domingo, 27 de marzo de 2022

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

 IV Domingo de Cuaresma. 28/03/2022

Pericopa: Lc 15,1-3.11-32 

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me toca”. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”. Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre le vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre les dijo a sus criados: “¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezó el banquete. El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo”. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: “¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo”. El padre repuso: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado"». Palabra del Señor.


Procedamos a analizar esta parábola. Es una de mis parábolas favoritas del Evangelio de Lucas y de todos los 4 Evangelios en general. Jesús está hablando en medio de cobradores de impuestos, gente que ante la Ley judía y la mirada hipócrita y criticona de los fariseos era mal visto como pecadores completos, por lo tanto Jesucristo era para ellos un pecador más. De manera sutil les hace caer en cuenta de su error, la parábola habla de un hijo que recibe todos los bienes y se fue de su casa a vivir su vida, pero derrochó estos bienes. Cuando se dio cuenta de su error, trató de volver, a suplicar a su padre piedad "Padre pequé contra ti" y que al menos lo deje trabajar como criado, pero NO, su padre al verlo se regocijó porque recuperó a su hijo que esta perdido y muerte por el pecado. 

El trasfondo de esto es el hecho que de nosotros podemos tener muchos talentos, muchos dados por el Espíritu Santo, pero no los sabemos aprovechar, creemos que viviendo una vida vacía de lujos y materialismo nos sentimos felices pero la verdad es que por eso nos perdemos, porque nos alejamos de Dios, no tenemos un sentido pleno a nuestra vida, y por eso como dice el Evangelio estaba su hijo muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. 

La actitud de Dios es de acogida, de regocijo, de total amor y misericordia, sin reproches, sin ofensas, sin ninguna condición, Dios es total apertura al pecador, a esa persona que tropezó muchas de las veces con la misma piedra pero no fue sino hasta recapacitar, hasta ver que estamos equivocados, por lo tanto volvemos a la Iglesia, a la comunidad, al alimento de Dios en nuestras vidas, queremos encontrar un sentido que lo habíamos perdido por perdernos en las cosas vacías y superficiales del mundo. 

La parábola también habla del hermano mayor, que puede entenderse como las fariseos o hermanos mayores, porque son los miembros de la comunidad más importantes por su posición de autoridad, pero que al ver a ese hermano que vuelve a Dios, no se alegran como el Padre, no se conmueven que ha recuperado su vida, no se dan a Èl con total compasión y amor como nuestro Dios, más bien critican lo mal que vivió, lo mal que hizo, lo mal que actuó y reniegan de Dios, le reclaman al Señor, que cómo se va a fijar en un pecador y no en él, que siempre ha estado con Dios, que cómo va a portarse así con un pecador, con una persona que rechazó la verdad y la vida, pero así es Dios, nunca pierde las esperanzas de que todo el mundo esté con Él.

Reflexiones:

Procederemos a responder las siguientes preguntas

1. ¿Qué comentarios hago cuando alguna persona de mala fama se acerca a la Iglesia? 

2. ¿Con quién me identifico más, con el hijo mayor o el hijo menor de la parábola? 

3. ¿Me alegro de verdad cuando alguien muy alejado vuelve a Dios? 

4. ¿Me cuesta aceptar y creer en la misericordia de Dios? 

5. ¿He tenido alguna experiencia de alejamiento de Dios con el consiguiente regreso a los brazos del Padre?

 6. ¿Me siento hijo perdonado y amado por el Padre?


Fuente: Biblia, Cebitepal

Redacción y Análisis: Jorge Mogrovejo M.






domingo, 1 de septiembre de 2019

Comentario al Evangelio del XXII Domingo de Tiempo Ordinario (1 de Septiembre del 2019)


