible determinar exactamente lo que sucedió en el monte, pero debemos creer que los discípulos vivieron una experiencia inefable de oración y profundización religiosa que los conmocionó. Que ellos vieron y palparon claramente el resplandor incomparable de la identidad misteriosa de Jesús. Y que en algunos momentos de su vida, captaron en él algo que escapaba a su condición humana.
El relato es una especie de resumen de la Pascua. Cuando empieza el camino hacia Jerusalén y los discípulos reciben la enseñanza de la cruz, se les otorga el privilegio de una experiencia singular que ilumina el camino de la cruz que parece necedad y locura. Lo importante es que en ese mismo camino sepamos ver la transfiguración, que aunque cargada de incertidumbre y de cruz, nos permita reconocer a Jesús, reconocernos a nosotros mismos y reconocer, también, lo extraordinario su historia personal desde todo el esplendor de la resurrección.
La escena de la transfiguración es particularmente significativa, y nos revela algo que es una constante en el Evangelio: Cristo no lleva a la persona a la huída religiosa del mundo, sino que lo devuelve a la tierra, para ser files a Dios y a la tierra, y comprometidos en la construcción del Reino.
Se ha dicho que la mayor tragedia de nuestros tiempos es que los que oran no hacen la revolución, y los que hacen la revolución no oran. Lo cierto es que hay quienes buscan a Dios sin preocuparse de buscar un mundo mejor y más humano. Y hay quienes se esfuerzan por construir una tierra nueva sin Dios. Unos buscan a Dios sin mundo y otros buscan el mundo sin Dios. Unos creen ser fieles a Dios sin preocuparse de la tierra. Otros creen poder ser files a la tierra sin abrirse a Dios. En Jesús esta disociación no es posible. Él nunca habla de Dios sin preocuparse del mundo, y nunca habla del mundo sin el horizonte de Dios. Jesús habla del reino de Dios en el mundo. Sólo puede creer en el reino de Dios quien ama a la tierra y a Dios en un mismo aliento.
“Hagamos tres tiendas”, Pedro no ha entendido nada. Pone a Jesús a la misma altura de Moisés y de Elías. Y quiere retenerle en la gloria del Tabor, para que no siga el camino de la pasión y la cruz. Dios mismo le va a corregir solemnemente: “Este es mi Hijo amado”. “Escúchale a él”, incluso cuando os habla de un camino de cruz que terminará en resurrección. Pedro quiere detener el tiempo, instalarse cómodamente en la experiencia de lo religioso, huyendo de la tierra, como si ya hubiese llegado el tiempo del reposo eterno. Pero Jesús los baja de la montaña al quehacer diario de la vida. Y los discípulos tendrán que comprender que la apertura al Dios trascendente no puede ser nunca huída del mundo. Quien se abre intensamente a Dios ama intensamente la tierra. Quien se encuentra con el Dios encarnado en Jesús siente con más fuerza la injusticia, el desamparo y la autodestrucción de los hombres. Y comprende que para seguir a Jesús hay que bajar de la montaña y continuar con él el camino de Jerusalén y asumir la tarea de construcción del Reino.
Es preciso seguir a Jesús y aceptar su mensaje. La transfiguración revela el sentido misterioso y profundo de la vida de Jesús, y nos compromete a vivir la realidad, cargando con la cruz. Hoy como entonces, el cristiano tiene que afrontar la realidad sin refugiarse en la montaña, en la visión de Dios, en la oración. Las manifestaciones de Dios, las experiencias espirituales no son para separarnos de la vida real, sino para ayudarnos a discernir y a afrontar la realidad histórica en toda su profundidad, para ayudarnos a seguir a Jesús y proseguir su proyecto, para comprometernos en la construcción del Reino para hacer de esta tierra un anticipo del cielo.
La propuesta de Pedro no es un acto de generosidad, sino una falsa visión de lo que es seguir a Jesús. El cristiano no puede quedarse en el monte, en la contemplación, sino que debe bajar a la realidad y recorrer el camino de la historia, atento a las señales de Dios desde la historia que vivimos.
