Domingo VII Ciclo C 3 de Marzo 2019
Evangelio
Lc 6,27-38
A ustedes que me escuchan
yo les digo: Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian; bendigan a los que los
maldicen, recen por los que los injurian. Al que te golpee en una mejilla, ofrécele
la otra, al que te quite el manto no le niegues la túnica; da a todo el que te
pide, al que te quite algo no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los
traten a ustedes. Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores
aman a sus amigos. Si hacen el bien a los que les hacen el bien, ¿qué mérito
tienen? También los pecadores lo hacen. Si prestan algo a los que les pueden
retribuir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan para recobrar otro
tanto. Por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin
esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa y serán hijos del
Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados. Sean compasivos como es
compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no
serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una
medida generosa, apretada, sacudida y rebosante.
Porque con la medida que ustedes midan
serán medidos.
1.- ¿Qué nos quiere decir Lucas en este evangelio?
El Evangelio de hoy es la continuación de los ejemplos del domingo
pasado y debemos leerlo a la luz de las Bienaventuranzas. El amor a los
enemigos es el núcleo más original y revolucionario, es el culmen del
Evangelio. Tanto por las exigencias que representan ese salto cualitativo en la
escala de valores, como por las motivaciones que nos ofrece: “sean perfectos
como vuestro Padre del cielo es perfecto”, y “así serán hijos de vuestro Padre
del cielo”.
El estudio de este pasaje nos sitúa
en el centro del evangelio de Jesús y nos descubre el verdadero sentido de Dios
y de la vida de los hombres. El judaísmo ofrecía una norma de justicia para
tratar a cada uno según su comportamiento. El marxismo, con su dialéctica de la
revolución, practica la destrucción del enemigo para alcanzar la armonía final.
En todos los sistemas políticos se defiende el interés de los grupos de poder
sobre el derecho de los pobres. Y a todo nivel, el egoísmo humano, tan
arraigado en el corazón, vive el amor a los demás solo cuando representa un
valor para su propia vida.
Frente a estas concepciones, el
evangelio de Jesús nos ofrece un ideal de nitidez y fuerza escalofriante: “Amen
a sus enemigos”. Jesús reconduce los mandamientos a su raíz y su objetivo
último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor, a la verdad. No opone a
la Ley antigua unanueva ley, sino que la transforma y la lleva a una radicalidad sin precedentes, rompiendo todos los moldes y criterios humanos. En el centro de este pasaje del “Sermón de la llanura” está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aún camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del ser humano.
Es muy duro lo que nos pide Jesús. Si nos hubiera dicho que no devolvamos mal por mal, que no nos venguemos, o que
no recurramos a la violencia. O incluso que perdonemos, como en el caso de
David…. Pero Jesús nos pide que perdonemos a nuestros enemigos. Su enseñanza
nos interpela y nos invita cambiar nuestro estilo de vida. El odio y el rencor
son malos consejeros y pueden bloquear el corazón. La no-violencia es la única
respuesta para romper la escala de odio y deseo de venganza
Las leyes humanas fueron humanizando
el trato con el enemigo desde (Gn 4,24), con un 77x 1, que hace justicia con 77
muertos por 1 muerto. En (Gn 4,15), con 7x1, ya es menos duro el castigo. La
Ley del Talión del Código de Hammurabi, rey de Babilonia, hacia el año 1760
a.C. frena la violencia, pone límite a la venganza y hace más humana, la
convivencia exigiendo que el castigo no sobrepase la ofensa.
¿No será
utópica una sociedad sin esta ley? En realidad, la ley del Talión ha existido
en todas las culturas, como mecanismo para que la sociedad controle el caos de
una violencia indiscriminada. Su cruda aplicación ha desaparecido de nuestro
mundo actual, pero la ley del Talión, por más sofisticada que se muestre en
nuestros comportamientos individuales o en los códigos legales, sigue vigente y
es considerada necesaria para asegurar una aceptable convivencia humana. Esta
violencia legalizada y más o menos controlada parece ser la única respuesta
para hacer frente a todo otro tipo de violencia que amenace al individuo, o a
la colectividad. Un ejemplo de estas contradicciones, es la pena de muerte.