DOMINGO XXII Ciclo C 1 SEPTIEMBRE 2019
Evangelio: Lc 14,1-14
Un sábado que entró a comer en casa de un jefe de fariseos, ellos lo vigilaban. Observando cómo elegían los puestos de honor, dijo a los invitados la siguiente parábola: Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que los invitó a los dos vaya a decirte que le cedas el puesto al otro. Entonces, lleno de vergüenza, tendrás que ocupar el último puesto. Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: Amigo, acércate más. Y quedarás honrado en presencia de todos los invitados. Porque quien se engrandece será humillado, y quien se humilla será engrandecido. Al que lo había invitado le dijo: Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Lucas en este pasaje?
En la lectura del evangelio de Lucas, en los domingos anteriores, Jesús ha ido sembrando la semilla del Reino que genera una verdadera revolución social frente al estilo de vida de sus paisanos.
Jesús, hoy, se hace presente en una comida, pues en torno a la comida, se viven los grandes valores de las relaciones sociales. No es solo el hecho “funcional” de alimentarse. En la comida compartida se ejerce la hospitalidad, se teje la amistad, se experimenta la gracia del compartir, se abre el corazón a los demás. Los grandes impulsos internos del amor siempre pasan por la mesa.
Jesús hizo de la mesa un espacio de evangelización y de construcción de la comunidad. No sólo compartió la mesa con los pecadores, con el pueblo, con sus amigos y discípulos, sino también con los fariseos, sus adversarios que tanto lo observaban y lo criticaban.
Llama la atención que Jesús, esta vez, esté en casa de un representante de lo más alto de la sociedad judía de su tiempo. Su anfitrión es “uno de los jefes de los fariseos”. Jesús también evangeliza estos “altos niveles” de la sociedad entrando hasta el comedor de sus propias casas.
A partir del análisis de dos puntos importantes del mundo de la etiqueta en los banquetes, la distribución de los puestos en la mesa y la lista de los invitados, Jesús saca dos lecciones importantes para la vida de sus discípulos. Los valores de la sociedad son puestos en evidencia por los convidados que escogían los primeros puestos. Jesús no cuestiona la imagen del banquete, sino las normas que lo rigen, invirtiendo la escala de valores sociales. Después de hablar a todos, a partir del comportamiento de los comensales, Jesús se dirige al anfitrión del banquete. En su enseñanza, Jesús hace un paralelo:
En una primera columna coloca lo que “no” se debe hacer. En la segunda describe el comportamiento deseable. En la primera lista aparecen cuatro grupos: “los amigos, los hermanos, los parientes y los vecinos ricos”. Los cuatro miembros del primer grupo, están trabados por lazos de amistad, parentela, afinidad y riqueza. Son las ataduras que sostienen toda la sociedad clasista en detrimento de los demás. Constituyen las redes de todo poder instalado que se protege. Normalmente las relaciones se establecen con personas que están al mismo nivel. La comunión aquí se fundamenta en la posibilidad del intercambio. Con este criterio, el círculo de los invitados se reduce, llegando al exclusivismo: los pobres quedan automáticamente excluidos.
En la segunda lista, la que Jesús recomienda, la invitación se dirige a todos aquellos que las circunstancias de la vida han marginado: “Los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos”. La marginación es la única atadura que une a este grupo. Son el rechazo de la sociedad, que no tienen como corresponder con otra invitación en la tierra, sino que será Dios quien lo hará en la resurrección.
Llama la atención que Jesús colocó dentro de esta lista, después de los pobres, tres grupos de enfermos: “lisiados, cojos y ciegos” que eran los totalmente excluidos de la vida social y comunitaria.
Jesús no está queriendo decir que no haya que comer con los familiares ni con los amigos. A lo que se opone rotundamente es al exclusivismo y a la marginación de los más desfavorecidos. Hay que vencer el exclusivismo derribando los muros y los círculos cerrados en las relaciones humanas. Hay que vencer la repugnancia y los prejuicios, para abrir el espacio a todos, especialmente a los abandonados, los que sufren, y acogerlos con amor, haciéndolos parte de nuestra propia vida. Jesús subrayan que la gran novedad, del Reino, exige superar el egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de los otros: “Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será exaltado”. Quien busca solamente su justicia, su ventja y plenitud, no ha entendido la novedosa verdad de Jesús:  Sólo quien da sin calcular, el que se entrega por los otros alcanzará su grandeza
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor?
            La lucha por lo mejor ha sido siempre origen de conflictos, porque se hace a expensas de los demás. La lucha por lo mejor no es simplemente un “más”, sino un “más que”: ser más que el otro, tener más que los otros, figurar más que los otros, que deben ser menos.
            Frente a este estilo de vida, nos deja desconcertados la libertad de Jesús para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos, y para sugerir al que lo ha invitado a quiénes ha de invitar en adelante. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales: que los que menos tienen, tengan todo lo necesario para vivir con dignidad, como personas que son.
El camino de la gratuidad es siempre difícil, pero es necesario aprender a dar sin esperar, a perdonar sin exigir, a ser pacientes con las personas poco agradables, a ayudar pensando solo en el otro: Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que está necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.