El Tabor es el resultado de la subida. Cuando, a pesar de las dudas, nos dejamos guiar por Jesús, en su ida a Jerusalén, empieza a brillar en nosotros la luz de Dios, y sentimos su presencia irradiando luz, calor, sentido. No necesitamos otros tesoros, porque percibimos que Dios nos acompaña, nos habla, nos protege y nos confirma. En esos momentos de plenitud y felicidad, se ven las cosas con tanta claridad, que las necesidades, los problemas y las angustias cotidianas parecen haber desaparecido del horizonte.
Cuando nos hemos olvidado de nosotros mismos, cuando nos hemos agotado en el servicio a los otros, cuando hemos vencido la tentación de buscar solo lo nuestro, cuando hemos compartido lo que necesitábamos, cuando hemos rescatado a alguien de su infierno, cuando hemos sabido rebajarnos y ceder, cuando hemos aceptado el sufrimiento por librar a otros, cuando hemos entrado en el conflicto por trabajar por la paz, cuando hemos orado desde el corazón del mundo, cuando hemos puesto nuestra voluntad en manos de Dios, estamos llegando a la transfiguración aunque se haya hecho esperar.
El Tabor es un don enteramente gratuito, que Dios nos da para fortalecer la fe, para avivar la esperanza, para encender el amor, para prepararnos para la lucha, para movernos a la generosidad, para descubrir la solidaridad, para poder consolar a los hermanos, para cantar sus alabanzas, para que no dudemos ni nos desanimemos, para que gustemos un poco las primicias del Reino.
Porque lo esencial, en este misterio de la transfiguración no es tanto entrever a Jesús en su gloria, cuanto recibir del mismo Padre la consigna: Este es mi Hijo amado, escuchadle...Y alzando los ojos no vieron a nadie, sino a Jesús solo”. La tarea del cristiano es no ver ni oír nada fuera de Jesús.
Muchos cristianos están tan preocupados por el después y el más allá, mirando al Tabor, que se olvidan del ahora y del aquí. Pero es aquí, y ahora, donde nos espera Cristo, donde tenemos que hacerle presente, donde tenemos que jugarnos nuestra autorrealización y nuestro compromiso con la historia, por el cambio, para una vida más humana y más plena. Porque este valle de lágrimas, fruto de nuestros egoísmos, tenemos convertirlo en Tabor, para saborear ya desde ahora las verdaderas alegrías del cielo.
La “sociedad del bienestar” no contradice, ni excluye la vida nueva del Reino, sino que presupone y exige una vida plenamente humana en el aquí y el ahora de la historia, y para todos. La sociedad del bienestar nos plantea, a los cristianos, dos desafíos: conseguir que el bienestar sea para todos, y que no renunciemos a ser más por el tener más. Que sea para todos: porque en nuestro primer mundo, del lujo y del derroche, se alberga un cuarto mundo vergonzoso en condiciones infrahumanas. El primer mundo egoísta que vive a costa del tercer mundo necesita una inyección de los valores evangélicos: la verdad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia y la fraternidad para convertir en una sola familia humana este conjunto de tribus que habitamos este planeta tierra.
El primer mundo que vive ya, como si Dios no existiera, porque ha convertido en dioses el poder y el dinero, necesita redescubrir al Dios verdadero, al Dios amor, para humanizar y fraternizar las relaciones humanas, a todo nivel. Y que no renunciemos a ser más por el tener más. Bienvenidos sean todos los recursos de la técnica, todo lo que nos hace una vida más fácil, más humana y más feliz. Las cosas están en función de ser más persona, de vivir mejor como persona: con más tiempo libre para disfrutar de la naturaleza, para cultivar nuestras capacidades artísticas, para compartir con los amigos, para que los esposos disfruten su relación de pareja, para dedicar más tiempo a los hijos, para vivir como personas.
Que desde nuestras ciudades, podamos contemplar, entre las gigantescas torres que llegan hasta el cielo, las montañas verdes, que nos recuerden el Tabor, lugar de encuentro con Dios, nuestro Padre. Un Tabor que nos permita elevar nuestra vista sobre todas las cosas: para descubrir y encontrarnos con Jesús, el enviado de Dios-Padre. Para que mirando el mundo con los ojos de Dios, descubramos en todo ser humano, al hermano que ha puesto Cristo a nuestro lado, para que aprendamos a compartir, entre todos, y como hermanos, todo lo que Dios nos dio para todos.
