DOMINGO
XXII Ciclo C 1 SEPTIEMBRE 2019
Evangelio:
Lc 14,1-14
Un sábado que entró a comer en
casa de un jefe de fariseos, ellos lo vigilaban. Observando cómo elegían los
puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: Cuando alguien te
invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado
más importante que tú y el que los invitó a los dos vaya a decirte que le cedas
el puesto al otro. Entonces, lleno de vergüenza, tendrás que ocupar el último puesto.
Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te
invitó, te dirá: Amigo, acércate más. Y quedarás honrado en presencia de todos
los invitados. Porque quien se engrandece será humillado, y quien se humilla
será engrandecido. Al que lo había invitado le dijo: Cuando ofrezcas una comida
o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos
ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un
banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no
pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.
1.-
¿Qué nos quiere decir Lucas en este pasaje?
En la lectura
del evangelio de Lucas, en los domingos anteriores, Jesús ha ido sembrando la
semilla del Reino que genera una verdadera revolución social frente al estilo
de vida de sus paisanos.
Jesús, hoy, se hace presente en
una comida, pues en torno a la comida, se viven los grandes valores de las
relaciones sociales. No es solo el hecho “funcional” de alimentarse. En la
comida compartida se ejerce la hospitalidad, se teje la amistad, se experimenta
la gracia del compartir, se abre el corazón a los demás. Los grandes impulsos
internos del amor siempre pasan por la mesa.
Jesús hizo de la
mesa un espacio de evangelización y de construcción de la comunidad. No sólo
compartió la mesa con los pecadores, con el pueblo, con sus amigos y
discípulos, sino también con los fariseos, sus adversarios que tanto lo
observaban y lo criticaban.
Llama la atención que Jesús, esta vez, esté en casa
de un representante de lo más alto de la sociedad judía de su tiempo. Su
anfitrión es “uno de los jefes de los fariseos”. Jesús también evangeliza estos
“altos niveles” de la sociedad entrando hasta el comedor de sus propias casas.
A partir del
análisis de dos puntos importantes del mundo de la etiqueta en los banquetes,
la distribución de los puestos en la mesa y la lista de los invitados, Jesús
saca dos lecciones importantes para la vida de sus discípulos. Los valores de
la sociedad son puestos en evidencia por los convidados que escogían los
primeros puestos. Jesús no cuestiona la imagen del banquete, sino las normas
que lo rigen, invirtiendo la escala de valores sociales. Después de hablar a
todos, a partir del comportamiento de los comensales, Jesús se dirige al
anfitrión del banquete. En su enseñanza, Jesús hace un paralelo:
En una primera columna coloca lo que “no” se debe
hacer. En la segunda describe el comportamiento deseable. En la primera lista
aparecen cuatro grupos: “los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos
ricos”. Los cuatro miembros del primer grupo, están trabados por lazos de
amistad, parentela, afinidad y riqueza. Son las ataduras que sostienen toda la
sociedad clasista en detrimento de los demás. Constituyen las redes de todo
poder instalado que se protege. Normalmente las relaciones se establecen con
personas que están al mismo nivel. La comunión aquí se fundamenta en la
posibilidad del intercambio. Con este criterio, el círculo de los invitados se
reduce, llegando al exclusivismo: los pobres quedan automáticamente excluidos.
En la segunda lista, la que Jesús recomienda, la
invitación se dirige a todos aquellos que las circunstancias de la vida han
marginado: “Los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos”. La marginación es
la única atadura que une a este grupo. Son el rechazo de la sociedad, que no
tienen como corresponder con otra invitación en la tierra, sino que será Dios
quien lo hará en la resurrección.
Llama la atención que Jesús colocó dentro de esta lista,
después de los pobres, tres grupos de enfermos: “lisiados, cojos y ciegos” que
eran los totalmente excluidos de la vida social y comunitaria.
Jesús
no está queriendo decir que no haya que comer con los familiares ni con los
amigos. A lo que se opone rotundamente es al exclusivismo y a la marginación de
los más desfavorecidos. Hay que vencer el exclusivismo derribando los muros y
los círculos cerrados en las relaciones humanas. Hay que vencer la repugnancia
y los prejuicios, para abrir el espacio a todos, especialmente a los
abandonados, los que sufren, y acogerlos con amor, haciéndolos parte de nuestra
propia vida. Jesús subrayan que la gran novedad, del Reino, exige superar el
egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de los otros: “Todo
el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será exaltado”. Quien
busca solamente su justicia, su ventja y plenitud, no ha entendido la novedosa
verdad de Jesús: Sólo quien da sin
calcular, el que se entrega por los otros alcanzará su grandeza
2.-
¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor?
La
lucha por lo mejor ha sido siempre origen de conflictos, porque se hace a
expensas de los demás. La lucha por lo mejor no es simplemente un “más”, sino
un “más que”: ser más que el otro, tener más que los otros, figurar más que los
otros, que deben ser menos.
Frente
a este estilo de vida, nos deja desconcertados la libertad de Jesús para
criticar a los invitados que buscan los primeros puestos, y para sugerir al que
lo ha invitado a quiénes ha de invitar en adelante. A los que entran en la
dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les
recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las
relaciones interesadas y los convencionalismos sociales: que los que menos
tienen, tengan todo lo necesario para vivir con dignidad, como personas que
son.
El camino de la
gratuidad es siempre difícil, pero es necesario aprender a dar sin esperar, a
perdonar sin exigir, a ser pacientes con las personas poco agradables, a ayudar
pensando solo en el otro: Siempre es posible recortar un poco nuestros
intereses, renunciar a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que está
necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para
nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.