            Hace algunos años se hablaba mucho de la “opción preferencial por los pobres”, aunque para algunos la “opción por los pobres” era un lenguaje peligroso. Parecía que los cristianos habían comprendido de verdad, la llamada del evangelio a vivir pensando en los más necesitados. La “opción por los pobres” fue una consigna que marcó la predicación y la acción pastoral de Jesús. Lucas nos presenta sus palabras: “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte, ya te pagarán cuando resuciten los justos”.
¿Cuándo tomaremos en serio estas palabras tan provocativas de Jesús? El, pide invitar a los excluidos, a los marginados y desamparados. Lo prioritario para quien sigue de cerca de Jesús no es privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos sociales, sino preocuparse de los pobres. Una vez que hemos escuchado de labios de Jesús “su opción por los pobres”, no podemos eludir nuestra responsabilidad.
            Jesús vivió un estilo de vida diferente. Para seguirle con sinceridad hay que asumir su estilo de vida nueva y revolucionaria, en contradicción con el comportamiento “normal” de nuestra sociedad. Se nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de atención al pobre, que no es habitual en nuestra sociedad de consumo. Jesús piensa en unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de liberad, gratuidad y amor fraterno. Un espíritu que contradice el comportamiento normal del sistema social, que sigue fabricando pobres en su afán acaparar los recursos económicos cada vez en menos manos: porque lo que les falta a unos, es lo que han acumulado los otros.
Los seguidores de Jesús hemos de sentirnos llamados a prolongar su estilo de vida, aunque sea con gestos modestos y sencillos. Nuestra misión es introducir en la historia ese espíritu nuevo contradiciendo la lógica de la codicia y la acumulación egoísta. No lograremos cambios espectaculares, pero con nuestra actuación solidaria, gratuita y fraterna cuestionaremos el comportamiento egoísta como algo indigno de una convivencia humana sana. El que sigue de cerca a Jesús sabe que su actuación resulta absurda, incómoda e intolerante para la lógica de la mayoría. Pero sabe también que sus pequeños gestos están implantando el Reino con su nueva escala de valores
            La sociedad actual produce un tipo de persona insolidaria, consumista, de corazón pequeño y horizonte estrecho, incapaz de generosidad. Es difícil ver gestos gratuitos. Por eso nos resulta duro escuchar la invitación desconcertante de Jesús: “Cuando des una comida, invita a los pobres”.
Jesús nos invita reflexionar sobre la verdad última de nuestra conducta. Amar al que nos ama y ser amable con el que es amable con nosotros puede ser todavía el comportamiento normal de una persona egoísta, que siempre busca su propio interés, amando mucho a quien le ama mucho.
            Jesús buscaba una sociedad en la que todos piensen en los más débiles e indefensos. Una sociedad diferente y nueva en la que debemos aprender a amar, no a quien mejor nos paga, sino a quien más nos necesita. ¿Nos acercamos a los demás, para dar, o esperando recibir?
            Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Dichoso tú si no pueden pagarte”. Se nos hace difícil entender estas palabras, pues el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño e incomprensible.
Hay en este pasaje evangélico una bienaventuranza de la que hemos hablado poco los cristianos: “¡Dichoso tú si no pueden pagarte!” Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido por Jesús. Al estar separada del bloque de las bienaventuranzas que hemos aprendido y como perdida en el evangelio, no la hemos tomado muy en cuenta y con frecuencia la hemos olvidado.
¿Nos sentimos desconcertados e interpelados cuando escuchamos estas palabras? Jesús nos invita a actuar desde una actitud de gratuidad y de comunión solidaria con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca destacar, ser reconocido, acumular, aprovecharse o excluir a los demás de la propia riqueza. Se nos llama a compartir nuestros bienes gratis, sin esperar recompensa. Se nos proponen unas relaciones humanas basadas en un nuevo espíritu de libertad, gratitud y amor, que están en contradicción con la práctica y el comportamiento normal del sistema.
Se nos hace difícil entender estas palabras porque el lenguaje de la gratuidad nos resulta extraño y, en cierta manera incomprensible. Estamos olvidando lo que es vivir gratuitamente y no acertamos ya ni a dar, ni a darnos. Hemos construido una sociedad donde predomina el intercambio, el provecho y el interés. En nuestra “civilización del tener” y del “bien vivir”, casi nada es gratuito. Todo se comercia, se presta, se debe o se exige. Nadie cree que es mejor dar que recibir. Solo sabemos prestar servicios remunerados y cobrar intereses de diversas maneras por todo lo que hacemos. No es fácil vivir de manera des-interesada hoy día. Vivir la gratuidad es duro y difícil, y supone ir contracorriente. Pero ese es el único camino para poder seguir a Jesús.
La vida verdadera no se gana por ganar un simple honor. Ni una persona es grande por cuando busca simplemente su grandeza. La vida se gana en el servicio hacia los otros. La grandeza verdadera es siempre efecto, expresión, del don que se ofrece a los demás y se recibe de los otros.
Jesús añade que, en la fiesta de la vida, la ley definitiva nunca puede ser el intercambio: “Te doy para que me des”, “te invito para que me invites”. Esta actitud convierte el mundo en negocio. Frente a ello el mundo de Jesús está centrado en el amor que da sin esperar recompensa. Jesús subraya: Invita a los que nunca pueden recompensarte. Cuando actúes de esa forma tendrás la impresión de que has perdido, pero estás creando en torno a ti una imagen del Reino. Cristo te asegura que tu gesto es decisivo y lleva la verdad del Reino.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar, hoy, al Señor?