La transfiguración es como un chorro de luz sobre las oscuridades de la fe para iluminar el misterio de la vida cristiana en su continuo caminar. La fe es certeza y debe darnos seguridad, aunque no siempre lo veamos todo con claridad. Sabemos cual es el camino y seguimos caminando, conscientes de que aunque no sintamos la presencia de Cristo, sabemos que él nos acompaña. El Tabor y el Gólgota son, para el creyente, el mismo monte con dos vertientes alternas: la de las lágrimas y la de las sonrisas. Cuando nos secamos las lágrimas vemos con más claridad, el lenguaje del Tabor son nuestras sonrisas.
Necesitamos subir a la montaña del encuentro con Dios, para bajar después al camino y reemprender con nuevo ánimo la tarea que nos ha sido asignada. Porque solo puede avanzar en el reino de Dios quien ama la tierra y a Dios en un mismo aliento.
Lo importante no es creer en la tradición, en Moisés y Elías, sino escuchar a Jesús y oír su voz y centrar nuestra vida en él. Vivir una relación consciente y cada vez más comprometida con Cristo. Porque solo esta comunión creciente con Cristo va transformando nuestra identidad y nuestros criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica. Nos vamos haciendo creyentes en la medida en que vamos experimentando que la adhesión a Cristo, nos hace vivir con una confianza más plena, que nos da luz y fuerza para enfrentarnos a nuestro vivir diario, que hace crecer nuestra capacidad de amar y de alimentar una esperanza última.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
  • ¿Tengo miedo, como los discípulos, de aceptar la realidad como es, de aceptar la cruz, el esfuerzo y la lucha como único camino hacia la felicidad, que nos plantea la vida desde la fe?
  • Cuando estoy desorientado y cansado ¿subo al Tabor, al encuentro del Señor para ver la vida con los ojos de Dios y dejar que su amor recargue mi corazón? ¿Soy un cazador de malas noticias, o busco, veo, subrayo y comunico lo bueno y lo positivo?
·         ¿Veo la oración y la Misa dominical como una obligación, como una manera fácil de tranquilizar la conciencia, o como un encuentro con el Señor que me compromete a luchar para que este mundo sea cada vez más justo, más humano, más solidario y más fraterno?

 
 
Autor: Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripción: Jorge Mogrovejo Merchán  





domingo, 18 de febrero de 2018

Evangelio del Domingo 18 de Febrero del 2018



Domingo I de Cuaresma Ciclo B 18 de Febrero 2018
Evangelio: Mc 1,12-15
A continuación, el Espíritu le llevó al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Vivía entre las fieras del campo y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Noticia de Dios:"Se ha cumplido el plazo y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Noticia."

1.-¿Qué nos quiere decir Marcos, qué mensaje nos trae este Evangelio?
Marcos establece una estrecha relación entre el bautismo de Jesús y la tentación. Aún resonaban las amorosas palabras del Padre en sus oídos, “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” cuando el mismo Espíritu que descendió sobre él al ser bautizado, ahora lo empuja al desierto para ser tentado. En el bautismo, Jesús experimenta la filiación divina y se ratifica su divinidad. En las tentaciones aparece su condición humana. Dos realidades que en el Evangelio aparecen vinculadas. Aunque es puesto en tentación por Satanás, no por Dios, es el Espíritu el que le empuja al lugar de la prueba, al desierto. Y es que el Espíritu que se le ha dado en el bautismo, no separa a Jesús de la historia y de la ambigüedad que esta tiene. Al contrario conduce a Jesús, y nos conduce a nosotros, al interior de la lucha que se desarrolla en el mundo.
El ser Hijo de Dios no le exime a Jesús de su condición humana. No está predeterminado y tiene que discernir cómo debe realizar el proyecto de Dios; qué ha de hacer con su vida; qué camino ha de seguir. En esos días de discernimiento se le presentan diversas posibilidades. Algunas de ellas propuestas por el diablo como aparecen en los evangelios de Mateo y de Lucas: realizar el proyecto del reino Dios, sirviéndose de la riqueza, el prestigio y el poder, como un Mesías poderoso, guerrero y político.