Jesús propone
la subversión de este principio porque corrompe las relaciones de las personas
entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá partir de la fuerza
creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin a toda violencia. No
sólo se trata de una no-violencia pasiva, sino activa: “amad a vuestros enemigos”. Esta es la utopía evangélica que propone
el Sermón de la Llanura: el amor a todos, tal y como es el amor de vuestro
Padre del cielo. El amor no tiene límites como no tiene límites la perfección a
la que debemos aspirar. Este ideal de convivencia humana no se basa en la pura
filantropía humana, ni por la afinidad temperamental, sino por la imitación de
Dios: “sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo”. Imitando de esta manera a Dios podremos
crear una sociedad justa, radicalmente nueva, marcada por el mandamiento nuevo:
Que nos amemos como Cristo nos amó.
Amar sin esperar respuesta, dar sin esperar recompensa, devolver con
bien los males recibidos es algo tan novedoso que los primeros cristianos tomaron
una palabra griega, “Ágape” para expresar ese contenido. Ágape, amor, para los
griegos, consistía en aspirar a la propia plenitud humana. Pero, los
cristianos, cambiaron el contenido de la palabra: el amor no es aspirar a la propia
plenitud humana, sino, amor es el sacrificio de dar la vida por los otros. Amar
es comprometerse a hacer feliz a la persona amada.
Desde esta perspectiva, el amor al enemigo no es un
dato marginal, sino el centro del amor cristiano. Todas las demás actitudes
esconden egoísmo y búsqueda del propio yo a través de los demás. Sólo cuando se
da sin esperar recompensa, cuando se ama sin que el otro lo merezca, cuando se
pierde para que el otro gane, sólo entonces se ha llegado comprender y asumir
el misterio del amor que nos enseña y nos ofrece Cristo. Vivir esta realidad
significaría la verdadera revolución de nuestra historia.
2.- ¿Qué mensaje nos trae este evangelio y qué
compromiso nos pide, hoy, el Señor?
Tal vez nos parezca que nuestra sociedad aún no está preparada para
que la ley evangélica del amor sustituya a la Ley del Talión; pero precisamente
porque hemos tocado fondo en los horrores de la violencia y porque la violencia
se ha institucionalizado, Jesús nos invita, hoy, a poner en práctica la utopía
del amor evangélico como levadura que producirá el cambio: “si te dan una bofetada … si te
quitan” … Las respuestas podrán parecer absurdas; pero solo ellas llevan en
sí el poder de cambiar el mundo.
Cuando nos sentimos ofendidos, tenemos una doble opción: o adoptar una
postura de venganza más o menos declarada, o perdonar, asumiendo con humildad
todo lo que haya habido de ofensa. Esta página de Lucas tiene el inconveniente
que se entiende demasiado, pero resulta difícil llevarla a la práctica. Por eso
Jesús nos avisa de que “la medida que usemos la usarán con nosotros”. Si
pedimos que nos perdone como nosotros perdonamos, deberemos imitar en nuestra
vida, su corazón misericordioso.
El amor a los enemigos nos señala la voluntad de Dios y la cima de perfección
a la que se nos invita. No podemos quedarnos en una lectura literal de los
textos, sin entender y asumir el espíritu radical de las palabras de Jesús que
invitan a salir de la mezquina dinámica de la venganza y los mínimos morales y
entrar en la generosa dinámica del amor sin fronteras ni límites.
Jesús nos invita a renunciar a toda
violencia, no a la acción de la justicia. La no-violencia no se
identifica con la no-justicia. Los
derechos humanos son irrenunciables porque marcan los límites de la convivencia
humana. Debemos descubrir el mensaje del Evangelio, sin confundirlo con el
lenguaje y sin interpretar ciertas expresiones verbales al pie de la letra.
Jesús reclamó sus derechos cuando en el juicio ante Caifás, le abofetearon. No
presentó la otra mejilla, sino que reclamó: “por qué me pegas”. No toleró la
hipocresía de los que llamó “sepulcros
banqueados”, ni la frivolidad de Herodes a quien llamó “zorro”.
Lo que Jesús quiere subrayar es que
el mal no se elimina sumando otro mal, sino con el contrapeso del bien: con el
amor, el perdón y también con la justicia. Mirar hacia dentro del corazón,
donde brotan los sentimientos de “autodefensa”, para compararlos con el ideal
evangélico. Nos parece normal el “ojo por ojo” para responder con violencia a
la violencia; pero la violencia genera más violencia. “Ganarse un enemigo es la
mejor manera de destruir un enemigo”.