  • ¿Con qué criterio selecciono a los invitados a mis fiestas?
  • ¿Qué nueva cultura de las relaciones sociales propone Jesús?
  • ¿Mi grupo o mi comunidad cristiana tienen ese estilo?
  • ¿Qué voy a dar, o como voy a darme desde hoy a los demás?


Fuente: P. Felipe Mayordomo Álvarez sdb.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo M. 

domingo, 3 de marzo de 2019

Comentario al Evangelio del VIII Domingo de Tiempo Ordinario (3 de Marzo del 2019)


Domingo VII Ciclo C 3 de Marzo 2019
Evangelio Lc 6,27-38
                A ustedes que me escuchan yo les digo: Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele la otra, al que te quite el manto no le niegues la túnica; da a todo el que te pide, al que te quite algo no se lo reclames.  Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a sus amigos. Si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Si prestan algo a los que les pueden retribuir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan para recobrar otro tanto. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados. Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan serán medidos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Lucas en este evangelio?
            El Evangelio de hoy es la continuación de los ejemplos del domingo pasado y debemos leerlo a la luz de las Bienaventuranzas. El amor a los enemigos es el núcleo más original y revolucionario, es el culmen del Evangelio. Tanto por las exigencias que representan ese salto cualitativo en la escala de valores, como por las motivaciones que nos ofrece: “sean perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto”, y “así serán hijos de vuestro Padre del cielo”.

            El estudio de este pasaje nos sitúa en el centro del evangelio de Jesús y nos descubre el verdadero sentido de Dios y de la vida de los hombres. El judaísmo ofrecía una norma de justicia para tratar a cada uno según su comportamiento. El marxismo, con su dialéctica de la revolución, practica la destrucción del enemigo para alcanzar la armonía final. En todos los sistemas políticos se defiende el interés de los grupos de poder sobre el derecho de los pobres. Y a todo nivel, el egoísmo humano, tan arraigado en el corazón, vive el amor a los demás solo cuando representa un valor para su propia vida.

            Frente a estas concepciones, el evangelio de Jesús nos ofrece un ideal de nitidez y fuerza escalofriante: “Amen a sus enemigos”. Jesús reconduce los mandamientos a su raíz y su objetivo último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor, a la verdad. No opone a la Ley antigua unanueva ley, sino que la transforma y la lleva a una radicalidad sin precedentes, rompiendo todos los moldes y criterios humanos. En el centro de este pasaje del “Sermón de la llanura” está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aún camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del ser humano.



            Es muy duro lo que nos pide Jesús. Si nos hubiera dicho que no  devolvamos mal por mal, que no nos venguemos, o que no recurramos a la violencia. O incluso que perdonemos, como en el caso de David…. Pero Jesús nos pide que perdonemos a nuestros enemigos. Su enseñanza nos interpela y nos invita cambiar nuestro estilo de vida. El odio y el rencor son malos consejeros y pueden bloquear el corazón. La no-violencia es la única respuesta para romper la escala de odio y deseo de venganza   

            Las leyes humanas fueron humanizando el trato con el enemigo desde (Gn 4,24), con un 77x 1, que hace justicia con 77 muertos por 1 muerto. En (Gn 4,15), con 7x1, ya es menos duro el castigo. La Ley del Talión del Código de Hammurabi, rey de Babilonia, hacia el año 1760 a.C. frena la violencia, pone límite a la venganza y hace más humana, la convivencia exigiendo que el castigo no sobrepase la ofensa.


¿No será utópica una sociedad sin esta ley? En realidad, la ley del Talión ha existido en todas las culturas, como mecanismo para que la sociedad controle el caos de una violencia indiscriminada. Su cruda aplicación ha desaparecido de nuestro mundo actual, pero la ley del Talión, por más sofisticada que se muestre en nuestros comportamientos individuales o en los códigos legales, sigue vigente y es considerada necesaria para asegurar una aceptable convivencia humana. Esta violencia legalizada y más o menos controlada parece ser la única respuesta para hacer frente a todo otro tipo de violencia que amenace al individuo, o a la colectividad. Un ejemplo de estas contradicciones, es la pena de muerte.

Jesús propone la subversión de este principio porque corrompe las relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá partir de la fuerza creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin a toda violencia. No sólo se trata de una no-violencia pasiva, sino activa: “amad a vuestros enemigos”. Esta es la utopía evangélica que propone el Sermón de la Llanura: el amor a todos, tal y como es el amor de vuestro Padre del cielo. El amor no tiene límites como no tiene límites la perfección a la que debemos aspirar. Este ideal de convivencia humana no se basa en la pura filantropía humana, ni por la afinidad temperamental, sino por la imitación de Dios: “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo”. Imitando de esta manera a Dios podremos crear una sociedad justa, radicalmente nueva, marcada por el mandamiento nuevo: Que nos amemos como Cristo nos amó.