La tentación de Jesús fue de carácter mesiánico, y tuvo como objetivo la interpretación y ejecución de la misión que el Padre le había confiada. ¿Qué camino debía seguir, el de la fuerza y la estrategia política, o el testimonio religioso y la denuncia profética? ¿El de la condescendencia y entendimiento con las autoridades civiles y religiosas, o el de la crítica y el enfrentamiento con sus representantes? ¿El del aplauso y la complacencia de la gente que pedía pan y curaciones, o el de la renuncia y la incomprensión? ¿El de un mensaje color de rosa, o el de la radicalidad y la exigencia del Evangelio y la cruz?
Marcos sólo dice que fue tentado, no al final de los cuarenta días, como en Mateo y Lucas, sino a lo largo de todos ellos. Cuando Marcos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días, está pensando en los cuarenta años que el pueblo de Israel pasó en el desierto, y en las tentaciones que los israelitas no fueron capaces de superar. Jesús, sostenido por Dios, abre camino al nuevo pueblo saliendo victorioso de las pruebas que le pone el adversario, y ante las que fue tentado a lo largo de su vida pública, invitado a alejarse de la voluntad del Padre. Jesús fue tentado de parte de los fariseos que le piden demostraciones de poder (Mc 8,11-13). Por Pedro, que acaba de confesar la fe pero que intenta apartarlo del camino. Y tiene que decirle: “¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamiento no son los de Dios” (Mc 8,33). De sí mismo que como hombre le teme a la muerte: “Y decía: ¡Padre! Todo es posible para ti, aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú” (Mc 14,35). De los adversarios, los espectadores de la pasión, que lo invitan a bajarse de la cruz: “!Sálvate a ti mismo bajando de la cruz!.. ¡Que baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,30).
             El término siendo tentado, técnicamente usado aquí, indica que Satanás pone a prueba la fidelidad de Jesús al camino trazado por el Padre. Y en esta situación se proclama la victoria de Jesús.
Para Marcos no es la tentación el motivo principal de la estadía en el desierto, como en Mateo y Lucas, sino otro. Marcos hace alusión a la vida entre la fieras y el servicio de los ángeles, característicos de la vida paradisíaca de un mundo bueno, en paz y armonía, Gen 9,2, cantada por Isaías (11,6-8). Las fieras simbolizan las fuerzas del mal, que aquí no son dañinas porque el Reino mesiánico recuperará la paz perdida del paraiso. Cristo destruye la violencia opresora y divisora del hombre y se anuncia que él trae la paz escatológica en la que habita una humanidad nueva capaz de solidaridad, de servicio y de amor para construir la nueva historia de la humanidad.
El servico de los ángeles simboliza la preeminencia de Cristo, y evoca la protección de Dios a su profeta perseguido, indicando así de qué manera Dios-Padre participa en los combates de su Hijo y de qué lado está en los conflictos de la historia. Con todo ello se presenta a Jesús como a Adán en el paraíso, anunciando el futuro, como una realidad que va a suceder. Jesús es el nuevo Adán, el prototipo de una humanidad nueva que nace en su carne y se forma en su seguimiento.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso nos pide,  hoy, al Señor?
La historia de Israel y la de Jesús, es nuestra propia historia. Israel tras atravesar las aguas del mar Rojo, es liberado de la esclavitud de Egipto y conducido al desierto para que aprenda a liberarse de otras esclavitudes, y a descubrir y experimentar el amor y la fidelidad de Dios. El pueblo sufre la tentación y es vencido por ella: deja a su Dios liberador por “los ajos y las cebollas de Egipto”.  
Jesús es el primer ciudadano de la Nueva Humanidad. Después de pasar por las aguas del Jordán, en el bautismo, conducido por el Espíritu al desierto, sufre también la tentación, pero apuesta por el Reino, por un Dios de quien uno se puede fiar con plena confianza.
También los discípulos pasaremos por las pruebas del Maestro. Nosotros debemos vivir, en el desierto de nuestra historia concreta, atravesada por el conflicto, la ambigüedad y la tentación, nuestra filiación divina en la misma lucha que él vivió. Debemos comprender, desde ahora, que seguir a Jesús supondrá pruebas que vienen de muchos lados, pero que lo mismo que el Maestro no estaremos solos. Cristo, con la fuerza del Espíritu venció, para enseñarnos a vencer después de haber luchado.