Hace
algunos años se hablaba mucho de la “opción preferencial por los pobres”,
aunque para algunos la “opción por los pobres” era un lenguaje
peligroso. Parecía que los cristianos habían comprendido de verdad, la llamada
del evangelio a vivir pensando en los más necesitados. La “opción por los
pobres” fue una consigna que marcó la predicación y la acción pastoral de
Jesús. Lucas nos presenta sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a pobres,
lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, ya te pagarán
cuando resuciten los justos”.
¿Cuándo tomaremos en serio estas palabras tan
provocativas de Jesús? El, pide invitar a los excluidos, a los marginados y desamparados.
Lo prioritario para quien sigue de cerca de Jesús no es privilegiar la relación
con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos
sociales, sino preocuparse de los pobres. Una vez que hemos escuchado de labios
de Jesús “su opción por los pobres”, no podemos eludir nuestra responsabilidad.
Jesús
vivió un estilo de vida diferente. Para seguirle con sinceridad hay que asumir
su estilo de vida nueva y revolucionaria, en contradicción con el
comportamiento “normal” de nuestra sociedad. Se nos invita a actuar desde una
actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual en nuestra
sociedad de consumo. Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un
nuevo espíritu de liberad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que
contradice el comportamiento normal del sistema social, que sigue fabricando
pobres en su afán acaparar los recursos económicos cada vez en menos manos:
porque lo que les falta a unos, es lo que han acumulado los otros.
Los seguidores
de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vida, aunque sea
con gestos modestos y sencillos. Nuestra misión es introducir en la historia
ese espíritu nuevo contradiciendo la lógica de la codicia y la acumulación
egoísta. No lograremos cambios espectaculares, pero con nuestra actuación
solidaria, gratuita y fraterna cuestionaremos el comportamiento egoísta como
algo indigno de una convivencia humana sana. El que sigue de cerca a Jesús sabe
que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerante para la lógica de la
mayoría. Pero sabe también que sus pequeños gestos están implantando el Reino
con su nueva escala de valores
La
sociedad actual produce un tipo de persona insolidaria, consumista, de corazón
pequeño y horizonte estrecho, incapaz de generosidad. Es difícil ver gestos
gratuitos. Por eso nos resulta duro escuchar la invitación desconcertante de
Jesús: “Cuando des una comida, invita a los pobres”.
Jesús nos invita
reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama y
ser amable con el que es amable con nosotros puede ser todavía el
comportamiento normal de una persona egoísta, que siempre busca su propio
interés, amando mucho a quien le ama mucho.
Jesús
buscaba una sociedad en la que todos piensen en los más débiles e indefensos.
Una sociedad diferente y nueva en la que debemos aprender a amar, no a quien
mejor nos paga, sino a quien más nos necesita. ¿Nos acercamos a los demás, para
dar, o esperando recibir?
Jesús
se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: “Cuando des un banquete,
invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú si no pueden
pagarte”. Se nos hace difícil entender estas palabras, pues el lenguaje de la
gratuidad nos resulta extraño e incomprensible.
Hay en este pasaje evangélico una bienaventuranza de
la que hemos hablado poco los cristianos: “¡Dichoso tú si no pueden pagarte!” Esta bienaventuranza ha quedado tan
olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo,
contiene un mensaje muy querido por Jesús. Al estar separada del bloque de las bienaventuranzas
que hemos aprendido y como perdida en el evangelio, no la hemos tomado muy en
cuenta y con frecuencia la hemos olvidado.
¿Nos sentimos
desconcertados e interpelados cuando escuchamos estas palabras? Jesús nos
invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de comunión solidaria con el
pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca destacar, ser reconocido,
acumular, aprovecharse o excluir a los demás de la propia riqueza. Se nos llama
a compartir nuestros bienes gratis, sin esperar recompensa. Se nos proponen
unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratitud y
amor, que están en contradicción con la práctica y el comportamiento normal del
sistema.
Se nos hace
difícil entender estas palabras porque el lenguaje de la gratuidad nos resulta
extraño y, en cierta manera incomprensible. Estamos olvidando lo que es vivir
gratuitamente y no acertamos ya ni a dar, ni a darnos. Hemos construido una
sociedad donde predomina el intercambio, el provecho y el interés. En nuestra
“civilización del tener” y del “bien vivir”, casi nada es gratuito. Todo se
comercia, se presta, se debe o se exige. Nadie cree que es mejor dar que
recibir. Solo sabemos prestar servicios remunerados y cobrar intereses de
diversas maneras por todo lo que hacemos. No es fácil vivir de manera
des-interesada hoy día. Vivir la gratuidad es duro y difícil, y supone ir
contracorriente. Pero ese es el único camino para poder seguir a Jesús.
La vida verdadera no se gana por ganar un simple
honor. Ni una persona es grande por cuando busca simplemente su grandeza. La
vida se gana en el servicio hacia los otros. La grandeza verdadera es siempre
efecto, expresión, del don que se ofrece a los demás y se recibe de los otros.
Jesús añade que, en la fiesta de la vida, la ley definitiva nunca puede
ser el intercambio: “Te doy para que me des”, “te invito para que me invites”.
Esta actitud convierte el mundo en negocio. Frente a ello el mundo de Jesús
está centrado en el amor que da sin esperar recompensa. Jesús subraya: Invita a
los que nunca pueden recompensarte. Cuando actúes de esa forma tendrás la
impresión de que has perdido, pero estás creando en torno a ti una imagen del
Reino. Cristo te asegura que tu gesto es decisivo y lleva la verdad del Reino.
3.-
¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?
- ¿Con qué criterio selecciono a los
invitados a mis fiestas?
- ¿Qué nueva cultura de las relaciones
sociales propone Jesús?
- ¿Mi
grupo o mi comunidad cristiana tienen ese estilo?
- ¿Qué voy a dar, o como voy a darme desde
hoy a los demás?
Fuente: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo M.