Amar sin esperar respuesta, dar sin esperar recompensa, devolver con bien los males recibidos es algo tan novedoso que los primeros cristianos tomaron una palabra griega, “Ágape” para expresar ese contenido. Ágape, amor, para los griegos, consistía en aspirar a la propia plenitud humana. Pero, los cristianos, cambiaron el contenido de la palabra: el amor no es aspirar a la propia plenitud humana, sino, amor es el sacrificio de dar la vida por los otros. Amar es comprometerse a hacer feliz a la persona amada.

Desde esta perspectiva, el amor al enemigo no es un dato marginal, sino el centro del amor cristiano. Todas las demás actitudes esconden egoísmo y búsqueda del propio yo a través de los demás. Sólo cuando se da sin esperar recompensa, cuando se ama sin que el otro lo merezca, cuando se pierde para que el otro gane, sólo entonces se ha llegado comprender y asumir el misterio del amor que nos enseña y nos ofrece Cristo. Vivir esta realidad significaría la verdadera revolución de nuestra historia.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué compromiso nos pide, hoy, el Señor?
Tal vez nos parezca que nuestra sociedad aún no está preparada para que la ley evangélica del amor sustituya a la Ley del Talión; pero precisamente porque hemos tocado fondo en los horrores de la violencia y porque la violencia se ha institucionalizado, Jesús nos invita, hoy, a poner en práctica la utopía del amor evangélico como levadura que producirá el cambio: “si te dan una bofetada …  si te quitan” … Las respuestas podrán parecer absurdas; pero solo ellas llevan en sí el poder de cambiar el mundo.

Cuando nos sentimos ofendidos, tenemos una doble opción: o adoptar una postura de venganza más o menos declarada, o perdonar, asumiendo con humildad todo lo que haya habido de ofensa. Esta página de Lucas tiene el inconveniente que se entiende demasiado, pero resulta difícil llevarla a la práctica. Por eso Jesús nos avisa de que “la medida que usemos la usarán con nosotros”. Si pedimos que nos perdone como nosotros perdonamos, deberemos imitar en nuestra vida, su corazón misericordioso. 

            El amor a los enemigos nos señala la voluntad de Dios y la cima de perfección a la que se nos invita. No podemos quedarnos en una lectura literal de los textos, sin entender y asumir el espíritu radical de las palabras de Jesús que invitan a salir de la mezquina dinámica de la venganza y los mínimos morales y entrar en la generosa dinámica del amor sin fronteras ni límites.

            Jesús nos invita a renunciar a toda violencia, no a la acción de la justicia. La no-violencia no se identifica con la no-justicia.  Los derechos humanos son irrenunciables porque marcan los límites de la convivencia humana. Debemos descubrir el mensaje del Evangelio, sin confundirlo con el lenguaje y sin interpretar ciertas expresiones verbales al pie de la letra. Jesús reclamó sus derechos cuando en el juicio ante Caifás, le abofetearon. No presentó la otra mejilla, sino que reclamó: “por qué me pegas”. No toleró la hipocresía de los que llamó “sepulcros banqueados”, ni la frivolidad de Herodes a quien llamó “zorro”.

            Lo que Jesús quiere subrayar es que el mal no se elimina sumando otro mal, sino con el contrapeso del bien: con el amor, el perdón y también con la justicia. Mirar hacia dentro del corazón, donde brotan los sentimientos de “autodefensa”, para compararlos con el ideal evangélico. Nos parece normal el “ojo por ojo” para responder con violencia a la violencia; pero la violencia genera más violencia. “Ganarse un enemigo es la mejor manera de destruir un enemigo”.

            Lo importante es saber qué es lo que se pide y qué no se pide cuando se manda amar a los enemigos. Los sentimientos no los podemos controlar, se escapan de nuestra libertad; pero sí podemos controlar las ideas, los pensamientos. Aunque mi corazón esté lleno de sentimientos de venganza, yo puedo, libremente, pensar en perdonar, y perdonar. Y como amor y perdón son convertibles, el que ama está dispuesto a perdonar y el que perdona es porque ama. Perdonar al enemigo es ya amarle, aunque los sentimientos vayan en otra dirección, por no ser libres. Se nos pide superar la ley del Talión que es una formulación de las exigencias de los reflejos puramente humanos, y se nos pide crear reflejos divinos que no buscan la revancha pero que tampoco excluyen, ni renuncian a los procedimientos conducentes al restablecimiento de la justicia, el orden o la seguridad.

Al enemigo: al violento, al asesino, al preso político no lo rehabilitamos quitándole la vida, sino ayudándole a rehacerla, dándole otra oportunidad. Los derechos humanos nos dicen cómo tratarlos, como encarcelarlos, juzgarlos y castigarlos para que se rehabiliten, pero sin matarlos.