Los primeros cristianos se desconcertaban al comprobar que, después de haber experimentado, en el bautismo, la ternura y el cariño de Dios, se veían todavía vapuleados por las tentaciones. Marcos nos presenta, a través de esta escena, un Jesús de carne y hueso, que no tiene las cosas claras, que se pregunta, que duda, que sufre el embate de Satanás, que vive su condición humana sin trucos y sin ventajas. Y trata, de esta manera, de responder a la dificultad que preocupaba a las primeras comunidades: “¿Cómo es posible sufrir la tentación tras haber asumido el bautismo como un compromiso con Cristo?” La respuesta es muy sencilla: Si Cristo fue tentado, nosotros no vamos a ser menos que él.
El Evangelio de Marcos, no nos dice en qué consistieron las tentaciones que sufrió Jesús, ni el desenlace de ellas. Pero el hecho de que a continuación presente a Jesús fiel a su misión, demuestra que venció a Satanás y que así nos comunica también a nosotros el poder de vencerlo. La narración continúa: “Marchó Jesús a Galilea; y proclamaba el Evangelio de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio”.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de conversión, un tiempo para repensar, revisar y renovar nuestro compromiso bautismal. El bautismo es el signo de nuestra alianza con Dios, y de la opción personal por Cristo y por su Evangelio. Lo mismo que el sí de Jesús, al proyecto del Padre, el sí de nuestro seguimiento de Cristo está constantemente sometido a la prueba de la tentación. Nos encontramos en todo momento frente a la alternativa de asumir y realizar nuestra vocación humana y cristiana fieles al proyecto de Jesús, o de espaldas a él. La tentación es un desafío al uso correcto de nuestra libertad.
            ¡Convertírse! significa cambiar de rumbo, volver a Dios, creer la Buena Noticia de Jesús. ¡Creer en el Evangelio! no es aceptar un mensaje, sino asumir el estilo de vida de Jesús, que nos invita a descubrir la conversión como un paso a una vida más plena y gratificante. Convertirse es bueno, nos hace bien. Nos permite experimentar un modo nuevo de vivir, más sano y más gozoso. Dentro de cada uno está actuando siempre Dios como una fuerza que nos atrae y empuja hacia el bien, hacia el amor y la bondad.
Convertirse es cambiar de rumbo, esforzarse por seguir a Jesús descubriendo la presencia de Dios en nuestra vida, y asumiendo nuestro protagonismo en la historia, como agentes de cambio. Convertirse es aceptarme a mi mismo como soy, para comprometerse a llegar a lo que yo debe ser. Convertirse, significa revisar el enfoque de mi vida, y lo que la bloquea para reajustar nuestros objetivos. Convertirse es liberar la vida, eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y armoniosa. Convertirse es emprender el camino del esfuerzo, del sacrificio y de la lucha atlética de los que quieren conquistar la medalla olímpica de la adultez humana y la autorrealización personal.
Convertirse es cambiar el corazón, adoptar una postura nueva en la vida, tomar una dirección más sana. Convertirse es dejarse amar por Dios que me conoce y entiende, que me espera y me perdona, y quiere verme vivir de manera más plena, gozosa y comprometida en la construcción del Reino.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy al Señor?
  • ¿Hasta qué punto mi bautismo es un compromiso personal y una alianza viva con Dios? ¿Qué influencia práctica tiene en mi vida esa opción fundamental por Cristo?
  • ¿Qué sentido ha tenido para mi “convertirse”? ¿Qué deberé rectificar para clarificar el sentido de la conversión y qué voy a hacer para vivir la experiencia de conversión en esta Cuaresma?
·         Si la Cuaresma son 40 días de preparación para renovar las promesas bautismales en la Pascua, ¿estoy dispuesto este año a vivir esa experiencia, como una decisión personal para asumir mi bautismo como una opción libre y seria por Cristo y su Evangelio?
Autor: Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo M. 





La penitencia:
La penitencia, no es antihumana, ni está pasada de moda, ni es sólo para monjes. La penitencia es un  esfuerzo para controlar nuestra libertad, para liberarnos de los vicios y hábitos negativos: es algo imprescindible para todo ser humano que quiere crecer y madurar para realizarse como persona.