Lo importante es saber qué es lo que
se pide y qué no se pide cuando se manda amar a los enemigos. Los
sentimientos no los podemos controlar, se escapan de nuestra libertad; pero sí
podemos controlar las ideas, los pensamientos. Aunque mi corazón esté lleno de
sentimientos de venganza, yo puedo, libremente, pensar en perdonar, y perdonar.
Y como amor y perdón son convertibles, el que ama está dispuesto a perdonar y
el que perdona es porque ama. Perdonar al enemigo es ya amarle, aunque los
sentimientos vayan en otra dirección, por no ser libres. Se nos pide superar la
ley del Talión que es una formulación de las exigencias de los reflejos puramente
humanos, y se nos pide crear reflejos divinos que no buscan la revancha pero que
tampoco excluyen, ni renuncian a los procedimientos conducentes al
restablecimiento de la justicia, el orden o la seguridad.
Al enemigo: al violento, al asesino, al preso político no lo
rehabilitamos quitándole la vida, sino ayudándole a rehacerla, dándole otra
oportunidad. Los derechos humanos nos dicen cómo tratarlos, como encarcelarlos,
juzgarlos y castigarlos para que se rehabiliten, pero sin matarlos.
Jesús nos enseñó a perdonar con su ejemplo: Él perdonó, y pidió perdón en la cruz para sus verdugos. Y
después de resucitado no habló de revancha ni abrió proceso contra su
ejecutores y jueces. Tampoco echó en cara a sus apóstoles su infidelidad, sino
su incredulidad. No les dejó abandonados, no eligió otros discípulos. Se
apareció a ellos mismos y los eligió de nuevo.
Amar al enemigo, no nos exige introducirle en el círculo íntimo de nuestras
amistades; pero sí aceptarlo como persona, aunque haya perdido el derecho de
ser tratado con justicia y humanidad. Amar al enemigo, no significa tolerar las
injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal, sino combatir la
injusticia y el mal sin destruir al adversario, porque a pesar de todo es una
persona, haya hecho lo que haya hecho, reaccione como reaccione. Este es el
campo de los derechos humanos que nos señalan las exigencias del amor a los
enemigos y del respeto que todo ser humano se merece.
El criterio para verificar el amor
cristiano no son las palabras afables, sino el comportamiento solícito y
humanitario por el otro. El amor cristiano, que nace del corazón de la persona
como expresión del amor del Padre, no sólo hace el bien, sino que lo hace bien,
con cariño. Amar al prójimo es aceptarlo como es y respetarlo: descubrir lo
bueno que hay en él, y hacerle sentir nuestra cogida nuestro respeto.
Frente a la profunda crisis de
valores que vive nuestra sociedad, el Evangelio nos pide un cambio y un salto
cualitativo de valores. Entendiendo por valores aquellas creencias o
convicciones que motivan nuestra vida y nos ayudan a conocer y discernir lo que
es bueno y lo que es malo; lo que da sentido auténtico a nuestra existencia y
lo que debe marcar las pautas de nuestra conducta.
Los valores que configuran nuestra
sociedad: el dinero, el placer, el triunfo sobre los demás, la lucha poder y el
bienestar material, crean un clima de agresividad, de envidia, de violencia y
de venganza, como medios para conseguir esos objetivos y como consecuencias de
esa lucha para conseguirlos
La calidad de nuestra vida depende del nivel de los valores que hemos
asumido. La propuesta de Jesús no es de “mínimos”, sino de
“máximos”.
No vino a bajar e listón de las exigencias morales, sino a ponerlo a la altura
de la persona auténticamente humana creada a imagen y semejanza de Dios.
El Evangelio no nos ofrece soluciones técnicas para solucionar los
conflictos, pero nos ayuda a descubrir con qué actitudes debemos abordarlos. El
otro no es un enemigo. Es un ser humano, alguien que salió de las manos de Dios
para disfrutar de una vida plena, como yo. El enemigo empieza a ser otra totalmente
diferente de cómo lo veíamos, cuando le aceptamos y le tratamos como persona.
“Debemos abstenernos e toda violencia de los puños, lengua y corazón”
M. Lutero King.
3.- ¿Qué respuesta le voy a dar al Señor, hoy?
- ¿Seremos demasiado generosos si tratamos a los
enemigos como a seres humanos, respetando sus derechos? ¿El Evangelio no
nos pide ir un poco más allá?
- Pero, ¿cómo tratamos a los que no son enemigos
y viven a mi lado?
- Hacer una escala de
valores para ver cómo vamos a tratar a los que viven a nuestro lado.
Transcripcion: Jorge Mogrovejo