Jesús nos enseñó a perdonar con su ejemplo: Él perdonó, y pidió perdón en la cruz para sus verdugos. Y después de resucitado no habló de revancha ni abrió proceso contra su ejecutores y jueces. Tampoco echó en cara a sus apóstoles su infidelidad, sino su incredulidad. No les dejó abandonados, no eligió otros discípulos. Se apareció a ellos mismos y los eligió de nuevo.

            Amar al enemigo, no nos exige introducirle en el círculo íntimo de nuestras amistades; pero sí aceptarlo como persona, aunque haya perdido el derecho de ser tratado con justicia y humanidad. Amar al enemigo, no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal, sino combatir la injusticia y el mal sin destruir al adversario, porque a pesar de todo es una persona, haya hecho lo que haya hecho, reaccione como reaccione. Este es el campo de los derechos humanos que nos señalan las exigencias del amor a los enemigos y del respeto que todo ser humano se merece.

            El criterio para verificar el amor cristiano no son las palabras afables, sino el comportamiento solícito y humanitario por el otro. El amor cristiano, que nace del corazón de la persona como expresión del amor del Padre, no sólo hace el bien, sino que lo hace bien, con cariño. Amar al prójimo es aceptarlo como es y respetarlo: descubrir lo bueno que hay en él, y hacerle sentir nuestra cogida nuestro respeto.

            Frente a la profunda crisis de valores que vive nuestra sociedad, el Evangelio nos pide un cambio y un salto cualitativo de valores. Entendiendo por valores aquellas creencias o convicciones que motivan nuestra vida y nos ayudan a conocer y discernir lo que es bueno y lo que es malo; lo que da sentido auténtico a nuestra existencia y lo que debe marcar las pautas de nuestra conducta.

            Los valores que configuran nuestra sociedad: el dinero, el placer, el triunfo sobre los demás, la lucha poder y el bienestar material, crean un clima de agresividad, de envidia, de violencia y de venganza, como medios para conseguir esos objetivos y como consecuencias de esa lucha para conseguirlos

La calidad de nuestra vida depende del nivel de los valores que hemos asumido. La propuesta de Jesús no es de “mínimos”, sino de
“máximos”. No vino a bajar e listón de las exigencias morales, sino a ponerlo a la altura de la persona auténticamente humana creada a imagen y semejanza de Dios.

El Evangelio no nos ofrece soluciones técnicas para solucionar los conflictos, pero nos ayuda a descubrir con qué actitudes debemos abordarlos. El otro no es un enemigo. Es un ser humano, alguien que salió de las manos de Dios para disfrutar de una vida plena, como yo. El enemigo empieza a ser otra totalmente diferente de cómo lo veíamos, cuando le aceptamos y le tratamos como persona.

“Debemos abstenernos e toda violencia de los puños, lengua y corazón” M. Lutero King.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar al Señor, hoy?
  • ¿Seremos demasiado generosos si tratamos a los enemigos como a seres humanos, respetando sus derechos? ¿El Evangelio no nos pide ir un poco más allá?
  • Pero, ¿cómo tratamos a los que no son enemigos y viven a mi lado?
  • Hacer una escala de valores para ver cómo vamos a tratar a los que viven a nuestro lado.
Autor: Varios
Transcripcion: Jorge Mogrovejo

domingo, 10 de febrero de 2019

Comentario al Evangelio del V Domingo de Tiempo Ordinario (10 de Febrero del 2019)

V Domingo de Tiempo Ordnario
Evangelio según San Lc 5, 1-11

1 Cierto día la gente se agolpaba a su alrededor para escuchar la palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. 2 En eso vio dos barcas amarradas al borde del lago; los pescadores habían bajado y lavaban las redes. 3 Subió a una de las barcas, que era la de Simón, y le pidió que se alejara un poco de la orilla; luego se sentó y empezó a enseñar a la multitud desde la barca.
4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Lleva la barca mar adentro y echen las redes para pescar.» 5 Simón respondió: «Maestro, por más que lo hicimos durante toda la noche, no pescamos nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes.» 6 Así lo hicieron, y pescaron tal cantidad de peces, que las redes casi se rompían. 7 Entonces hicieron señas a sus asociados que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarles. Vinieron y llenaron tanto las dos barcas, que por poco se hundían.
8 Al ver esto, Simón Pedro se arrodilló ante Jesús, diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador.» 9 Pues tanto él como sus ayudantes se habían quedado sin palabras por la pesca que acababan de hacer. 10 Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
10 Jesús dijo a Simón: «No temas; en adelante serás pescador de hombres.» 11 En seguida llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y siguieron a Jesús.