       Es penitencia cualquier acción, esfuerzo o renuncia que hagamos para manejar correctamente nuestra libertad dominando los vicios, o rechazando las tentaciones. Todo cristiano que quiere ser fiel al Evangelio, lo mismo que cualquier persona que busca el dominio de sí para vivir más humanamente, aunque la llame de otra forma, tiene que recurrir a la penitencia, como único camino de liberación interior.
La penitencia, en estos tiempos, ha salido del ámbito religioso. ¿No es penitencia, y ayuno y abstinencia, el sacrificio que hacen tantas personas para estar en forma en el deporte, para mantener la línea en las pasarelas, en el mundo de la moda y del espectáculo? Y ¿no sería mejor utilizar esos esfuerzos y renuncias para mejorar el uso de nuestra libertad: para decidir y organizar nuestra vida, intentando ser nosotros mismos y viviendo a nuestro estilo de personas diferentes, en lugar de copiar el estilo de los otros y tratar de parecernos a esta, o a aquella persona que se ha hecho famosa?
La penitencia cuaresmal: un método y una gran oportunidad para ser nosotros mismos, y para vivir nuestro estilo de vida a plenitud y sin complejos.
Una fe que no influye en la vida, que no cambia nuestra manera de pensar y transforma  nuestra vida no es fe: es como la higuera estéril del Evangelio no da fruto, y hay que cortarla.
Jesús no es un predicador de penitencia, ni siquiera un moralizador. Lo que Jesús hace es abrirnos los ojos y oídos para mirar en otra dirección. No pretende humillar a nadie haciendo ver incoherencias y pecados. Jesús quiere hacer sentir el gozo del descubrimiento de nuevos horizontes y posibilidades interpretando la realidad desde la luz del Creador. Jesús dice: empezad a reconocer la bondad de Dios que nos quiere liberar del propio yo y abrirnos a las posibilidades de una nueva vida.
El camino de la conversión implica una búsqueda, que en la Palabra de Dios se manifiesta también como la respuesta a una llamada, una llamada llena de Amor, llena de fuerza, una llamada que resuena por medio de los acontecimientos de nuestra historia personal y social, por medio de Cristo, de la Iglesia. Es el sentido con que Jesús pide en el evangelio que se entiendan los sucesos históricos, es el sentido de la vocación de Moisés en la primera lectura.
Convertirse no es situarse por encima de los demás, como jueces, sino situarse en el interior de la propia persona y trabajarse de tal manera que seamos capaces de ver las cosas de otra manera: Cambiar de mentalidad, cambiar de actitudes, cambiar el estilo de vida. La conversión, la voluntad de trabajar y trabajarse; es algo personal, intransferible, pero también tiene un aspecto comunitario que le es esencial, porque también es el pueblo, como grupo, como comunión, el que se ha de convertir.
La conversión es búsqueda de autocontrol, o medio para ayudar a los otros. No es alienación, o mimetismo impuesto desde fuera, por los modelos sociales. Eso no es equilibrio espiritual ni psíquico. Violentan sus cuerpos, pero no para buscar su identidad, sino para ser como los otros. No trata de ser él, mismo, sino lo que le dicen que sea, no es libre, sino esclavo.
40 Días: En la Biblia es un número simbólico. 40 días del diluvio, 40 años el pueblo en el desierto,
Moisés, 40 días en el Sinaí, Elías 40 días en el desierto. 40 días, 40 años, es un período largo en el que sucede y se vive algo muy importante para el pueblo, o la persona .
Desierto: Es un lugar de prueba y tentación, morada del mal y de los espíritus malignos. Pero también es lugar de encuentro con Dios, de oración, de decisiones, de experiencias divinas. En él se experimenta el enfrentamiento con Satanás y, al mismo tiempo, la ayuda de Dios. Se vive en lucha y, al mismo tiempo se vive en paz. Esa es la realidad en la que le introduce a Jesús el Espíritu.
            La cuaresma: Es un tiempo de desierto para los cristianos. En este desierto uno se queda con lo esencial y se ve obligado a entrar dentro de sí mismo para ver cuáles son las dificultades que pretenden desviarnos del camino del seguimiento. 