1.- ¿Qué nos quiere decir Lucas en este Evangelio?
Más allá del fracaso de Jesús en su primera "aparición pública" en su pueblo Nazaret (cf. Lc 4,21-30), el texto de hoy comienza dándonos noticia de una multitud que lo rodea junto al lago de Genesaret "para escuchar la Palabra de Dios". Al verse rodeado por la multitud, Jesús decide subirse a la barca de Simón (Pedro) que estaba con otros pescadores limpiando las redes. 

Se aparta un poco de la orilla y, desde este improvisado "púlpito", comienza a enseñar a la gente. Notemos el valor simbólico que implica que el Señor utilice la "barca de Pedro", o sea la Iglesia, como cátedra para anunciar su palabra. Y notemos también que Jesús no restringe su enseñanza a la sinagoga o al templo, como si fueran los únicos espacios sagrados. El espacio y el tiempo son de Dios y, por tanto, todo lugar y momento son propicios para que Dios comunique su Palabra. Terminada la enseñanza, Jesús se dirige ahora a Simón ordenándole: "navega mar adentro y echen las redes para pescar". La primera expresión, literalmente, dice "vuélvete o lánzate a lo profundo (ἐπανάγαγε εἰς τὸ βάθος)", que algunos traducen: “métete, avanza hacia las aguas profundas”. Por el contexto bien vale la traducción: "navega mar adentro" (“duc in altum” en la Vulgata). Simón le responde que han trabajado toda la noche y no han logrado sacar nada, pero que en su palabra echará las redes. El verbo kopia ,w que con que expresa Simón su "trabajo fatigoso" lo encontramos en el NT en varios textos refiriéndose a la "fatiga apostólica" (cf. 1Cor 15,10; 16,16; Gal 4,11; Flp 2,16; Col 1,29; 1Tes 5,12; 1Tim 4,10; 5,17). 

Como bien nota F. Bovon, primero habla el Simón pescador de oficio asegurando que no es momento de pesca, no hay pique; luego habla el Simón discípulo que confía en la Palabra de su maestro o jefe. Por tanto, Simón y sus compañeros se encuentran en una situación de fracaso, de desaliento por una noche de pesca fallida. En este contexto se hace más explícita la fe de Simón en la Palabra de Jesús: "pero si tu lo dices, echaré las redes". 

Los pescadores ponen manos a la obra recurriendo a su experiencia y técnica. En efecto, la descripción de la pesca corresponde a las prácticas de las regiones mediterráneas donde se utilizan las redes para encerrar o cercar a los peces (tal el sentido de une ,kleisan en 5,6). Ante la gran cantidad de peces encerrados, necesitaron ayuda de otros para subirlos a las barcas sin romper las redes; y las señas son porque los gritos hubieran ahuyentado los peces. La pesca es sobreabundante, fruto del trabajo fundado en la fe en la Palabra de Jesús. La reacción de Simón Pedro no deja de sorprendernos: ante la manifestación del poder de Jesús cae de rodillas y, reconociendo su condición de pecador, le pide que se aleje de él. A la luz del Antiguo Testamento (Moisés en Ex 3,6 e Isaías en la primera lectura de hoy, por ejemplo) podemos comprender que se trata de un relato de revelación. Pedro ha visto (5,8) la "pesca milagrosa o el milagro de la pesca" y ante esta "manifestación sobrenatural" se siente sobrecogido en su pequeñez y limitación personal; se siente un "hombre pecador", necesitado de redención. Es de notar que en 5,5 Pedro llamó a Jesús Maestro o Jefe (e vpista ,ta); mientras que aquí, después de la pesca milagrosa, lo llama Señor (ku,rie), título que hace referencia a la divinidad de Jesús. En 5,9 nos dice el evangelista que esta reacción de Pedro se debió al temor (qa ,mboj) que se apoderó de él y de los demás ante la pesca superabundante.

Se trata, por tanto, de un temor o asombro religioso. Entonces el Señor invita a no temer (ahora sí con el clásico mh . fobou/) y, además, de cara al futuro, lo llama para ser "pescador de hombres" (literalmente el verbo zwgre,w se refiere a capturar seres vivos). Si bien la llamada aparece hecha personalmente a Pedro, todos los que estaban en la barca responden dejándolo todo y siguiendo a Jesús. Esta radicalidad en el seguimiento del Señor es subrayada por Lucas a lo largo del camino a Jerusalén (cf. 9,62; 12,33; 14,26-33). El relato tiene como centro la metáfora de la pesca, por lo que contiene una invitación a la misión, a la evangelización de la mano de Jesús y en la barca de Pedro, la Iglesia. Al mismo tiempo se resalta que la fecundidad en la misión viene de la confianza en la Palabra del Señor y exige, al mismo tiempo, una radicalidad en el seguimiento del Señor.

2.¿Qué mensaje nos trae este pasaje y qué compromiso nos pide hoy, el Señor?

Al llegar al lago de Genesaret, Jesús vive una experiencia muy diferente a la que ha vivido en su pueblo. La gente no lo rechaza, sino que se «agolpa a su alrededor». Aquellos pescadores no buscan milagros, como los vecinos de Nazaret. Quieren «oír la Palabra de Dios». Es lo que necesitan.


La escena es cautivadora. No ocurre dentro de una sinagoga, sino en medio de la naturaleza. La gente escucha desde la orilla; Jesús habla desde las aguas serenas del lago. No está sentado en una cátedra, sino en una barca. Según Lucas, en este escenario humilde y sencillo «enseñaba» Jesús a la gente.




Esta muchedumbre viene a Jesús para oír la «Palabra de Dios». Intuyen que él les habla desde Dios. No repite lo que oye a otros; no cita a ningún maestro de la ley. Esa alegría que sienten en su corazón solo puede despertarla Dios. Jesús les pone en comunicación con él.

Años más tarde, en las primeras comunidades cristianas, se dice que la gente se acerca también a los discípulos de Jesús para oír la «Palabra de Dios». Lucas vuelve a utilizar esta expresión audaz y misteriosa: la gente no quiere oír de ellos una palabra cualquiera; esperan una palabra diferente, nacida de Dios. Una palabra como la de Jesús.

Es lo que se ha de esperar siempre de un predicador cristiano. Una palabra dicha con fe. Una enseñanza arraigada en el evangelio de Jesús. Un mensaje en el que se pueda percibir sin dificultad la verdad de Dios y donde se pueda escuchar su perdón, su misericordia insondable y también su llamada a la conversión.

Probablemente muchos esperan hoy de los predicadores cristianos esa palabra humilde, sentida, realista, extraída del Evangelio, meditada personalmente en el corazón y pronunciada con el Espíritu de Jesús.


Cuando nos falta este Espíritu jugamos a hacer de profetas, pero en realidad no tenemos nada importante que comunicar. Con frecuencia terminamos repitiendo con lenguaje religioso las «profecías» que se escuchan en la sociedad.



Pedro es un hombre de fe seducido por Jesús. Sus palabras tienen para él más fuerza que su propia experiencia, sabe que nadie se pone a pescar al mediodía en el lago, sobre todo si no ha capturado nada por la noche. Pero se lo ha dicho Jesús, y Pedro confía totalmente en él: «Apoyado en tu palabra, echaré las redes»; es al mismo tiempo un hombre de corazón sincero. Sorprendido por la enorme pesca obtenida, «se arroja a los pies de Jesús» y con una espontaneidad admirable le dice: «Apártate de mí, que soy pecador». Pedro reconoce ante todo su pecado y su indignidad para convivir con Jesús.

Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Bastantes piensan que, si Dios no existiera, desaparecería el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada cual podría hacer lo que quisiera.
Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo ser humano como ha recordado con insistencia la filosofía moderna (Kant, Heidegger, Ricoeur). Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos sentimos llamados a hacer el bien, pero una y otra vez hacemos el mal.


Lo propio del creyente es que vive su experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el  contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanador y liberador.

Pero resulta todavía más deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a acoger con gozo al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesús. ¿Cómo se ha podido ir formando entre nosotros esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equivoco?

No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal a sus hijos e hijas, pues el pecado es un mal para el ser humano, no para Dios. 
Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido por nosotros solo porque obramos contra nuestro propio bien».

Quien, desde la culpa, solo mira a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay egoísmo ni resentimiento solo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.

La culpa como tal no es algo inventado por las religiones. Constituye una de las experiencias humanas más antiguas y universales. Antes que aflore el sentimiento religioso se puede advertir en el ser humano e sensación de «haber fallado» en algo. El problema no consiste en la experiencia de la culpa, sino en el modo de afrontarla.

Hay una manera sana de vivir la culpa. La persona asume la responsabilidad de sus actos, lamenta el daño que ha podido causar y se esfuerza por mejorar en el futuro su conducta. Vivida así, la experiencia de la culpa forma parte del crecimiento de la persona hacia su madurez.


3.- ¿Que respuesta le voy a dar hoy al Señor?
  • ¿Reconozco los errores y pecados en mi vida, y tengo una actitud de querer cambiar?
  • ¿Considero que Dios es solo amor y quiere lo mejor para mi, la felicidad y el bien.?
  • ¿Me siento culpable por mis pecados cometidos, como una motivación para ser mejor? ¿o como una carga que no me deja hacer lo que quiera? 
  • ¿Soy consciente que estoy en una constante lucha entre el bien y el mal dentro de mi?




Fuente: Varios Autores

Sintesis: Jorge Mogrovejo

Comentario al Evangelio del Domingo 27 de marzo del 2022

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