Durante los primeros siglos la Iglesia sólo celebraba la Pascua semanal, la Eucaristía dominical. La Pascua anual vino después. El bautismo era para adultos después de una preparación esmerada y larga, pues el cambio de religión exigía un cambio previo de vida. Parecía normal que un adulto que asumía el bautismo como un compromiso personal con Cristo, fuera fiel a la fe que públicamente había profesado. A los pecadores se les excomulgaba, se les expulsaba de las celebraciones eucarísticas. Cuando se hablaba de pecados se pensaba en cosas graves, como aparecen en las listas que hace Pablo en sus cartas. El sacramento de la reconciliación se daba una vez en la vida.
La configuración de la cuaresma.
La Cuaresma en el siglo IV ya aparece bien configurada como la preparación del bautismo y la reconciliación de los penitentes. La cuaresma era la última etapa del catecumenado de adultos previa al bautismo que se celebraba en la Vigilia Pascual. Fue, también en esta época cuando adquirió más importancia la penitencia pública, que empezaba el miércoles de ceniza.
Los pecadores públicos que deseaban entrar en el proceso de reconciliación se presentaban ese día en el templo. Hacían la confesión pública de sus pecados y el obispo les daba la penitencia, que era fuerte y larga según los pecados. Vestidos con la túnica penitencial y con la cabeza cubierta de ceniza, iniciaban la penitencia pública que duraba hasta varios años. El miércoles con la imposición de la ceniza iniciaban la penitencia pública y el jueves Santo, venían los que la habían terminado, el obispo los introducía en el templo, les daba la absolución y les integraba de nueva en la comunidad. La cuaresma empezó a ser el inicio de la penitencia, para unos, el miércoles de ceniza, y el final de la misma, el jueves santo, para los que eran reconciliados.
La reconciliación de los pecadores terminaba con la renovación de las promesas bautismales, dispuestos a asumir el seguimiento de Cristo como una opción personal. La confesión de los pecados fue pública hasta el siglo VII en que los monjes irlandeses iniciaron la confesión individual.
Con el emperador Constantino, el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio y el bautismo dejo de ser un compromiso de vivir el Evangelio, y pasó a ser un requisito para ser ciudadano.
En el siglo XI cambia totalmente de sentido la cuaresma. Y el miércoles de ceniza al haber desaparecido la penitencia pública y al constatar que muchos bautizados no vivían como cristianos, el Papa Urbano II en el año 1091 invita a todos los cristianos a prepararse durante la Cuaresma para renovar las promesas bautismales en la Vigilia Pascual. La imposición de la ceniza era un signo del público compromiso de preparase durante la Cuaresma para celebrar la Pascua resucitando con Cristo a una vida nueva. Se renovaban las promesas bautismales, para ir asumiendo el bautismo de una manera más consciente y personal. Para responder cada año y cada día a la llamada del Señor, desde las circunstancias concretas y variantes de nuestra vida diaria.
De las prácticas cuaresmales tradicionales, la oración, el ayuno y la limosna, la más importante fue, durante muchos siglos el ayuno. Su duración varió con el tiempo y paso de uno, dos, o varios días, al ayuno de miércoles y viernes durante los cuarenta días de la Cuaresma, hasta llegar a cuarenta días seguidos de ayuno. Ayunar consistía en hacer una sola comida al día al ponerse el sol. Poco a poco lo fueron disminuyendo. El ayuno en aquellos tiempos tenía el sentido ritual de purificación y limpieza.
Actualmente el ayuno está más bien en función de la solidaridad. Ayunar es privarnos de algo para compartir el fruto de nuestras privaciones con los más necesitados. Privarnos de alimentos, de golosinas, de licores, de caprichos para compartir. La limosna es el fruto de los ayunos. Si tomáramos esto en serio, cuantos millones se podrían reunir sin hacer daño a nadie y experimentando personalmente lo que supone renunciar a alguna cosa que nos gusta, o sentir algún día, al menos, la sensación de lo que es el hambre.
¡¡Cuanta hambre se podría saciar con un poco de ayuno de los que comen de más, de los que derrochan!!

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

 IV Domingo de Cuaresma. 28/03/2022 Pericopa: Lc 15,1-3.11-32  En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para es...